jueves, 28 de abril de 2022

El ‘fade out’ de la experiencia sensible

¿Qué pasará con las artes en el futuro? Cuando Cézanne pintaba su reloj negro no podía imaginar que esos objetos sencillos de la vida cotidiana, retratados con crudeza y melancolía, serían el pulso del arte del siglo siguiente. Charles Chaplin, Andy Warhol o William Burroughs fueron más que artistas, vislumbraron que su presente un día sería el futuro. En este tiempo vemos algunas tendencias que, lejos de entusiasmarnos, vuelven todo más sombrío. En esta columna reunimos algunos indicadores y aventuramos una hipótesis: en la era de la hiperreproductibilidad técnica, los estándares modernos van quedando atrás y se imponen los productos prefabricados sin autor.

Música de cañerías

El método de composición de muchos de los que hoy son los 200 éxitos de Spotify se llama toplining, en el cual el artista que produce el track compra una base prefabricada sobre la que luego agrega una línea vocal. Los hits, entonces, son más instantáneos que nunca. Esta forma es utilizada por los principales nombres de la industria, y algunos toplinings se han vendido por menos de 50 dólares a quienes luego los convirtieron en éxitos. Esta práctica común contrasta con aquellos sesudos debates de las revistas especializadas y apasionados melómanos que determinaban si una música era “comercial” o si una banda se había “vendido” al sistema. Todas esas elucubraciones hoy parecen un hilar tan fino que se recuerdan con media sonrisa, y saludamos “Africa” de Toto como si fuera el Concierto para piano no. 3 de Serguéi Rajmáninov.

Los especialistas señalan que, más allá de las modas, se ha perdido calidad al componer canciones. Hace poco, en una entrevista, le preguntaron a Sting qué opinaba de los éxitos del pop actual, y él señaló “la asombrosa falta de puentes” en las canciones. El puente es un pedazo de la canción que anuncia el estribillo y funciona como una melodía pegadiza alternativa. Sting, que vendió su catálogo personal por 300 millones de dólares recientemente, algo sabe de composición de hits. Lamentablemente, su estilo pertenece a un pasado cada vez más remoto, ese Imperio Romano de la música pop que fueron los años ochenta.

Arte digital: caro o gratis

El fenómeno de los NFTs elevó considerablemente el costo del acceso al arte digital. En principio, la nueva tecnología permite que muchos artistas emergentes coloquen su obra más experimental en sitios como SuperRare, pero también abrió la puerta a que cualquier oportunista prácticamente estafe a los coleccionistas con obras de escaso valor. Esta dicotomía es rancia y no es un problema nuestro. Lo cierto es que la consolidación del fenómeno NFT implica que ni siquiera el arte digital es terreno libre de hipercapitalismo, y la mayor parte de esta tendencia pone en primer plano la inversión de los propietarios y opaca por completo cualquier lectura o trabajo de crítica sobre las obras. No hay espacio para el análisis cuando todo lo ocupa un mercado desregulado. Por eso la pauperización de este campo fue tan veloz y tan clara para quienes observaron sin tiempo a la perplejidad.

Por el contrario, el proyecto DALL·E 2 crea imágenes artísticas a partir de los pedidos de los usuarios. Quien ingrese a su página y solicite un sofá con forma de mano donde hay sentado un gato que tiene puesta una gorra de beisbol tendrá un hermoso dibujo que corresponde exactamente a lo que pidió. La IA es capaz de crear cualquier motivo, y esta promesa es desafiada constantemente por los usuarios ociosos de todas las redes sociales. Los más desprevenidos se asombran de que una computadora haya llegado al estadio de reemplazar a los seres humanos en sus capacidades artísticas, pero en realidad debo pensar que o están fingiendo un asombro demagógico hacia otros lectores de posteos en redes sociales o simplemente no prestaron atención a los avances tecnológicos de los últimos años. Y donde unos ven el potencial de la informática para reemplazar al humano, yo no tengo más opción (tal vez por una formación suavemente marxista en mi improvisada educación intelectual) que ver una nueva forma de crear arte barato e incluso gratuito, precisamente todo lo contrario al fenómeno de los NFTs.

Ricos & offline

El arte de calidad en manos de grandes masas y de fácil acceso parece ser una utopía que pertenece a un tiempo cada vez más lejano. Desde los cuadros de artistas emergentes, que gracias a las tecnologías digitales pueden valer tanto como el del más reputado pintor de trayectoria, hasta las sencillas carátulas de discos, que quedaron reducidas a JPG en listas de reproducción, mientras que los vinilos –con sus tapas brillantes y sensuales– se han convertido en verdaderos artículos de lujo.

Patricio Erb explica en La villa miseria digital (Ediciones Paco, Buenos Aires, 2021) que los ricos vivirán un futuro offline, ya que “las clases altas […] descubrieron el diferencial de la experiencia corporal. Y no se trata sólo de entretenimiento, sino de accesos”. En el ensayo que da título al libro el autor se pregunta si “las pantallas” no son verdaderos barrios pobres donde se reúnen aquellos que necesitan accesos gratuitos a los consumos, pauperizados por el capital que precisa relaciones costo-rentabilidad cada vez más obscenas. Por su parte, los acaudalados pagan los NFTs y consumen conciertos exclusivos donde un verdadero artista toca las obras antiguas que conmueven a la humanidad con la maestría que se requiere, en conciertos privados y teatros cada vez más exclusivos.

El arte automatizado hecho por una página web, las canciones que parecen salidas de la radio que escucha el protagonista de 1984 mientras una señora de la prole tiende la ropa ingenuamente, la omnipresencia de las películas de superhéroes hechas para un público masivo e infantilizado, el reinado de Netflix con sus series diseñadas con estudios de consumo: no son más que algunas muestras de cómo el arte popular se pauperiza al ritmo de la paulatina deshumanización de la experiencia sensible.

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