En alguna ocasión Georges Didi-Huberman expresó: para saber hay que imaginarse, para recordar hay que imaginar. Ahí donde es necesaria la fabulación es preciso dejar que las imágenes, en su simplicidad y su complejidad, sobrevengan y se impongan a los sentidos. Su totalidad legible articula una tercera imagen producto del montaje de planos opuestos; una imagen vibrante, efecto de la colisión entre la belleza y lo que se esconde debajo de ella, descubre una dimensión especular que cuestiona la estructura aparente de las cosas.
El cine tiene la capacidad de captar lo simultáneo, de capturar lo inmediato, lo urgente y lo bello del mundo, pero también de interrogar el horror que lo acompaña. Al tratar de expresar cosas que parecen desconectadas, imposibles de plantear en el discurso hegemónico, aparece la potencia de la escritura y el montaje documentales, que derivan en formas abiertas, capaces de hacer estallar las fronteras entre lo personal y lo histórico, entre la realidad y la ficción. El contexto social hace del cine un actor político de primer orden, lo que supone no sólo imaginación y memoria sino también solidaridad e innovación comunitaria, resistencia y lucha por sistemas alternativos. Aspectos nucleares en la filmografía de Travis Wilkerson, cuya crítica política y social parece concentrar todo un esfuerzo por subvertir los formatos y la manera de hacer cine.
El cine de Wilkerson pone sobre la mesa la aparente división entre ficción discursiva y relato documental, mientras analiza los mecanismos de creación de sentido. A la manera del cubano Santiago Álvarez, propone un laboratorio de imágenes que vincula temas emergentes, cartografía lugares marginales y crea alternativas imaginativas fuera de la cultura dominante. La historia, la información y las imágenes pueden ser manipuladas por los medios masivos de comunicación, las instituciones y los dispositivos técnicos que las producen. Filmes como ¿Quién mató a Cock Robin? (2005), ¿Metralleta o máquina de escribir? (2015) y ¿Te has preguntado quién disparó? (2017) no proponen una solución, pero sí una defensa ante los problemas que enfrentamos: lo individual sobre lo colectivo, la indiferencia sobre la solidaridad. La expresión de esta actitud se diversifica en un espectro plural de pensamientos y modalidades discursivas en donde la escritura y el cine se complementan, liberando a la imagen y el sonido de las jerarquías significantes. Lo que explica los temas que atraviesan su obra, las redes de sentido potenciales y los problemas que plantean.
Familia nuclear
Es terriblemente difícil mostrar a qué estamos expuestos vitalmente. Desde este punto de vista puede comprenderse cómo la preocupación por la guerra nuclear condujo a Travis Wilkerson a convertir sus pesadillas en denuncias, a elevar el pensamiento para construir su propia historia. Su padre fue piloto condecorado en la guerra de Vietnam. En cierta medida esto incitó a sus padres a huir de ambientes segregacionistas y crear una nueva narrativa para su descendencia. Para Wilkerson la guerra y el racismo son el desastre, el desastre de la violencia que nos negamos a ver. Los temores de la Guerra Fría, en un tiempo en que el mundo entero vivía bajo la amenaza de la bomba atómica, impregnaron su infancia.
Con toda seguridad lo anterior lo inclinó a tratar esos temores en su más reciente filme, Familia nuclear (2021). Travis Wilkerson expone en esta película-ensayo tres dominios vinculados a la producción nuclear. El primero es el de la técnica como esfera usada para la violencia. El segundo es el de la ética y sus consecuencias, es decir: ¿quién produce las armas nucleares?, ¿dónde las producen?, ¿qué implicaciones tienen para la vida en un sentido extenso?, ¿qué responsabilidad asumimos? El tercero es el de la historia de Occidente y la creación de silos nucleares. Este cine-ensayo muestra diferentes distopías que suceden a partir de la producción nuclear, una reflexión paradójica cuya fuerza profética nos hace pensar: ¿cómo vivir en un estado de constante terror ante la amenaza nuclear?
Familia nuclear es un road trip singular donde la familia Wilkerson emprende un viaje a lo largo de Montana para visitar diferentes silos nucleares. La serie de trayectos-viajes opera como un proceso de asociación de su propia biografía, su propia historia, incluso podría decirse que pone en relación diferentes postales que rememoran y proyectan tiempos distintos que abren una pregunta y un desplazamiento impensado. Viajar podría entenderse como una travesía arqueológica por diferentes territorios, huellas y marcas de la memoria. Un álbum de recuerdos y experiencias entrelazados por la música de Sun Ra, Lorkin O’Reilly, Radar Bros y el grano de la voz de Travis y Erin Wilkerson. Y por ello vemos un decisivo acercamiento al problema.
Apuntar a la tierra
Desde los primeros minutos escuchamos la voz en off de Wilkerson, operando como un arma de denuncia y de análisis político-social. No es para nada un recorrido turístico sino una enunciación geografía, una confrontación de los desordenes del mundo y, muy particularmente, de los originados por la producción de armas nucleares. Esto lleva a reflexionar sobre fragmentos del pasado que alojan su propio discurso, historias inconexas que nos ayudan a pensar el presente desde una perspectiva renovada. La apelación evalúa diferentes historias de exterminio: los nativos americanos, los jabalíes, la naturaleza. Travis Wilkerson extrae de esta relación las constantes discursivas que mueven la fabricación de silos nucleares y el almacenamiento de misiles. Inexplicable como proyecto y realización, el acontecimiento absurdo de apuntar a la tierra con un arma se convierte en una imagen visible y legible portadora de un efecto tan actual como virtual. Todas las imágenes guardan secretos que dejan pistas para desentrañarlos. Pistas que hacen posible señalar el estrecho vinculo entre miedo y guerra.
En este cine-ensayo encontramos una estructura compuesta por múltiples aristas que van de la investigación científica a la investigación social, de la crítica ética y a la política. Se trata de producir conexiones para reproducir de modo diferente las imágenes, las ideas y las historias. Mediante un modo de composición que entrelaza una interrogación arqueológica y una mirada ética, Wilkerson describe el desinterés de los gobiernos e instituciones por los efectos nucleares, evidenciando su incapacidad para afrontar una posible crisis que originaría una reacción en cadena producida por la detonación del nitrógeno del aire y el hidrógeno en los océanos, acabando con la vida en el planeta en un abrir y cerrar de ojos.
Las diferentes formas de lectura que ofrece Familia nuclear convergen en la idea de una nueva organización social que responda a una situación de crisis. Así, a través de planos fijos y fotografías se muestran diferentes lugares de Montana en donde se han vertido productos nucleares en el suelo. Estas áreas próximas a zonas residenciales tardarían alrededor de 75 años en descontaminarse, lo que conduce a la pregunta: ¿adónde va todo ese plutonio transportado por el aire? Convertir la tierra en arma, normalizar las atrocidades, aceptar las bombas nucleares es una violencia de dimensiones descomunales. Sin importar la manera en que se mire, una violencia da lugar a la otra.
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