Ya es la tercera vez que veo La casa lobo (2018), dirigida por los artistas visuales Joaquín Cociña y Cristóbal León y que forma parte del 39 Foro de la Cineteca, y cada vez más la composición de esta película me parece un trabajo del inconsciente. En ese acento chileno-alemán que usan los actores para interpretar a los muñecos, en las distorsionadas canciones de otra era que conforman la banda sonora y en las imágenes de archivo, regreso a la infancia chilena traumatizada que comparto con León y Cociña, donde convivieron el adiestramiento de una generación y, tras bambalinas, la nazi Colonia Dignidad como una de las tantas utopías perversas que cobijó la dictadura. Parece imposible que una película basada en ese proyecto casi secreto que se instaló en los sesenta en un sector rural de Chile haga sus pases por los cines del mundo. No obstante, son tantas las capas estéticas que se yuxta y superponen en el armado audiovisual de La casa lobo, que la anécdota se transforma en un hilo más que se urde en una historia que hace sentido a medias. Es decir que a pesar de que el guion sostiene la continuidad entre espacios, personajes y objetos en cuyas metamorfosis nos perderíamos, sus diálogos y las referencias a los cuentos de niños simplifica, como en cualquier aparición del inconsciente en nuestro mundo material, la potencialidad narrativa existente en el placer visual de esta película. Este placer surge, me parece, de la instalación de la escena como un ritual estético. En La casa lobo, todo está por hacerse. En cada escena aparece el oficio y el deleite de los directores por el proceso, exhibido en la pantalla como una galería.
La película cuenta la historia de María, una niña (casi una adolescente) cuya sensibilidad la acerca a la naturaleza y la separa de la cadena productiva nazi que se practica en la Colonia. Después de dejar libres a unos cerditos, María se escapa y se refugia en una casa abandonada en la mitad del bosque. Pronto, encuentra a los dos cerditos escondidos ahí y decide convertirlos en humanos. Como nos advierte la voz en off del líder de la secta, identificado como un lobo depredador ––esto es, al fin y al cabo, la parodia de un documental educativo–, María no es consciente de las consecuencias de sus transgresiones ni de la mano negra que las guía. Enfrentados los hijos de la madre virginal y precoz al hambre del invierno, se augura un final trágico. Resuenan en esta historia imágenes de las heroínas de Disney, los cuentos de los hermanos Grimm, incluso las categorías de Vladimir Propp sobre los cuentos de niños. Aunque el montaje de las escenas y el estilo de animación me recuerdan más a las fantasías literarias e ilustraciones de Lewis Carroll con las metamorfosis de Alicia en el país de las maravillas. El mismo pelo amarillo y el vestido celeste son las marcas que nos permiten saber que aquellos trazos sobre las paredes y el suelo de las escenas, los muñecos que se levantan desde las plumas de un viejo sillón, la cabeza que yace solitaria en una cama y el ojo que aparece en un cuadro son siempre obra de María.
En innumerables ocasiones, Cociña y León han contado cómo produjeron la película. Después de trabajar en los cortos Lucía y Luis, empezaron a trabajar con la técnica de stopmotion; Cociña en los dibujos, León con los muñecos fabricados con lo que estuviera a la mano y masking tape. Tierra, objetos viejos, tablas de otras construcciones, plumavit, telas sucias, todo se convierte en un material para una estética del desecho, que le da el característico tono tenebroso –un gótico de tercer mundo– a las historias narradas por niños. La producción de La casa lobo tardó cinco años y consistió en una serie de residencias en galerías y museos donde los artistas creaban sus propios hogares utópicos. Allí, como dueños de casa, podrían engendrar, como María, muñecos como hijos. Gracias a estas metodologías on the road, la película se tiñe de esa peculiaridad donde los espacios nunca son los mismos, como tampoco lo son los muñecos de León ni los dibujos de Cociña. En el paso de una residencia a otra, también transitan y cambian los personajes, los espacios, la película misma, y nosotros con ellos.
Cuando vi la película en el cine, pude apreciar el trabajo con el sonido que transmite la investigación de archivo que llevaron a cabo los directores. El diseño de sonido de Claudio Vargas, que cuenta con variadas capas, dota a la película de su carácter ominoso, y las experimentaciones musicales realizadas junto a León distorsionan los himnos de Wagner y Brahms en voz de los niños de la Colonia Dignidad. El paisaje sonoro nos informa sobre la ideología que abordan paródicamente los directores: la superioridad racial blanca y la psiquis cultural que calló por tanto tiempo los experimentos perpetrados por el líder de la secta Dignidad. En el minuto cincuenta de la película, la voz en off de María nos dice en alemán si acaso su casa no es la más linda. La cámara se mueve por sus rincones como en un laberinto, como si la casa misma tuviera vida, hasta descubrir en un escenario tres figuritas. Al centro, uno de los muñecos representa a María, virginal. A su lado, dos muñecos representando a Ana y Pedro, los cerdos convertidos en niños que, pelados, esperan la aparición de sus cabelleras rubias. Tomados de las manos, cantan la canción interpretada por el coro de niños de Dignidad. Por un momento, se suspende la voz lobezna y educadora, y se materializa frente a nuestros ojos la fantasía pedófila de cabellos dorados, ojos celestes y voces de niños o castrati.
Partiendo de esa realidad, la de una colonia de nazis instalados al sur de Chile cuyas prácticas incluían teñirle el pelo rubio a los niños chilenos que se raptaban, el adoctrinamiento en una forma de vida trasplantada desde la psicosis fascista y la pedofilia, La casa lobo amplía al máximo las posibilidades de la ficción, llevándonos por ese proceso, en el desborde mismo de las identificaciones. El trabajo con las metamorfosis hace parecer el cambio de la protagonista en Ese oscuro objeto del deseo de Buñuel en una técnica casi angelical. En La casa lobo, la noción misma de personaje adquiere su faz tenebrosa para intentar transmitir, no sin cierto humor, que estamos siendo nuevamente adoctrinados por la voz de un pedófilo fascista. A veces, cuando prendo las noticias para saber qué pasa en Estados Unidos o en Brasil, la realidad parece una fantasía, superando lo que la ficción en la pantalla imagina con creces.
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