Poesía y desempleo
El animal relacional que somos
–un animal de imaginación–
no tolera que no haya otros estímulos
que los económicos o de subsistencia.
Josep Casals
Empleo, desempleo, lectura y escritura
En el principio Virginia Woolf estableció que, para que una mujer pudiera escribir, necesitaba un cuarto propio y una renta regular que le permitiera vivir, leer y escribir con cierta comodidad. Algunas personas entendieron esto de manera literal: sólo las mujeres que tuvieran acceso al cuarto y a la renta podían escribir; otras lo pensaron como algo simbólico: “quizá no necesitamos ser propietarias del cuarto ni tener necesariamente esa cantidad de ingresos para poder escribir, con ciertos ingresos y una superficie fija quizá baste”. Una de estas últimas personas fue Stevie Smith, escritora con orígenes más modestos que Woolf que en su primera novela, Novel on Yellow Paper, pone a su protagonista y narradora, Pompey (personaje basado en la autora misma), a escribir en su horario y espacio laborales: el papel en el que narra es amarillo para diferenciarlo del papel que usa para redactar las cartas de su empleador; el ruido que hace al escribir con máquina es el mismo que se escucharía si estuviera trabajando.
“Se entiende que la poesía se hace en todas partes. Se hace durante el trabajo e, incluso, a pesar de él”, nos dice Xitlalitl Rodríguez Mendoza (Guadalajara, 1982) en Poesía y desempleo (La Zonámbula / De lo Imposible / Amate), libro de ensayos de reciente aparición en los que se aborda la cuestión de las condiciones sociales y materiales en las que surge la escritura literaria: “para escribir, se necesita un empleo que pague la renta”.
“¿Pero la poesía es trabajo?”, se pregunta la autora. Esta es una cuestión que reaparece bajo diferentes formas en los dos primeros textos del libro. ¿Por qué no es posible establecer una relación entre trabajo poético y ganancias monetarias? ¿Qué implicaría que esto fuera posible? ¿Por qué si no es posible establecer esta relación se sigue hablando de “trabajo poético”? En su Diccionario del dandi Giuseppe Scaraffia identifica la escritura de autores como Baudelaire o Proust como una especie de parodia del trabajo: una actividad especializada y ardua que, sin embargo, conscientemente, no produce un beneficio directo. Para Scaraffia esta concepción de la escritura funciona como una crítica a la producción desmedida de mercancías y a la búsqueda perpetua del beneficio monetario. La lectura de estas mismas obras implicaría una crítica similar al trabajo productivo, o al menos una renuncia a éste: se decide invertir el tiempo en algo “inútil” o “improductivo”, es decir, en algo placentero.
El trabajo agobia, sobre todo el que se realiza sólo para pagar las cuentas. La literatura es buena compañía, pero es mal vista por la mayoría de los empleadores. Rodrigo Fresán rescata una anécdota sobre Carson McCullers en su nota introductoria a “Poldi”, uno de los primeros cuentos escritos por la autora estadounidense: “Por los días en los que escribió ‘Poldi’, McCullers era despedida –‘Jamás renuncié a un trabajo’, se enorgullecería años después– de su posición como mecanógrafa y telefonista en una inmobiliaria de Manhattan por haber sido descubierta leyendo en horario de oficina el primer tomo de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. Su supervisora arrancó el libro de sus manos, golpeó con él la cabeza de McCullers y le señaló la puerta no sin antes profetizarle que ‘Nunca llegarás a nada en este mundo’”. Escribir o leer literatura en horario laboral puede funcionar a manera de pequeño y clandestino cuarto propio: “Para mí, la lectura de poesía en horas de oficina ha sido un espacio de resistencia”, nos dice la autora.
Este pequeño libro de Xitlalitl Rodríguez Mendoza (tiene sólo 69 páginas) es una defensa de la libre escritura en tiempos en los que todo, incluso el mismo sistema literario, parece sugerir que las personas que no pueden obtener un beneficio monetario de la literatura deberían dejar de escribir o intentar escribir. El libro aborda, con humor, la precariedad económica en la que vive hoy la gran mayoría de las personas y, más específicamente, habla sobre aquellas que se dedican a la literatura. Rodríguez Mendoza usa múltiples estrategias y registros (desde el primer párrafo podemos encontrar mencionados tanto un programa de Tv Azteca como a Ezra Pound) a lo largo de los ensayos. Pasa del comentario social a la prosa autobiográfica y, en un par de capítulos del ensayo principal, incluso adopta una forma más cercana al trabajo académico para analizar a fondo un par de textos de Charles Simic; no obstante, le es posible volver al tono de los pasajes anteriores: “[La escritura cómica y tierna de Simic] quita el velo de opacidad y aparente dificultad con que tantos autores han recubierto el disfrute de la poesía entre lectores no iniciados, y la deja sobre una mesa compartida, donde ésta, al igual que el lechoncito del relato, nos alimentará a todos”. Poesía y desempleo es, sobre todo, una invitación a intentar resistir el trabajo (mientras exista y debamos realizarlo) por medio de la lectura y escritura de poesía.
Memes, poesía y ortografía
Poesía y desempleo funciona también como una defensa de los memes como poesía, quizá la primera forma literaria originada en el siglo XXI, que sugiere un lugar semiutópico hacia el cual podría dirigirse la literatura en el futuro: los memes son populares pero complejos (requieren el conocimiento de un código de referentes en cambio constante), son antiautorales, libres de derechos de autor, fácilmente reproducibles, están en perpetua fuga y, sobre todo, al igual que la poesía, son un gran reflejo de la experiencia humana. En el último ensayo de la colección, “Ortografía, internet y algunas borucas sobre el Orto-gráfiko”, escrito a cuatro manos con Atahualpa Espinosa, les autores abordan el tema de los memes (principalmente los memes con gatitos) y el surgimiento de nuevas tendencias que deforman deliberadamente la ortografía y generan nuevos significados y significantes. Si bien el tema de los memes es abordado con mayor amplitud en este texto, ya se venía anunciando desde los ensayos anteriores e, incluso al hablar sobre los textos de Simic, Xitlalitl Rodríguez Mendoza recupera algo que podríamos llamar un paleomeme: un texto de la alta Edad Media sobre un cerdito que dicta su testamento, texto que al parecer causó preocupación entre algunas autoridades eclesiásticas debido a que era más popular que textos más “valiosos”. Al igual que con la poesía, el valor de los memes radica en su supuesta inutilidad, que no obstante genera un sentido de comunidad, al compartirse o reelaborarse.
Les autores recuperan la revista Orto-gráfiko, que Alberto M. Brambila empezó a publicar en Guadalajara en 1931, un medio “propagador de la ortografía rasional mejicana, órgano del grupo sentral de ortógrafos rebolusionarios” que pretendía romper los últimos eslabones de la cadena de la “esklabitud ispánica”. El posicionamiento de les autores es el mismo que el de este “Zapata del lenguaje”, como lo llaman: más que limitar el lenguaje, la deformación ortográfica y el uso de memes lo potencian y, además, funcionan como acto liberador ante instituciones reaccionarias como la RAE. “Los errores ortográficos, deliberados o no, son una ventana hacia lo humano”, nos dicen y, ya dentro de esta lógica, no ven reparos en introducir en su ensayo expresiones como “ké prro oso” o “kometer el akto d la llorasion”.
El conjunto de ensayos que conforma este libro propone una manera de continuar escribiendo y leyendo poesía (y memes) dentro de nuestra precariedad como un modo de resistencia y liberación y anuncian, también, un posible cambio de paradigma entre lo que podríamos percibir como literario y poético en un futuro.
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