A cuatro décadas de la primera Marcha del Orgullo LGBT +, presentamos esta reunión de testimonios, realizada en colaboración con Anal Magazine. Esta serie, que inició en La Tempestad 135 (junio de 2018), ofrece un mosaico que aspira a expresar la diversidad sexual-creativa mexicana. El conjunto de textos, que consta de cuarenta voces, agrupa no sólo a artistas y diseñadores, sino también gestores culturales, curadores, editores y personas del mundo de las ideas. En esta cuarta entrega Ximena Cuevas (1963), videoasta, ahonda en su práctica.
¿Cómo empezó tu proceso creativo?
Nací en el mundo del arte. Soy de las privilegiadas. Lo mamé de cuna. Ser hija de artista es no tener ningún tipo de frontera para entender el arte como parte de la vida. Mi papá me dibujaba personajes en el cuerpo, que cobraban vida. Él iba llenando la hoja en blanco de personajes, de mundos imposibles. Nunca me pregunté en qué momento porque así nací. Naces en el mundo del arte y la mirada es otra.
¿Tu preferencia sexual tiene una relación con tu creatividad?
Mi trabajo tiene que ver directamente con mi vida. De una manera completamente natural, desde que tomo tomar la cámara de cine lo que veo es un mundo femenino. No pienso en hacer un cine gay de mujeres, sino que surge de mí y se alimenta de lo que soy. Nunca me lo pregunto.
¿Tu práctica artística tiene relación con movimientos sociales?
Es muy importante encontrar tu reflejo en la cultura. En la antigua Grecia la cultura era un deber cívico, porque es el espejo de nuestras pasiones, virtudes y vicios. Iban a los pueblos y le pagaban a la gente para que fuera al teatro, para verse reflejados, para entender quiénes eran. Es importante que en una cultura se vea todo tipo de géneros, porque ése es nuestro espejo. Si los griegos lo planteaban así, que más se puede decir.
¿Tienes relación con la comunidad LGBT mexicana?
Nunca he sido propiamente activista porque trabajo de manera solitaria. Por eso estoy en el mundo del video, que es más como una pluma, como la poesía. Me cuesta mucho trabajo estar en el movimiento. Soy activa políticamente dentro de mi intimidad. Me tocaron unos años ochenta de absoluta libertad, irreverencia, creatividad, pasión. De un desgarramiento tremendo. Se empezaron a morir nuestros amigos, el sida se volvió parte de nuestras vidas. Tenemos una relación con el arte en la que no hay pretensión de futuro, no hay pretensión de ser: no voy a ser, no va a pasar. Porque somos mortales, porque nos morimos. Se dice como cualquier cosa, pero son tus amigos, son tus amores y eres tú el mortal. Y no fue hace tanto.
¿Cómo observas el futuro de la diversidad sexual en México?
El arte que a mí me mueve sale de las entrañas. El arte cuando no tiene alma me aburre. Me pasa bastante más con el arte contemporáneo y el cine. Ahora todo es copia de copia de copia. Estamos en un momento muy crítico, en un momento de cambio muy tremendo. No sé si sea malo o bueno. Las fronteras de género van a desaparecer. En una década la gente va a decir ¿cómo es posible que la gente LGBT estaba prohibida? ¿Cómo no se podían casar, cómo no podían tener hijos? ¿Cómo no podían decidir que su cuerpo era otro, diferente al que les tocó al nacer? Extraño muchas cosas de mis tiempos. Ahora hay mucho control de movimiento. Al tener acceso a todo se ha perdido el proceso de deseo. El deseo de leer un libro o de ver una película era una pasión.
¿Qué recomiendas a la juventud?
El cine de Akira Kurosawa, Ingmar Bergman, Roberto Gavaldón, Arturo Ripstein, Nicolás Pereda, Lucrecia Martel. El arte visual de Sadie Benning y Bill Viola.
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