La obra de Octavio Gómez Rivero (Ixtapa Zihuatanejo, 1995) parte de una anarqueología filosófica. El término sirve para contraponer la mutación a la permanencia, de ahí el prefijo an, la creación de un lenguaje para pensar fuera de la gobernabilidad. En su producción destaca el uso de materiales líquidos que luego se solidifican, creando cuerpos escultóricos e instalaciones que ponen en juego la mirada y nuestro propio reconocimiento; su investigación trata de entender qué ejes conectan las cosas y qué las diferencia. Suele desarrollar, además, un análisis de largo aliento, donde la escritura es el punto de anclaje. Visitamos su primer estudio, ubicado en la colonia Narvarte de la Ciudad de México, donde comenzó a trabajar apenas un mes atrás: una computadora, pilas de libros –que incluyen autores como David Graeber, Pedro Pitarch Ramón, Walter Benjamin y Johan Mijail– y algunos objetos –pruebas de materiales, ejercicios plásticos y dibujos– configuran su ecosistema creativo.
Durante la conversación aparecen citas de muy diversos autores –Agamben, Foucault, Valéry, Guattari, Deleuze o Gerardo Muñoz– con los que su trabajo dialoga, integrándolos a su imaginario. Los temas y las investigaciones que desarrolla Gómez Rivero buscan poner en jaque ciertas preconcepciones. “En los últimos dos proyectos que desarrollé entendí que había una lógica en torno a la piel, al concepto de capilaridad”, comenta al artista; “siempre estoy trabajando con la tensión superficial del agua o de los materiales, en un sentido temático o material. Paul Valéry dice que ‘lo más profundo es la piel’, y en el desarrollo de esta investigación descubrí que esto era también un tema de racialidad, la diferencia ontológica fundamental sería la pigmentación de la piel, entonces ahí empezó a haber una tensión mucho más intensa con la idea de cómo se construye una piel y los procesos de identificación”.
Octavio Gómez Rivero experimentó un proceso educativo que también escapa a la regla, y que se construye a sí mismo en el proceso: “Estudié de una forma muy ácrata, muy anárquica”.
Octavio Gómez Rivero experimentó un proceso educativo que también escapa a la regla, y que se construye a sí mismo en el proceso: “Estudié de una forma muy ácrata, muy anárquica; tomé clases en la Facultad de Filosofía, tomé clases de pintura por un lado y de escultura por otro… Después de terminar la preparatoria hice mi propio sistema de enseñanza, no autodidacta, sólo anárquico”. Esto le permitió construir un cuerpo de investigación propio. Su labor dentro del mundo del arte incluye escritura de textos críticos, de sala y reseñas, así como curaduría. Es responsable de la sede mexicana de las galerías Agustina Ferreyra y Commonwealth and Council. “Trabajamos para poder trabajar”, concluye a propósito de la compleja realidad, un tanto precaria, a la que muchxs artistas se enfrentan.
La constitución de uno mismo
En enero de este año presentó Lengua vítrea, su primera exposición individual, en el espacio Unión. Una serie de esculturas cristalinas ponían en tensión la relación de nuestra mirada con la aproximación a los fragmentos de alberca, agua condensada y circuitos de fluidos en suspensión. “Lo que me interesaba de esta exposición era pensar cómo se constituye uno, lo que Schürmann llama ‘la constitución de uno mismo como sujeto anárquico’, y cómo la nada –después de la caída de la metafísica, de la muerte de Dios– se vuelve un principio activo en la constitución de uno mismo”. El reflejo en el agua, el primer espacio de reconocimiento antes del espejo, relaciona una alberca de su infancia con el gozo y el verano, aunque también con la primera experiencia cercana a la muerte y un lugar no uniforme donde “viéndose a sí mismo intensamente puede conectar con el otro lado”. En Lengua vítrea el artista buscó que lxs visitantes llenaran la imagen, de ahí la decisión de trabajar con transparencias: “Quería que hubiera una especie de juego en donde la imagen se va llenando con las múltiples subjetividades”.
