miércoles, 4 de octubre de 2023

Contra la escritura ceñuda

Narrar hoy un suceso como la Conquista –la verdadera, dice Jorge Pedro Uribe Llamas– quizá necesite una dosis de arrojo similar a la de sus protagonistas. A este autor claramente no le falta. Así se ha forjado una carrera de cronista en un tiempo acelerado y una ciudad inclemente, donde no muchos estiman la labor de poner en palabras lo que sucedió en un día, unas horas, unos minutos.

Desde que se mudó de Aguascalientes a la Ciudad de México, hace un par de décadas, Jorge Pedro se ha dedicado a vivir, entender y contar la gran urbe. Publica sus crónicas en diversos medios (incluyendo La Tempestad) y abarca infinidad de temas. Sin embargo, uno de ellos se convirtió en una especie de obsesión: desenterrar las historias que guarda cada capa de la metrópoli hasta conocer su esqueleto al dedillo. Estudioso y determinado, conoce tan bien el trazado de la ciudad prehispánica como el español y su deriva moderna. Que en sus dos primeros libros (Amor por la ciudad de México, 2015, y Novísima grandeza mexicana, 2017, ambos en Paralelo 21) reuniera, sobre todo, crónicas citadinas parece una progresión natural de su andar, que ha dado un brinco acrobático con Crónicas de la verdadera Conquista. De Tenochtitlan a la CDMX (Crítica, 2022).

¿Cómo traer a esta época el acontecimiento que definió a un país? Y, lo más importante, ¿desde dónde se le puede ver hoy? Jorge Pedro Uribe responde con un libro osado, que teje la narración del hecho histórico con crónicas íntimas, no todas ubicadas en México, donde asoma una escritura más lírica y personal. Se trata de poner frente a frente, con total soltura, polos contrarios: pasado y presente, por supuesto, pero también la Historia y las historias, lo épico y lo pequeño. Los países frente a las ciudades, los pueblos, los barrios.

“Que el presente sea el verdadero protagonista del pasado y en lo pequeño se encuentre lo grande constituyen dos de las principales ideas que soportan el libro”, confiesa el autor sobre Crónicas de la verdadera Conquista. “La otra es la problematización de las fronteras: dónde empiezas tú y dónde acabo yo, quiénes son ellos y por qué son distintos a nosotros, para qué sirven los países, en qué se distingue una identidad de la otra, por qué existe el nacionalismo. Si lo piensa uno bien, ambas ideas se entrelazan entre sí. Pero el tema es la caída de Tenochtitlan. Una excusa porque de algo hay que escribir”.

Jorge Pedro Uribe Llamas

Quizá tu excusa sea más que solamente un recurso formal o artificio. Hay una especie de imperativo categórico: esto debe ser contado por mucho que ya haya sido ya contado…

Sí, algo ha de contar uno. Y qué mejor que la propia historia, que es la que uno mejor conoce. O eso se supone. La historia familiar, por ejemplo. La mía guarda una relación indirecta con la Conquista, supongo, por tener mamá española y papá mexicano. Escribió Álvaro Mutis, no recuerdo la frase exacta, que la literatura es una forma de recuperar el jardín de la infancia. A mí me interesa el jardín de la infancia de México. Desde muy joven me han llamado la atención los relatos de la Conquista. Es una fortuna que las fuentes estén disponibles con relativa facilidad. No hace falta ir a los archivos, hacer el trabajo del historiador. Prácticamente cualquiera puede recrear el relato de la Conquista desde su casa, a su modo, y yo quise aportar mi versión. Es una historia que ha sido contada mil veces, pero aún quedan muchos puntos ciegos, datos por desmentir, informaciones que revisitar, anécdotas en las que detenerse. Versiones que ofrecer. No sólo desde la Historia sino también a través de la imaginación. 

¿Cuándo decidiste que el eje del el libro sería este ir y venir entre distintos tiempos?

