lunes, 11 de junio de 2018

Pedro González Rubio

Nacido en Bruselas en 1976, es uno de los directores más cautos del cine mexicano contemporáneo: cuatro películas en una década. Su trabajo se caracteriza por borrar las fronteras entre la realidad y la ficción, sin que ello se imponga como una condición estética. Alamar (2009), docuficción sobre un padre que se despide de su hijo, fue seguida de dos películas que pueden leerse como esbozos de antropología fílmica: Inori (2012) e Ícaros (2014). Este año estrenó Antígona en el FICUNAM.

 

¿Qué te gusta hacer con tu tiempo libre?

Nadar.

¿Qué palabra utilizas con más frecuencia?

Exaaacto.

¿Cuál fue el último libro que te resultó admirable?

Farewell Song, de Rabindranath Tagore.

¿Y película?

El río, de Jean Renoir.

¿Qué disciplinas artísticas te interesan además de la suya?

Todas, aunque quizás más la música.

¿Qué música te conmueve?

Bach, ante todo. La catedral, de Agustín Barrios Mangoré. La voz arrulladora de Chet Baker. Nina Simone.

¿Qué te indigna?

Las clases sociales.

¿Qué te alegra?

Jugar con mis hijos.

¿Por cuál ciudad sientes debilidad?

Por Nueva Delhi. Me trae recuerdos de mis primeras fotos y de mi primer amor.

Mencione un momento del día que disfrute particularmente.

La ducha, ahí me vienen las mejores ideas.

¿Cómo descubriste tu vocación?

Mi padre me regaló una cámara réflex a los 16 años para mi clase de fotografía en la preparatoria. Señor Gupta, así se llamaba mi maestro de foto. A él le debo mi incursión en el retrato, que desembocaría en el mundo del cine documental.

¿Te identificas con algún personaje de la ficción?

Como cineasta, con el Marco Polo de Las ciudades invisibles de Italo Calvino.

Publicado en La Tempestad 133 (abril de 2018)



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