Durante la última década ha habido un tema constante en el cine mexicano (amén de la violencia generada por el narcotráfico): el trabajo. Desde diferentes puntos de vista los realizadores han abordado la crisis laboral que se vive en México. La insistencia de ficcionalizar la situación laboral se debe, en parte, a que se trata de un problema que afecta a casi toda la población: todos conocemos de primera mano las experiencias de familiares y amigos que se enfrentan a diario a conflictos relacionados con su rol ocupacional. El fenómeno laboral, por supuesto, desborda el relato fílmico; el cine, sin embargo, genera su propia radiografía de las cosas (ahí está, por ejemplo, el neorrealismo italiano y la forma en que recogió las carencias de la guerra) a partir de sus dimensiones estética y narrativa. Una película como La camarista (Lila Avilés, 2018), que hoy llega a las salas, da para pensar sobre este fenómeno; el filme de Avilés sigue con atención las actividades de una empleada de un gran hotel de la Ciudad de México; asfixiada por la rutina, la mujer busca hacia dónde hacerse.
Aunque en su relato prevalece el tema de la migración, Norteado (Rigoberto Perezcano, 2009) puede ser tomada como la cinta que renueva los discursos sobre la crisis social en México; la astucia del filme –que sigue a un joven que abandona su natal Oaxaca con el objetivo de establecerse en Estados Unidos– es mostrar el plan para huir de un país que no ofrece oportunidades que satisfagan las necesidades de sus habitantes.
Mezclando elementos de drama y comedia, Workers (José Luis Valle, 2013) muestra dos historias que se desarrollan en Tijuana: Rafael, empleado de limpieza, se enfrenta a un error de papeleo que obstaculiza su jubilación; Lidia, empleada doméstica, por otro lado, se niega a creer que su patrona le haya dejado su fortuna a un perro. La película –premiada en los festivales de Biarritz, Huelva, Guadalajara y Morelia– tiene puntos en común con Tiempo compartido (Sebastián Hofmann, 2018) –considerada la mejor película del año pasado por La Tempestad–, que ficcionaliza la labor de los empleados de un centro vacacional afectados por las dinámicas motivacionales de un consejero estadounidense. La laxitud de Workers es cercana a la de Almacenados (Zack Zagha Kababie, 2015) en la que un empleado a punto de retirarse (que se resiste a la idea de dejar de trabajar) se enfrenta al joven que lo reemplazará; también plagado de silencios y de situaciones absurdas, el filme es ejemplo de las diferencias generacionales de las nociones de trabajo y productividad.
El trabajo doméstico, también, ha sido recurrente. El tono nostálgico que reviste la historia de Cleo en Roma (Alfonso Cuarón, 2018), difiere del de Hilda (Andrés Clariond, 2014), una joven que asiste a una mujer que disfraza de altruismo su poder como empleadora y que después manifiesta su crueldad; el filme es irregular, sí, pero acierta en comparar al trabajo doméstico con el esclavismo. La destreza de La camarista, por otro lado, está en la solución que encuentra la heroína para enfrentar los vicios de su trabajo: la repetición y el encierro.
En tono de thriller está la pesadillesca Un monstruo de mil cabezas (Rodrigo Plá, 2015), donde una mujer encara a una aseguradora de servicios médicos que se niega a pagarle a su esposo un tratamiento; la administración ineficiente a causa del papeleo, la rigidez, las malas caras y actitudes de los empleados la lleva a tomar medidas drásticas para resolver la situación.
Mientras el cine continúa elaborando planteamientos sobre el trabajo, seguimos pensando cómo hacerle frente (o escapar) a la opresión de una estructura laboral que juega en nuestra contra.
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