Esta semana Valeria Tentoni (Bahía Blanca, Argentina, 1985) visitó la Ciudad de México para presentar dos libros: El color favorito (2023), una reflexión sobre la entrevista como género literario que es, a la vez, un retrato sutil de Alberto Laiseca; y Emociones lentas (2023), que reúne tres libros de poesía: Antitierra, Piedras preciosas y Pirámide. El primero fue publicado por Gris Tormenta, el segundo por Antílope. Ambos son una muestra de su escritura polifacética.
Existe una comunicación entre El color favorito y Emociones lentas. En Antitierra hay un poema que es casi un haiku, dice así: “En la cuadra en la que vivo / cuento más de cinco limoneros / desde mi balcón. // Quisiera hacer un solo color / con todo eso. // O una pregunta perfecta”. En El color favorito haces una alusión al relato de Lovecraft “El color que cayó del cielo”…
Es rara esa correspondencia. Yo me di cuenta después que estaba ese poema en Antitierra, cuando armé el libro que salió en Antílope. Y no suelo releer tanto, no recordaba ese poemita; no era de los que más valoraba pero ahora me di cuenta de que hay ahí un germen.
En varios de tus poemas aparecen gatos negros pero hay uno en particular en el que a uno se le describe así: “El gato no se movió hasta que giró la cabeza muy despacio / y me clavó sus ojos amarillos. / Uno de ellos estaba hundido por la presión de las espinas. / Era más bien horrible. Estaba aterrado…”. Recuerda a algo salido de Poe. No sé qué importancia tiene para ti la literatura de lo extraño, lo gótico. Entiendo que algo de Laiseca viene de ahí, pero no sé si a la fecha te causa interés.
El gótico sureño yanqui me encanta. Flannery O’Connor, Carson McCullers, a todas esas minas las leí. Hace muchos años que no las leo, pero esos períodos de lectura obsesiva se quedan. Me interesa. Silvina Ocampo también trabajó un poco con lo extraño, lo siniestro. Mis primeros libros de cuentos, que no se encuentran acá, son bastante oscuros. Pero este libro, El color favorito, es mucho más luminoso. Creo que soy una escritora distinta en cada libro. Siento que es medio esquizofrénica mi escritura, también escribo para niños. No sé por qué pasa eso. Pero sí hay vasos comunicantes.
“¿Qué puede pasar con la misma epifanía? Se me confirma esta hipótesis de que un artista, escritor o no, tiene muy pocas cosas que contar. Lo dirás de muchas maneras, pero no es tanto lo que entregas. Y por eso hay repeticiones. Hay que insistir en una idea.”
Hay una escena que se repite en El color favorito y en Pirámide, la del pintor que me habla del color violeta. Eso, que en principio me preocupaba, en una entrevista que le hice a Margo Glantz dejó de preocuparme: me habló del procedimiento de las variaciones, traída de la música y del jazz a la literatura. Yo le dije: Margo, tenés como el mismo arranque en distintos libros, pero después haces otras cosas. Son como repeticiones, volvés a usar el mismo recurso, la misma imagen, ¿por qué lo hacés? Y ella me dijo que los escritores desaprovechan mucho ese recurso, que también lo usan los pintores que, no sé, pueden pintar muchos jarrones… Y ahí me tranquilicé: las mismas imágenes en distintas exploraciones, ¿qué puede pasar con la misma epifanía? Se me confirma esta hipótesis de que un artista, escritor o no, tiene muy pocas cosas que contar. Lo dirás de muchas maneras, pero no es tanto lo que entregas. Y por eso hay repeticiones. Hay que insistir en una idea.
Es verdad que se trata de un libro luminoso. Se ve que Laiseca fue tu maestro pero noto cómo ese imaginario que podría ser oscuro aparece con un lenguaje más cercano a las artes adivinatorias o provenientes del Oriente. Están los peces del ying yang, el I Ching… No sé si ese mundo te interese como una fuente de creatividad o si es algo que está anclado también en tu vida diaria.
