lunes, 25 de abril de 2022

Una palma para la Glorieta de la Palma

A pesar de los cambios que sufre nuestra ciudad cotidianamente, nos gusta pensar que estamos en un entorno estable, controlado y definido. Pero no es así: la ciudad se transforma y con ella sus calles, monumentos y árboles. El Paseo de la Reforma es prueba de ello: la mayoría de sus componentes han sido alterados, movidos o modificados de alguna forma en tiempos relativamente recientes. El Caballito, por ejemplo, se fue a la Plaza Tolsá en el Centro Histórico. Los Indios Verdes se exiliaron de esta parte de la ciudad hace mucho tiempo. La Diana se fue y regresó, desplazando a la efímera Fuente del Cutzamala. El Cuauhtémoc ya no está en el cruce con Insurgentes. La Fuente de Petróleos ahora luce muy diferente en medio de pasos a desnivel y elementos que antes no existían. Y del Colón aún no podemos concluir su peregrinaje.

Una palma centenaria

Los que siguen estando en el mismo lugar, y con las mismas características de cuando fueron creados, son la Columna de la Independencia (1910) y la Palma en el cruce con Niza (ca. 1915), hasta ahora, que ha sido retirada por su lamentable muerte. Equiparar un árbol, en este caso un magnífico ejemplar de Phoenix canariensis, con un monumento escultórico y concreto puede sonar extraño, sobre todo cuando la mayoría conmemora personas, fechas, batallas o fundaciones, más aún en Reforma, una avenida llena de información referencial sobre sucesos históricos, empezando por su nombre.

La Palma no conmemoraba nada, acaso su propia existencia. De hecho fue plantada, junto con otra en donde hoy está la Diana, como adorno temporal mientras se asignaba un monumento a su glorieta. La palma que hoy retira el Gobierno de la Ciudad de México empezó a simbolizar estabilidad y continuidad; sin darnos cuenta se convirtió en un respiro, un espacio de Reforma libre de contenido nacionalista, de enaltecimiento de personajes y reiteraciones de fechas. La Palma complementaba el paisaje y creaba un punto de referencia libre de significados poscoloniales, racistas o provenientes de la historia oficial; los ciudadanos la admirábamos por su altura y su carácter imponente, nada más.

Su perseverancia por poco más de un siglo fue sorprendente, sobre todo en una ciudad en la que es común que desaparezca cualquier cosa por motivos misteriosos y, la mayoría de las veces, con resultados indescifrables con los cuales la ciudadanía se tiene que conformar. Los árboles monumentales dentro de las ciudades, como la Palma, suelen ser muestra de nuestra necesidad de mantener contacto con la naturaleza, muchas veces domesticada y controlada para el disfrute de los usuarios del espacio público.

Glorieta de la Palma

Postal que muestra la glorieta vista desde el Ángel de la Independencia, en 1920

La ciudad y los árboles

La Phoenix canariensis fue introducida en el país por el horticultor de origen japonés Tatsugoro Matsumoto en la última década de siglo XIX. Decidió traerla al país después de verla ya aclimatada en Lima, ciudad por la que el también paisajista llegó a América. La especie logró adaptarse a las condiciones de la Ciudad de México, donde ha sido bastante exitosa, incluso asilvestrándose y reproduciéndose en todo tipo de jardineras, camellones, parques y bosques urbanos. Por su privilegiada ubicación, la Palma sobrevivió a los congéneres que solían poblar muchas otras zonas de la ciudad: sorteó las demoliciones causadas por la apertura de los ejes viales, los terremotos, el tráfico vehicular, la plaga del muérdago y todas y cada una de las manifestaciones que pasaron por Reforma durante el siglo XX y lo que va del XXI, en las cuales nunca fue objeto de vandalismo.

Hoy la población de Phoenix, que ya se ha vuelto característica de la ciudad, corre un grave riesgo. Aunque seguramente pudo haber recibido mayor mantenimiento, la muerte del ejemplar histórico de Reforma no es culpa de nadie: los árboles nacen, crecen, se reproducen y mueren. Algunos viven más tiempo, como los ahuehuetes (Taxodium mucronatum) o los cipreses (Cupressus lusitanica), que también alcanzan cientos de años de vida. Las Phoenix canariensis tienen una vida promedio de 200 años en condiciones óptimas y en su hábitat natural; aunque la Palma tuvo una larga vida, Reforma no cumplía con esas características. La altitud y la contaminación crónica, así como la salinidad del suelo, la debilitaron; las infecciones micóticas fueron la estocada final.

A principios de los años ochenta, dentro de un programa de rescate de la imagen urbana dirigido por el Departamento de Obras Públicas del entonces Departamento del Distrito Federal, el Paseo de la Reforma fue renovado. Esto incluyó el mantenimiento y la renovación de su vegetación: se plantaron ahuehuetes en torno a la Fuente del Cutzamala, jacarandas alrededor del Ángel y palmas que rodeaban el cruce con Niza. El nuevo paisajismo dialogó con la histórica Palma. La importancia de este ejemplar se percibe en las numerosas teorías sobre su origen, una más fantasiosa que la otra.

Horror vacui

Los mexicanos tememos al vacío, no estamos acostumbrados a él. Esto nos lleva a tomar decisiones apresuradas, con la mente aún dispersa, sobre todo dentro de una ciudad. Un hueco puede ser confundido con abandono o falta de mantenimiento por parte de las autoridades. Por ello antes de que se iniciaran los trabajos de remoción de la Palma comenzó a plantearse con qué habría de sustituirla, como si el vacío temporal de la glorieta causara una incomodad imposible de soportar.

El Gobierno de la Ciudad de México ha abierto una consulta pública para decidir qué especie habitará el vacío. La respuesta no es una ceiba (Ceiba pentandra): necesita mucha agua, pues proviene de las selvas del sureste mexicano; aquí, además de sufrir la sequía, no crecería tan vigorosamente como en su hábitat. Una jacaranda se perdería entre las miles que explotan en floración cada primavera, restándole importancia a la glorieta. Se ha propuesto un sicomoro mexicano (Platanus occidentalis), pero también requiere mucha agua pues crece a las orillas de los ríos, y es frecuente víctima mortal del muérdago. Pese a ser un excelente integrante de la flora de la Ciudad de México, el fresno (Fraxinus uhdei) ya puebla profusamente los camellones laterales de Reforma. Aunque originarios del Valle de México, los ahuehuetes tampoco son una buena opción: su crecimiento es lento y prolongado y se requerirían de varias décadas para obtener la imagen que se desea.

El crecimiento relativamente rápido de la Phoenix canariensis, junto con su verticalidad y el simbolismo que le asignamos, la vuelve la especie idónea para seguir ocupando la Glorieta de la Palma. Conservar la imagen histórica del Paseo de la Reforma debe de ser una de las prioridades de la Ciudad de México, y esto incluye sus árboles. El mayor homenaje a la histórica Palma sería poner una nueva, que perpetuara su presencia en Reforma. Pocos árboles han sido monumentalizados en la ciudad, y casi ninguno de forma tan universal como la Palma, que logró personificar –de manera fortuita– conceptos tan abstractos como profundos y significativos: el contacto con la naturaleza, la permanencia y la continuidad y, finalmente, algo en lo que todos estuvimos de acuerdo por más de cien años: la belleza.

Aldo Solano Rojas es historiador del arte especializado en arquitectura y espacio público; candidato a doctor por el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM

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