La trayectoria de Damien Hirst (Bristol, 1965) ha tejido, desde sus inicios a finales de los ochenta, producción y recepción. No hay, en ninguno de sus trabajos, inocencia: se persigue el efecto, se calculan las repercusiones. Se imaginan, incluso, los titulares en la prensa. En ese sentido, señalar el carácter polémico de su obra, detenerse en los escándalos, en las cifras, en las declaraciones provocadoras, es una forma de participar de su propuesta. En este punto, el juicio estético sobre sus piezas se torna cada vez más complejo, en la medida en que están inscritas, de forma muy consciente, en una dinámica a la vez cultural, social y económica.
Desde el inicio el planteamiento fue claro. La exposición que catapultó a los llamados Young British Artists coleccionados por Charles Saatchi, Sensation, animó todo tipo de críticas. Presentada en la Royal Academy of Arts de Londres en 1997, no faltaron las acusaciones de inmoralidad, señal inequívoca de éxito publicitario. Los ofendidos que atacaron la exhibición “quedaron muy a la zaga, pues juntos produjeron un simulacro deliberado de provocación artística”, escribe Hal Foster en un pasaje de Arte desde 1900. Ahí estaba, por cierto, La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo (1991), la obra con la que Damien Hirst iniciaría la serie Historia natural y aportaría un icono al declinante siglo XX: un tiburón tigre suspendido en un estanque lleno con solución de formaldehído.
No son pocos los animales en Vivir para siempre (por un momento), la muestra que se despliega en las cuatro salas del Museo Jumex de la Ciudad de México hasta el 25 de agosto. No sólo enfatizan el uso intensivo del readymade como recurso dilecto del artista –herencia a la vez duchampiana y warholiana–, sino que son ilustrativos de la obsesiva presencia de la muerte en la obra de Hirst. El título de la retrospectiva, por supuesto, alude al arte como la posibilidad de producir algo que nos sobreviva. Con los años, como testimonia la exhibición curada por el propio artista y Ann Gallagher, los aspectos macabros han sido suavizados por la sobreexposición de algunos recursos.
(Más allá de) la polémica
La obra de Damien Hirst, que en paralelo al Museo Jumex puede verse en la galería capitalina Hilario Galguera, viene entonces acompañada de aquello que se dice afuera de los espacios expositivos. Se lo acusa de banalidad, de opulencia, de mercantilización del arte. Pero el dedo alzado no alcanza a ver que, si bien existen argumentos para señalar críticamente lo que su producción representa, su trabajo posee un elemento reflejante, arroja una imagen espeluznante del mundo contemporáneo: el valor de la vida (y de la muerte), la búsqueda desesperada de salud, el hambre de banalidad decorativa y, al mismo tiempo, el arte como activo financiero.
Se lo acusa de banalidad, de opulencia, de mercantilización. Pero el dedo alzado no alcanza a ver que, si bien existen argumentos para señalar críticamente lo que su producción representa, su trabajo arroja una imagen espeluznante del mundo contemporáneo.
Hirst es un artista, pero es también un coleccionista y un empresario. Estas aristas no deben perderse de vista al momento de observar sus piezas. Conoce el funcionamiento del mercado, diversifica su trabajo en función de ese saber, entiende la lógica mediática y la explota al máximo. Pero luego está la experiencia directa del espectador, la sobrecogedora sensación de encontrarse ante obras con una potencia particular, no sólo por su precisa manufactura sino por la paradójica inversión de tantos recursos en gestos en el fondo muy simples, contundentes, que ponen ante el cuerpo del observador pruebas irrefutables de que que el arte es, entre otras cosas, un marco para el duelo.