En mi vida diaria tengo pensamiento mágico todo el tiempo, y para mí eso viene de Laiseca. Del tiempo que pasé en su casa, de haber estado con él, ver cómo vivía. Cuando me fui a Buenos Aires era una persona completamente distinta, no me reconocería. Y conocerlo a Laiseca fue fuerte a nivel de literatura pero también de vida. Era muy particular entrar a su casa: destinaba una habitación a su biblioteca, su cama, su escritorio, las sillas plegables en las que nos sentábamos a hacer el taller, y otra habitación sólo para sus perros. Y ahí terminaba, eran dos ambientes. El creía que los animales lo protegían. Yo era casi una adolescente, tenía 19 años, y recuerdo la sensación de no entender nada, pero a la vez algo caía en mí. Había un goteo, una convivencia con el estar en paz con no entender cosas. Creo que me entrenó mucho en eso. No sé: ponía unas fuentes y le preguntaba si era para que los perros tomaran agua. No, no toques eso, me decía, porque si no entran los chichis, que eran como unas figuras…
En toda la literatura de Laiseca hay un léxico muy particular en el que están, por ejemplo, los chichis, que son unos demonios voladores. Hay toda una dimensión sexual también, muy incorrecta, muy contra época digamos, que no sé cómo se leería ahora: hay violaciones, hay tortura, sadomasoquismo. Es muy raro, no es el tipo de literatura que escribiría yo o sus alumnos, que somos todos muy distintos. Pero como él intervenía tan poco, de una manera tan zen, parecía eso, un maestro oriental. Pero lo acomodaba. Tampoco me acuerdo tanto. Lo cierto es que no eran comentarios de taller común y corriente, sobre frases o personajes. Era toda una manera de hablar, una dimensión esotérica. A mí en ningún momento me pareció que fuera una pose, me parece que él vivía así.
No se me escapa la extrañeza de entrevistarte sobre un libro que, en apariencia, es sobre el arte de entrevistar. En parte es un retrato de tu maestro pero ante todo busca la definición de un tipo de entrevista que no es la que se maneja en el ámbito, digamos, profesional. Creo que supiste mantenerla en el filo de las cosas que te interesan como artista y las cosas que necesitas hacer. Me interesa esa tensión, pues no sólo te has dedicado a entrevistas a escritores o artistas, sino también a personas con oficios, digamos, comunes.
Yo hice periodismo desde los doce años, hacía radio infantil, con mis primos. Ahí entrevistábamos familiares, porque un tío nos compró el espacio, era todo muy absurdo. Después hice periodismo clásico, entrevisté políticos… incluso hice periodismo amarillista. A mí me parece que cualquier persona tiene una historia. Me especializo en escritores o artistas, y en el periodismo cultural, pero me encanta entrevistar, me encanta que me cuenten historias, me interesa la vida de los demás. Con dos o tres preguntas ya estás, podés entrar muy profundo. Creo que es muy sencillo abrir esa puerta. Si te paras a escuchar a alguien, especialmente porque la gente no está acostumbrada a que la escuchen, llegas muy profundo. Siento que es como el mar, que das dos pasos y parece que está bajito pero hay un momento en el que uno se cae. Yo trabajo entrevistando a escritores porque es el rubro en el que, a partir de cierta edad, empecé una, digamos, carrera laboral. Pero me encantaría hacer un libro de entrevistas con cualquier tipo de personas. Ojalá en algún momento lo pueda hacer. Y la verdad es que los escritores no siempre son interesantes, pueden ser muy robóticos, muy caseteados. Pero es cierto que empecé entrevistándolos porque yo no sabía cómo entrar a educarme para escribir. Quise estudiar letras pero todos me dijeron que uno no aprendía así a escribir, sino a dar clases.
Parece que esa es la idea detrás de, por ejemplo, la sección de “El arte de la ficción” de la Paris Review. Y tu libro trata de eso, de esa búsqueda a través de la entrevista, hecha con una intensión particular. Ahora pasa algo raro con las entrevistas que se les hacen a escritores, se les empieza a hacer preguntas sobre política y demás, como si tuvieran algo que decir al respecto.
Sí, la figura del escritor cambió porque también cambió el mundo. Ahora están mucho más expuestos a un requerimiento de que estén muy adelante. ¿Cuántas entrevistas habrá dado Hemingway en su vida? No tantas, no creo que haya dado dos mil, como creo que sí ocurre con algún escritor de un grupo grande. Las entrevistas a escritores eran momentos míticos. Ahora quien escribe está obligado a viajar más, a asistir a festivales… no imagino a Hemingway viajando a Argentina y luego a México y luego a Madrid para hacer su ronda de festivales. Me parece que eso es muy nuevo. Y eso provoca un desgaste del discurso, de dar la misma entrevista, hay un cansancio. Están hartos de hablar. Y bueno, hay entrevistas mejores, que se pueden dar en espacios de intimidad, con mayor investigación, y no a las carreras en festivales.