El reflejo en el agua, el primer espacio de reconocimiento antes del espejo, relaciona una alberca de su infancia con el gozo y el verano, aunque también con la primera experiencia cercana a la muerte.
En la colectiva La casa erosionada, hasta el 8 de octubre en el Museo Anahuacalli, Gómez Rivero presentó Tierra caliente (2023), que involucra la memoria familiar, el uso del cuerpo, las implicaciones para quien decide dedicarse –como su abuelo y sus tíos– al trabajo con bronce, las experiencias compartidas con su madre y un gesto significativo: su primera exposición en un museo sucedió en el primer recinto que visitó. La pieza que se presentó en el sótano del Anahuacalli es una instalación videoescultórica realizada en colaboración con Sonia Rivero, su madre. “La escritura es mi punto de anclaje, pero no lograba resolver pictóricamente ciertas cosas y entendí que había una tensión más intensa con lo escultórico”. La obra emula un jarrón y fragmentos, como si estuvieran hechos de piedra volcánica, integrándose así al universo del edificio.
Imagen en devenir
El proceso creativo de Octavio Gómez Rivero está en constante mutación. Muchas veces comienza con una intuición material, aunque es el texto el que le permite organizar el caos o descubrir lo que José Lezama Lima llama “una imagen en devenir”. “El centro de mi práctica es la poesía. La poesía como espacio donde pensamiento filosófico, agencia literaria y materialidad del mundo se distienden. Ahí está la fuente”. Sucede en su trabajo que a veces las imágenes avanzan más rápido que las palabras, y no consigue aterrizarlas sólo con el texto. Comienza entonces a explorar las posibilidades de la pintura o del material. En su obra hay poca figuración, predomina un proceso de abstracción y gestos mínimos: “Siempre que hago obra es con relación a ese otro lado que es muy inestable”. Su proceso tiene que ver con el diálogo constante con amigxs y la interlocución con sus contemporánexs.
El proceso creativo de Octavio Gómez Rivero está en constante mutación. Muchas veces comienza con una intuición material, aunque es el texto el que le permite organizar el caos o descubrir lo que José Lezama Lima llama “una imagen en devenir”.
Uno de los motivos a partir del cual ha desarrollado su acercamiento al arte tiene que ver con el amor. “Amo a Félix González-Torres, amo a Hélio Oiticica, amo a Ana Mendieta, son mis amigos, están conmigo, es gente con la que pienso… Es una especie de juego transepocal desde los afectos se hacen pensamiento y viceversa. Imaginaciones, delirios, ensoñaciones, todas esas cosas crean el plano de la amistad como forma de vida”. El artista reconoce que la escritura es una práctica solitaria y el campo artístico le permitió crear en comunidad. “Cuando en mi casa hacían una escultura de bronce de dos metros de alto siempre había más gente –amigos, los encargados de los moldes, los fundidores, que eran mis tíos– y quizá por eso para mí el arte siempre ha sido un espacio de encuentro, de pasarla bien y reírse, aún cuando es una práctica de estudio. El arte no tiene que ver sólo con una especie de lógica de traducción personal sino con un espacio de covivencialidad”.
Durante mucho tiempo la práctica de Gómez Rivero sucedió en la intimidad –no así en la soledad. Al exponer sus piezas al público, este año, surgieron otras reflexiones sobre los espacios. En sus dos exposiciones, de manera no tan evidente, aparece la idea de un cadáver. Consciente de ello ha decidido tomar distancia de esta lógica y dirigir la mirada a algo más juguetón, más colorido, aunque igualmente gótico para su próxima producción. “Siempre tengo una idea concreta, pese a no saber si van a ser piezas más o menos abstractas, si voy a hacer moldes o no, siempre creo un lugar. Hay un lugar que siempre está en tensión con el otro lado, al que se puede entrar desde cualquier parte, porque cualquier cosa es un portal hacia ese sitio donde existe mi cuerpo de obra”.
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