Pregunte en su próxima reunión de conocidos cómo imaginan el futuro en 2050. La mayoría hablará de autos que se conducen solos, energías “limpias”, celulares cada vez más portátiles y con mejores funciones, navegar por Internet con la mente y otras fantásticas acciones que son posibles a través de asombrosos gadgets. Algunos, los menos, hablarán de robots asistentes o ciudades en Marte. Prácticamente nadie señalará diferentes ropas o comportamientos, costumbres o formas de la música, tipos de historias, ceremonias, relatos o palabras que usaremos. Mucho menos se referirán a ideas de la filosofía, el arte, la religión o el pensamiento. El imaginario sobre el futuro está completamente intervenido por el discurso tecnológico de las grandes corporaciones, que no sólo manipulan nuestro presente sino también nuestra idea de lo que vendrá, vendiendo sus productos y servicios como única posibilidad de progreso de la especie humana.
Una sencilla búsqueda en Google (“Cómo será el futuro”)nos lleva a un listado de páginas web en la que, luego de algunas vaguedades de rigor, se hace hincapié en la necesidad de implementar las energías convenientemente llamadas “limpias”. Es el discurso principal que abunda sobre el futuro. ¿Qué países impulsan estas tecnologías, qué compañías han creado enormes negocios en torno a esta “limpieza” energética? Tesla, cuyo CEO es Elon Musk, es la más famosa. Pero una de las menos conocidas y que paga publicidad en Google es RWE, un grupo de capitales alemanes que vende plantas generadoras de energía. Esta última directamente anuncia en su página que su misión es “dar forma al futuro”.
Breve historia del futuro
James Gleick explica en su libro Viajar en el tiempo que el concepto de “visitar el futuro”, dos siglos atrás, “no existía en el repertorio”. La Segunda Revolución Industrial obligó a los fabricantes a programar su producción, a trazar planes e intentar prever lo que vendrá para cuidar o expandir sus negocios. Los vertiginosos cambios tecnológicos y sociales de fin de siglo XIX nos obligan a meditar sobre el mañana, con la pregunta “Si esto es posible, ¿qué vendrá después?”. La ciencia y la tecnología invitan a pensar en el progreso, a diferencia del pensamiento dominado exclusivamente por los parámetros religiosos, mucho más estáticos y tendientes a las certezas. La ciencia ficción es una literatura creada principalmente para pensar en el futuro, en las posibilidades que el hombre puede alcanzar a través de la técnica. Y por eso ambos mundos, tecnología y literatura apoyada por la filosofía, comienzan a dialogar en el terreno de adivinar lo que vendrá.
El creador del término ciencia ficción fue Hugo Gernsback, quien dirigía una revista de tecnología y comenzó a publicar relatos que inauguraron el género en su versión moderna. Por ello el género fue positivo hacia la idea de un futuro formado por aparatos cada vez más asombrosos. En los años cincuenta empezó la discusión que lo convertiría en una literatura verdaderamente significativa. Los escritores abandonaron toda pretensión de auxiliar pedagógicamente a científicos y docentes, o de ser inspiradores de fabricantes de tecnología y educadores de usuarios, para discutir los paradigmas que hasta entonces regían la idea de futuro. El mañana brillante signado por los avances y el progreso tecnológico se cuestionaba al calor de la bomba atómica y del miedo a la guerra nuclear, los horrores de los bombardeos aéreos y el napalm de Corea y Vietnam. Los años ochenta y noventa encontraron a los escritores alertando sobre las consecuencias de la digitalización, los metaversos y la deshumanización de la tecnología que invadía los hogares, las costumbres y la imaginación.
Entonces la ciencia ficción se transformó en la literatura del presente. Obras clásicas del género adaptadas al cine para que las vean millones, la narrativa televisiva invadida por los recursos y los temas del género y la tecnología que abunda cada vez más generaron el ambiente propicio para la masividad, pero también el vaciamiento del significado de la ciencia ficción como agente de advertencia social. Y las grandes compañías tecnológicas, con sus CEOs devenidos gurúes, se transformaron en los voceros del mañana, moldeando el ideal positivo que estas empresas necesitan para que compremos el porvenir en la MacStore más cercana.
Podemos imaginarlo por usted
La serie For All Mankind, producida por Apple TV+, narra una realidad utópica en la que los gobiernos del mundo, que representan a comunidades y naciones, hubiesen mantenido una sana competencia para conquistar el espacio en nombre de la raza humana. La serie parte de una premisa sencilla: ¿qué habría pasado si Rusia hubiese llegado primero a la Luna? Luego de responderla en el primer tramo, continúa con una aventura francamente memorable y emocionante en la que tanto estadounidenses como rusos van paso a paso internándose en el espacio profundo. Más allá de la infantil sensación de excitación que me invadió al visualizar una historia escrita y producida con gran maestría, no dejo de pensar que es una cachetada a los deseos más profundos de un socialista como yo, para quien esta utopía de la compañía creadora del iPhone me recuerda que hemos dejado en manos privadas aquello que era una conquista de la humanidad. Los cohetes ya no llegarán a Marte por el esfuerzo coordinado –aún sorteando sus propias miserias– de políticos, diplomáticos, científicos e instituciones, sino por el afán de lucro y el capricho de un minúsculo puñado de millonarios que enviarán naves al espacio para publicitar sus autos eléctricos.
El espacio es sólo una parte de lo que quieren apropiarse los magnates tecnológicos. Lo que realmente buscan es privatizar el futuro. La idea de un mañana superpoblado de gadgets y artefactos, de tecnología para controlar la energía que motoriza a las fábricas y los hogares, que controla alimentación, respiración, movimiento, trabajo, ocio y educación, colabora con el proyecto de Silicon Valley de no permitir una existencia libre de sus productos. Vivir en Marte en colonias construidas por sus empresas es una pesadilla de la que es necesario estar advertidos para despertar antes de que nos atormente. También es importante enfrentarlo con imaginación, creando mundos donde sean posibles otros futuros. Tal vez ahí hay una utopía sobre la cual es necesario escribir.
Las empresas de tecnología han acaparado el discurso sobre el futuro. ¿Cómo es el de Google, Samsung, Microsoft? ¿Qué otras formas de imaginarlo tenemos? Ted Chiang y otros escritores de ciencia ficción colaboran con las grandes tecnológicas para imaginar un porvenir atado a sus productos. ¿Es posible imaginar otra clase de futuro?
La entrada El futuro que nos dictan se publicó primero en La Tempestad.
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