“¿Cuántas entrevistas habrá dado Hemingway en su vida? No tantas, no creo que haya dado dos mil, como creo que sí ocurre con algún escritor de un grupo grande. Las entrevistas a escritores eran momentos míticos.”
Creo que están un poco diluidas las entrevistas, especialmente si las comparamos con las de la Paris Review, que por supuesto leí y estudié, y me encantan. La entrevista como pieza literaria me fascina, me sigue pareciendo una cosa que se puede hacer muy bien o muy mal. Hace poco leía una a Gay Talese, cuando ya estaba viejo, en sus noventa años, y es extraordinaria. Creo que la leí en Gatopardo. Todavía se pueden hacer grandes entrevistas. También hay que entender que el periodismo cultural ahora tiene otras condiciones de producción. Antes el diario te pagaba el pasaje para que obtuvieras la nota en no sé dónde. Era de ensueño. Eso ya no existe. Yo entrego, entre edición y redacción, más de cuarenta piezas mensuales. Es un delirio. Digo, puede ser que sólo haga los copetes, los paratextos, pero el volumen… Por supuesto que lo voy a hacer peor que si yo viviese en los años sesenta. Creo que pude haber entregado cosas mejores. Ahora el tiempo del periodismo es muy tirano, muy antiliterario.
Además de que uno es ensayo y el otro reúne tres poemarios, también son libros muy distintos porque El color favorito, aunque no fue exactamente un encargo, fue una especie de provocación. ¿Cómo surgió este trabajo con Gris Tormenta?
Yo había participado en la antología que publicaron sobre Georges Perec, Lo infraordinario (2018), por recomendación de Daniel Saldaña París. Escribí un ensayito, les gustó, y fue cuando me invitaron a participar en la colección Editor, que ya conocía. Al principio les dije que no, estaba aterrada; ya había leído Perder el Nobel de Laura Esther Wolfson y Las posesiones de Thomas Bernhard, que me encanta… ¿A quién le iba a importar lo que yo pudiera escribir? Estos mexicanos están locos, pensé. Pero insistieron, me propusieron un plan de temas, ninguno me interpelaba. Me sentía rara. Pero durante la pandemia escribí el primer borrador que en el fondo fue estimulado por la idea de la cocina de los libros. Se los mandé, pensando que tal vez les interesaría. Estuvimos trabajando un año o más. El libro tuvo muchas mutaciones, muchas observaciones. Fue un libro muy pulido. No lo hice sola, sino muy acompañada, cosa que me encanta, me gusta que me editen. Estoy muy tranquila con el libro, sé que es fruto de mucho cuidado y esfuerzo.
Una figura que vuelve, o una imagen, es la de la medusa…
Casi le ponemos La medusa. Es un bonito nombre, pero yo estaba convencida del título que ahora tiene.
Si entiendo bien, lo que hace esa imagen es mostrar el doble filo de las preguntas. Es un animal muy bello pero también puede picarte.
No sé de dónde viene la metáfora. No las pienso. Las metáforas con las que trabajo suelen ser impulsivas y confío mucho en esa parte de mi cabeza que no piensa. O que piensa sin el pensamiento. Confío en la intuición escritural. Me gusta la imagen de la medusa, me gusta lo que hizo mi imaginación sin mí. Creo que sí, es un animal misterioso. Me encanta la vida submarina, creo que es un espejo de la vida astronómica. Conocemos muy poco del fondo del mar. Volviendo al principio: me gusta trabajar lo gótico desde estos lugares que, tal vez, no sean tan comunes. Lo extraño que no viene de lo común y corriente, que ya es un poco fantástico, sino un poco más allá de lo común y corriente. Pero que igual está. Las estrellas están allí, las medusas están allí. El misterio está por todos lados. Tiene que ver con lo que eliges mirar. Es una idea muy argentina, que lo que determina la escritura es la mirada. Y yo vengo de allí. Y por supuesto, he tenido experiencias con medusas, en la infancia me picaron pero me siguen pareciendo fascinantes. Por no hablar de su transparencia, su apariencia acuosa. Es lo peligroso de ponerse a hablar, de ponerse a preguntar. Me gusta que puedes no verlas.
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