jueves, 12 de octubre de 2023

La era del nihilismo

En las elecciones presidenciales que se realizarán este año en Argentina –el 22 de octubre, para ser exactos– el candidato del partido La Libertad Avanza, Javier Milei, ha acaparado los reflectores no sólo por sus posibilidades de triunfo sino por su estrafalario plan de gobierno, si es que se le puede llamar así a la serie de propuestas desarticuladas, muchas veces contradictorias, que siguen a grandes rasgos la línea de los partidos de ultraderecha europeos y neoconservador estadounidense. Como han analizado Enzo Traverso, Steven Forti o Pablo Stefanoni, personajes como Milei se resisten a una etiqueta fácil pues su discurso cambia constantemente, lo único que mantiene es una engañosa apariencia antisistema. Muchos liberales que, en el papel, deberían coincidir con el político argentino, asumen que será irrealizable su agenda –eliminación del Banco Central y libre portación de armas, entre otras ideas– e intentan lavarle la cara diciendo que sus críticos sólo atacan a la caricatura que han hecho de él, que no se ha discutido a profundidad el modelo que propone.

Javier Milei y el discurso antisistema que se ha diseminado en el planeta son, en realidad, síntomas bien capitalizados por las élites políticas y económicas. Ante el malestar global, que incluye amenazas tan graves como la polarización económica y la crisis climática, los beneficiarios del statu quo se venden como los rebeldes que desplazarán a los políticos tradicionales para arreglar los problemas gracias a la desregulación y la libertad empresarial sin límites.

Franco Bifo Berardi analiza a profundidad la pulsión global que ha encumbrado a diferentes tipos de personajes ligados a la ultraderecha. Su libro de 2018 La segunda venida: neorreaccionarios, guerra civil global y el día después del Apocalipsis (Caja Negra) indaga en la ceguera autodestructiva que ha permeado en nuestras sociedades. En primer lugar nos propone una idea sin retorno: el caos ha penetrado tanto en el capitalismo global que cualquier intento por regularlo es inútil. Después de la década de los sesenta –en la que, según Berardi, hubo una alianza entre pensamiento político emancipador y tecnología– se hizo a un lado la capacidad de la gente para regular las formas de producción y convivencia para sustituirla por el dogma de la técnica y, sobre todo, la abstracción desvinculada del mundo material. De esta forma la civilización se conduce por un camino automatizado en el cual la tecnología –además de fetiche– se ha convertido en la única respuesta, el famoso “There is no alternative” de Margaret Thatcher. Toda protesta o intento de regulación quedan anulados por el andamiaje de la sociedad global, fuertemente marcado por la volatilidad, la erosión de las redes sociales y la captura de cualquier reacción integrándola a la lógica del mercado. Lo que hay, en todo caso, son breves llamaradas –como la de los “chalecos amarillos” en Francia– que se agotan gracias, entre otras cosas, a la despolitización de la vida pública y la extinción del pensamiento crítico.

¿Cuál ha sido la reacción –acaso instintiva– de la sociedad ante el caos? El nihilismo. En este caso no es un nihilismo que nos lleve a ser simples espectadores de lo que Berardi llama “el cadáver congelado del capitalismo”, sino uno que busca diferentes maneras de presionar botones rojos que prometen una explosión y la llegada del Apocalipsis. En este caso se trataría de una sociedad poscapitalista que nacería de entre las ruinas de lo que hoy parece insustituible y de la cual no tenemos mucha idea, pues nuestra imaginación ha sido amputada. Finalmente, como dice el filósofo italiano, estamos presenciando una revuelta contra la razón representada –como ejemplo señero– por las gráficas en los centros de poder que buscan una expansión económica que rebasa cualquier límite posible. Las ideas, antes articuladoras de visiones comunes, han sido desplazadas por la imagen y los memes que recorren las redes sociales. Por esta razón Berardi plantea el uso del meme como un último intento para contrarrestar el caos dentro del mismo caos y, así, lograr “desenmarañarlo”. Este dispositivo altamente condensado y replicable podría activar algún tipo de respuesta en el futuro que nos alcanzó antes de que nos diéramos cuenta. Pero no es sencillo, pues la ola reaccionaria de nuestro siglo, según el mismo autor, no es un fenómeno político sino antropológico. Estamos, pues, ante un enemigo que no se puede atacar con las viejas herramientas teóricas o cognitivas.

El caso de Javier Milei –y el asombro que provoca– es, sencillamente, un síntoma terminal de otros que vendrán. No es gratuito que este personaje haya salido de entre los restos de un país devastado por las políticas económicas de libre mercado apenas atenuadas por gobiernos que se han asumido como de izquierda, pero que apenas han logrado gestionar la desigualdad rampante. La antipolítica y los personajes antisistema quizá sigan, de forma inconsciente, la línea planteada por el aceleracionismo, un pensamiento que propone llevar hasta las últimas consecuencias al capitalismo tardío para que explote víctima de sus propias contradicciones. Si Karl Marx imaginaba ese escenario para que la clase obrera tomara en sus manos los medios de producción, ahora sabemos que el paisaje poscapitalista será diferente, pues la tecnología se ha transformado en un vehículo de alienación y no sólo en una manera eficiente de producir cosas para el bien común.

Curiosamente el nihilismo y sus numerosas apariencias extremas tienen una interesante analogía con los “puntos de inflexión” (tipping points) de la crisis climática. Estos límites superados, producto de la intervención humana en el planeta (la disminución del hielo marino ártico, la Circulación Meridional de Retorno del Atlántico Norte o la extinción de la selva amazónica, entre otros), se retroalimentan a sí mismos rompiendo nuestros pronósticos basados en un pensamiento lineal. La interacción descontrolada entre las diferentes variables climáticas nos está llevando a un mundo definido por el caos. De la misma forma, el nihilismo social y sus diferentes versiones –particularmente la que busca demoler la política tradicional, es decir, la democracia de mercado– se potencia a sí mismo a través de diferentes tendencias que intentan demoler el statu quo llevándonos a un territorio inexplorado y cada vez más peligroso.

Sería un error pensar en Javier Milei como en una especie de héroe o villano legítimo. A pesar de abanderar una narrativa en apariencia antisistema, este personaje está marcado por un interés de clase. No es en absoluto –como otros reaccionarios que han saltado al ámbito político en otras partes del mundo– un representante de los desheredados. Es, justamente, el embajador de una clase que aprovechará el caos para echar a andar un sistema totalitario con la complacencia de los electores que buscan vengarse de una clase política y empresarial que les ha quitado todo. Los “experimentos nihilistas” como el de Milei podrían ser los primeros intentos de un reinicio violento, marcado por una deshumanización extrema, apoyados por una gran parte de los sectores populares y las clases medias. Su ruina previsible y, sobre todo, la amenaza vital que significa para millones de ciudadanos, quizás active una gestión democrática del colapso social y ambiental que vive el mundo.

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