“El gran arte –o el buen arte– es cuando lo miras, lo experimentas y se queda en tu mente. No creo que el arte conceptual y el arte tradicional sean tan diferentes. Hay arte conceptual aburrido y arte tradicional aburrido. El gran arte es cuando no puedes dejar de pensar en él, entonces se convierte en un recuerdo”. Como las píldoras de sus gabinetes, Hirst produce frases como ésta, que encapsulan algo así como la poética de un artista que es, al mismo tiempo, una marca comercial. Su sentido de la oportunidad lo ha llevado a titular una de sus piezas (presente en el Museo Jumex) Hermoso, infantil, expresivo, insípido, no es arte, demasiado simplista, desechable, cosa de niños, carente de integridad, giratorio, nada más que caramelo visual, celebración, sensacional, cuadro indiscutiblemente hermoso (para encima del sofá) (1996).
Dinero… y otras obviedades
En el centro de la Sala 1 del museo se halla una pieza que parece irradiar las distintas ideas que animan la obra de Damien Hirst. Por el amor de Dios (2007) es un cráneo que, fundido en platino, está recubierto de diamantes. Es una escultura evidentemente costosa, pensada para intervenir de forma agresiva en el mercado del arte –específicamente las subastas– y producir un alud de notas de prensa, pero en ella opera también una alusión a las calaveras aztecas de los ritos funerarios, decoradas con piedras preciosas. La muerte enjoyada, como una especie de reliquia rodeada de cerezos en flor.
‘Power, Corruption & Lies’, el título del álbum de New Order, contiene los términos habituales a los que recurren los críticos de Hirst y un sector del arte contemporáneo decididamente mercantilizado.
Power, Corruption & Lies, el título del segundo álbum de New Order, contiene los términos habituales a los que recurren los críticos de Hirst y, más ampliamente, de un sector del arte contemporáneo decididamente mercantilizado. Lo que distingue al artista británico es la participación abierta, sin culpas ni remordimientos, en esta lógica, plenamente incorporada a su trabajo. Quien lo dude puede rastrear noticias en Google colocando el nombre del creador seguido de escándalo, polémica, críticas y lo que se acumule. Encontrarán desde tiburones podridos hasta manipulación de fechas de composición.
La cuestión es que los reproches morales no impiden que podamos encarar con fascinación las alusiones neoplasticistas de Cajas (1988), el gesto pop de Crematorio (1996), la mezcla de entomología e ironía religiosa de Contemplando el poder infinito y la gloria de Dios (2008) o la precisión quirúrgica de Invadiendo la Ciudad de la Luz (2011). Todo ello, además de animales en formol y Pinturas de puntos, ofrece Vivir para siempre (por un momento). Caramelos visuales y hallazgos formales, producción en serie y gestos irrepetibles, cinismo pero también una búsqueda personal de casi cuatro décadas.
Vivir para siempre (por un momento)
El crítico Michael Bracewell ha escrito que “Hirst lleva mucho tiempo haciendo elocuente en su arte –dando vida, con detalle forense– la narrativa y el drama de nuestra relación empática entre mortalidad y conciencia”. Por su parte, Arthur C. Danto consideró los Gabinetes médicos “una constelación de naturalezas muertas que expresan y reflejan el cuerpo humano como campo de vulnerabilidades y de esperanzadoras intervenciones médicas que han sustituido al cuerpo como agente narrativo que los artistas deben aprender a representar en posturas heroicas”.
El crítico Michael Bracewell ha escrito que “Hirst lleva mucho tiempo haciendo elocuente en su arte la narrativa y el drama de nuestra relación empática entre mortalidad y conciencia”.
Al final, la obra de Damien Hirst espera en el Museo Jumex para que cada visitante saque sus conclusiones. La Sala -1 presenta materiales que ilustran las facetas del artista, incluyendo su incursión (de nuevo polémica) en los NFTs o la creación de la Newport Street Gallery en Londres, ambos esfuerzos por volverse, una vez más, relevante en la escena artística. Es un icono del arte contemporáneo, en un sentido amplio, y sus irradiaciones se pueden sentir desde el bulevar Miguel de Cervantes, con la quijotesca La Virgen Madre (2005) aguardando con sus diez metros de altura.
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