Lo pensé mucho, sobre todo a lo largo de ese no-tiempo y no-lugar que fueron los meses de encierro al inicio de la pandemia. Sin embargo la semilla ya había sido sembrada con anterioridad. Recuerdo dos momentos concretos: la lectura, hace tiempo, de un ensayo de Carlos Fuentes en el que se aseguraba que “ningún tiempo mexicano se ha cumplido aún” y la revelación por parte de Guillermo Tovar de Teresa, durante una entrevista que duró horas en su biblioteca, de que “el pasado no existe, siempre se ha vivido en el presente”. Ambas ideas no han parado de dar vueltas en mi cabeza. Las siento cerca cuando contemplo el mural de Diego Rivera en la escalera del Palacio Nacional, paso de una app a la otra en mi teléfono, veo la danza de los Serranos en el pueblo de Tepetlaoxtoc, canto una canción en judeoespañol en un seder de Pesaj, veo una foto del siglo XIX mejorada por la inteligencia artificial o cuando leo el primer capítulo de Cambio de piel y el segundo de Conversación en la Catedral. Todos los tiempos sucediendo al mismo tiempo. “Time present and time past / are both perhaps present in time future, / and time future contained in time past”, escribió T.S. Eliot hace unos 80 años. Todo este asunto lo reviso con calma en el epílogo, escrito mientras leía a Georges Perec, cuyo descubrimiento fue para mí una revelación.

Todo lo escribo en las notas de mi teléfono. Ahí me la paso formulando estructuras, a las que después incorporo tal idea que pensé al despertar, tal palabra que acabo de leer, tal frase que oí en la calle, tal verso de una canción que escucho mucho…

Estaba todo fríamente calculado, entonces…

Mi manera de escribir es obsesiva, lenta y aparentemente desordenada. Todo lo escribo en las notas de mi teléfono. Ahí me la paso formulando estructuras, a las que después incorporo tal idea que pensé al despertar, tal palabra que acabo de leer, tal frase que oí en la calle, tal verso de una canción que escucho mucho, tal observación que acabo de pensar saliendo del metro. Una vez que la estructura y sus acabados se encuentran colocados, falta la parte importante: trabajar en las descripciones. Como decía Josep Pla: “Es mucho más difícil describir que opinar”. Ojalá un día yo logre descripciones como las suyas, tan finas. Adjetivaciones ingeniosas como las de López Velarde. Imágenes impecables como las de Andrés Trapiello y Luis Landero. Pero, como canta Juan Cirerol, Dios no cumple antojos ni endereza jorobados.

En el epílogo de Crónicas de la verdadera Conquista confiesas tu fascinación por el pasado, lo que explica en parte tu labor como cronista. ¿Tienes idea en qué momento se originó?

El pasado me interesa por misterioso. ¿En qué nos parecemos a los antiguos nahuas? ¿De qué manera podemos reconocernos en la Ciudad de México de 1520? Además el pasado es terreno neutral. No está ahí para que lo juzguemos, para que nos caiga bien o mal, sino para entenderlo y aceptarlo. Ojalá nos comportáramos igual con el presente. El otro día pensaba en la razón por la cual las personas separamos el presente del pasado. Es la muerte. Cuando la gente muere uno se queda con la idea de que algo se queda atrás y uno avanza. Supongo que es una concepción de origen mediterráneo. Pero los antiguos mesoamericanos tenían otra visión. Una que aún existe, sólo que mezclada con la grecolatina, la judía y la cristiana. Separar el antes y el después, la conciencia de tener una Historia. Por eso es fascinante luchar contra el tiempo, ya que es una forma de luchar contra la muerte. En el fondo, las anotaciones de Canetti son más sobre el tiempo que contra la muerte.

Jorge Pedro Uribe Llamas

Jorge Pedro Uribe Llamas retratado por Tonatiuh Rodríguez Quiroz

En la “Nota preliminar” escribes una suerte de manifiesto: contra la escritura ceñuda, contra el desprecio a lo antiguo, contra la veracidad. O, para decirlo en positivo, a favor del humor, de cierta musicalidad o lirismo en las formas y de la imaginación. ¿Cómo operan aquí las categorías de lo que podríamos nombrar estilo”?

Dices crónica y la gente piensa en las guerrillas de Colombia. Dices periodismo y en la cabeza de muchos surgen conceptos como mafias, desaparecidos, violencia sexual, ejecuciones extrajudiciales, líos ambientales (no son ocurrencias mías, son los temas ganadores del más reciente Premio Gabo). Dices escritura y mucha gente se imagina a un señor serio, de blazer, que tuitea sobre Ayotzinapa o a una mujer enojada, políticamente comprometida, que escribe sobre desaparecidos y la violencia en el trópico. A mí crónica, periodismo y escritura me remiten más a Álvaro Pombo, Elena Poniatowska, Fernando Benítez, Sergio Pitol, Miguel de Cervantes, Laurence Sterne. Gente vieja o de plano ya muerta. Con salero. Y con salero no me refiero al humor hetero de Ibargüengoitia (el que privilegia el mercado, no es difícil descubrir por qué) sino al disidente, femenino o maricón, judío, con el corazón en la mano. Admiro a la gente graciosa porque la gracia es un efecto natural de la sabiduría y la sabiduría es una forma refinada de bondad. 

