En el siglo XXI nos hemos dado cuenta de una cosa: las etiquetas y los conceptos que utilizábamos antes han quedado rebasados: populismo, totalitarismo e, incluso, el antiguo eje izquierda-derecha. Algunos académicos, como el historiador italiano Enzo Traverso, afirman que tendremos que crear nuevas definiciones para los fenómenos que ya vivimos y para los que vienen. Muchos articulistas –víctimas de la pereza mental– nos advierten que la historia siempre se repite y ven reencarnaciones de Mussolini y Hitler en todos lados. Sin embargo, vivimos años que ameritan análisis puntuales que tomen en cuenta los matices y no sucumban a la visión maniquea de los medios masivos de comunicación.
En Cómo funciona el fascismo (2019) –título para su distribución en América Latina– Jason Stanley, profesor de filosofía de la Universidad de Yale, intenta actualizar lo que entendemos por el término. A través de diez capítulos presenta ensayos que analizan cómo los extremismos y la ultraderecha están en auge y, además, presentan nuevas caras difíciles de clasificar. El pasado mítico, la propaganda, el antiintelectualismo, la irrealidad, la jerarquía, el victimismo, el orden público, la ansiedad sexual, Sodoma y Gomorra y Arbeit macht frei (El trabajo hace libre) son los pasajes que sirven a Stanley para diseñar un mapa en el que podemos encontrar algunas características no sólo de varios líderes mundiales sino de partidos políticos, empresas y organizaciones clandestinas que han cobrado cada vez más poder en la arena pública, sobre todo en las redes sociales.
Cómo funciona el fascismo se puede vincular, por ejemplo, con algunas obras que estudian a la extrema derecha, como La mente reaccionaria. El conservadurismo desde Edmund Burke hasta Donald Trump de Corey Robin o La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común? de Michael J. Sandel. En estas obras podemos observar distintos tipos de comportamientos sociales que son aprovechados por las élites para llevar su agenda a la política real. Como suele pensar la gente, la extrema derecha tiene como cara pública a un político; sin embargo, la manera de pensar reaccionaria y discriminadora se basa –como ejemplifica Stanley– en razones más estructurales que, además, se nutren a través del tiempo.
En el último capítulo, “Arbeit macht frei” (frase en numerosos campos de concentración nazis), Stanley hace un recorrido por la discriminación sistemática en programas de asistencia social, la erosión social en los barrios afroamericanos estadounidenses que nutre, a su vez, las cárceles, y un individualismo extremo que premia el esfuerzo sin importar que muchos queden fuera del juego desde el inicio. Esto ocurre desde hace décadas sin que merezca mayor atención en los medios, porque alimenta un prejuicio que devalúa al otro y lo vuelve un chivo expiatorio ideal, sobre todo en tiempos convulsos. El culto al trabajo –implementado por el totalitarismo del siglo XX– demoniza a los grupos que buscan preservar sus derechos ante el avance del capitalismo voraz, como los sindicatos. El darwinismo social que vivimos en esta época, con la casi extinción del Estado de bienestar, es, simplemente, otra cara del fascismo.
Cómo funciona el fascismo es sobre todo un documento de alerta que deja para el final, y apenas esbozadas, las causas de lo que señala. Me parece que esto no es un defecto del libro sino que necesita complementarse con otras lecturas. No aborda el caso de América Latina ni otros países del Sur Global. Stanley explora en particular la génesis de las posiciones de la ultraderecha cuando pone en relieve la desigualdad y su influencia en el auge de políticos radicales como Donald Trump, entre otros. El blanco empobrecido ha sido, durante los últimos años, la carne de cañón para los republicanos y distintas organizaciones fuera de la política tradicional estadounidense. Sin embargo, como afirma el autor, en lugar de dirigir la inconformidad a las élites económicas –oligarcas legitimados como emprendedores–, los grupos de ultraderecha se enfocan en las minorías raciales, feministas, inmigrantes, entre otros.
La ecuación, cuando se le suma por ejemplo la gran cantidad de teorías de la conspiración cada vez más fantasiosas (pensemos en supuestas redes de pedofilia reunidas en pizzerías o hasta en la resurrección de personajes como John F. Kennedy), es una receta para cualquier tipo de explosión social y, sobre todo, para que la política tradicional quede superada. A menudo los liberales de mercado denuncian a los líderes ultraderechistas como personajes fuera de control. Sin embargo, ambos se retroalimentan. Por esta razón los diagnósticos que leemos en los medios por sus representantes se quedan siempre en la superficie. El libro de Jason Stanley es un buen inicio para ir un poco más allá en el análisis.
Jason Stanley, Cómo funciona el fascismo. Diez conceptos clave para entender el auge y los peligros de los nuevos tiranos del mundo, traducción del inglés de Laura Ibáñez, Blackie Books, México, 2021
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