Citas también una frase de Lucia Berlin: “puede que a veces exagere y mezcle verdad con ficción, pero nunca miento”. Si la memoria convierte al pasado y a la imaginación en la misma cosa, tú serías más narrador que cronista (aunque tal vez sea más fácil llamarte simplemente escritor). ¿Qué tanto gravita esta idea en tu proceso de escritura?

La conciencia discrimina, conecta, olvida, interpreta, reconstruye. Todo es memoria, también el presente se experimenta así. El arte es una forma de memoria, la que a mí más me interesa. El flujo de pensamientos es un flujo de digresiones, lo que me hace recordar una frase de Juan José Saer: “Si me dedico a la literatura […] tengo que hacerme hábil para las digresiones. La literatura misma es una digresión permanente de la realidad”. El relato de este libro, no hace falta que te lo diga, es un relato de digresiones.

La vigencia no me interesa especialmente, a decir verdad prefiero que las historias caduquen, se vuelvan difíciles de desentrañar para otra gente. A mí me interesa el París de Modiano, pero eso no significa que no me interese el actual.

“Cronista” es un título que se me ha asignado. Supongo que por interesarme en mi ciudad y estudiarla. Pero tengo más intereses. Mi mundo no se acota a la Ciudad de México. Yo me embobo lo mismo con la región de Texcoco, Viena, la cultura náhuatl, las canciones de Doble Pletina o Rafael Berrio, Aguascalientes, el judaísmo, el Tlatelolco prehispánico. Soy enamoradizo. Y procuro explicar mis pasiones a través de la escritura. Sí, la crónica es una herramienta obvia. El periodismo. Pero también debe uno ejercer la imaginación. De lo contrario estaríamos dedicándonos a “producir contenido”, a hacer las veces del Chat GPT. Pienso en lo que hace Juan Benet con sus largas y exhaustivas descripciones orográficas. Parecen escritas por un especialista, un científico, un geólogo, pero él se inventa sus paisajes. La imaginación y la descripción pueden ir de la mano.

En la lógica de las redes sociales, que domina la comunicación, la única dimensión del tiempo es el instante. Incluir crónicas que aparentemente sólo pueden interesar en su momento, como la del temblor de 2017, es una poderosa declaración de principios.

La vigencia no me interesa especialmente, a decir verdad prefiero que las historias caduquen, se vuelvan difíciles de desentrañar para otra gente. A mí me interesa el París de Modiano, pero eso no significa que no me interese el actual. El suyo es un diálogo entre ambas ciudades. Una que parece no entender a la otra, pero el autor otea muy bien ambas desde su memoria y su imaginación. Me cuesta trabajo explicar por qué, pero es muy judío esto que estoy diciendo. Me interesa que mi libro envejezca, ya lo hace, algunos “personajes” recientes han muerto, lo mismo que algunas circunstancias han cambiado. Esta ciudad no se parece a la de 2017, que es cuando empecé a escribirlo. Yo mismo he cambiado. El Jorge Pedro que escribió este libro es un Jorge Pedro que me resulta misterioso.

Hablas del París de Modiano y también está la Córdoba de Pitol o la Viena de Zweig y Roth. ¿Conocer las ciudades a través de la literatura para luego vivirlas? Tengo la impresión de que el viaje es para ti secundario y que el placer está en el conocimiento.

Efectivamente me interesa más conocer una ciudad a través de un escritor que por medio de artículos académicos o libros de historia. ¡Y eso que la Historia me gusta! Pero para entender la Guerra Civil española prefiero leer la última novela de Álvaro Pombo o releer a Mercè Rodoreda. Dices bien: el placer, para mí, está en el conocimiento. El viaje es la excusa. ¡Podrías dedicarte al psicoanálisis!

La entrada Contra la escritura ceñuda se publicó primero en La Tempestad.



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