¿Qué hace que seamos quienes somos? ¿Un rostro, un nombre, un cuerpo, una voz? ¿Sin cuál de estos elementos dejaríamos de ser nosotros mismos? ¿Qué hace que yo sea yo y no otro? Las preguntas, casi ontológicas, no dejan de suceder una tras otra. Y Lázaro, un proyecto de Luisa Pardo y Lázaro Gabino Rodríguez, de la compañía Lagartijas Tiradas al Sol, es el principal detonador de estas reflexiones.
Presentada de forma virtual en el programa Mis documentos, una serie de lecturas performáticas convocadas por la artista argentina Lola Arias durante el confinamiento en 2020, Lázaro regresa a los escenarios teatrales del 19 al 27 de octubre en el Centro Cultural del Bosque, después de su presentación en Teatro Casa de la Paz, como parte del festival de cine documental Ambulante.
El teatro y la actuación –entornos primarios de este colectivo que también ha trabajado en video, cine, radio y procesos pedagógicos– son también premisa de esta obra cuya anécdota es la siguiente: “Un actor (Gabino) decide dejar de ser él. Acostumbrado por su profesión a interpretar personajes, a ser otros, un día decide cambiar su nombre, su rostro y ser otro, pero esta vez permanentemente”. Gabino dejará de ser él mismo para convertirse en Lázaro.
El relato de una vida que también está atravesada por la historia de quienes lo conocen, la compañía teatral, sus proyectos, sus películas, sus colegas del medio artístico, sus amores, sus películas, sus viajes.
A partir de archivos personales como fotografías, videos, correos electrónicos y testimonios de personas cercanas al actor, Luisa Pardo, compañera de escena y amiga de Gabino, reconstruye e indaga tanto en la biografía de éste como en su proceso de transición a ser alguien más, en donde cirugías estéticas, ortodoncia, cambio de nombre e incluso de religión son algunas de las acciones tomadas para inventar la nueva identidad.
El escenario, en un inicio compuesto con tan sólo unos cuantos elementos escénicos como plantas, un par de sillas y una pantalla, comienza poco a poco a llenarse con latas de cerveza y objetos que remiten a fragmentos de la vida de quien ahora es Lázaro. El relato de una vida que también está atravesada por la historia de quienes lo conocen, la compañía teatral, sus proyectos, sus películas, sus colegas del medio artístico, sus amores, sus películas, sus viajes; todos ellos recuerdos que comienzan a sentirse nostálgicos: lo que ya no es. ¿Es realmente posible dejar de ser quienes somos?
El juego entre realidad y ficción ha sido una constante en los diversos trabajos de Lagartijas Tiradas al Sol. Relatos autobiográficos atravesados por ficciones (¿mentiras?); historiografía nacional y la puesta en duda sobre su representación y la forma en la que fue construida (la historia nunca es objetiva) e, incluso, el cuestionamiento de la verdad como único valor de construcción de la realidad (Ahí viene el lobo, exposición en el Museo de Arte Carrillo Gil) forman parte del corpus de reflexiones sugeridas por esta agrupación conformada también por Francisco Barreiro, Mariana Villegas, Sergio López Vigueras, Juan Leduc, Marcela Flores, Carlos Gamboa, Pedro Pizarro y Chantal Peñalosa.
En ‘Lázaro’ la realidad y la ficción –la verdad y la mentira– también están presentes. Pero hay además de esto una pregunta sobre la actuación que es el hilo conductor.
En Lázaro la realidad y la ficción –la verdad y la mentira– también están presentes. Pero hay además de esto una pregunta sobre la actuación que es el hilo conductor. Si actuar es “ser otro”, Lázaro lleva esta premisa a su punto más radical, y lo hace no solamente dentro del mecanismo escénico sino también fuera de él. A lo largo de su carrera actuó a diversos personajes ficticios que tenían su mismo nombre, Gabino, lo que le hizo cuestionarse cada vez más quién era él y quién era el personaje. ¿Hasta qué punto el personaje no se había “comido” a la persona? Un síndrome que han padecido diversos actores –algunos tan famosos como Heath Ledger y Jim Carrey, entre otros–, pero que en este caso rebasa la idea de un personaje para cuestionarse sobre la identidad misma.
“El problema es que la ficción es un proceso de ida y vuelta, es causa y es efecto. Es producto de cómo vivimos la vida a la vez que nos induce a experimentar el mundo de diferentes formas. Un círculo del que no es fácil escapar”, explica Lázaro Gabino Rodríguez.
Una mujer a la que le reconstruyen el rostro, una persona que cambia de sexo, un actor que cambia de nombre, ¿siguen siendo ellos mismos? Luisa y Lázaro, en escena, desmontan un telón que revela, a su vez, una pantalla verde: otra puesta en escena. Ellos portan varias capas de vestuario y maquillaje de payaso. Como en las matrioshkas, una capa cubre a la otra, indefinidamente. ¿Cuál es la verdad en todo esto?, ¿cuál es la mentira? La línea entre una y otra se ha diluido tanto que ya es imposible saber. Sólo quedan los recuerdos y, quizá, reírse de uno mismo. El personaje ha sido devorado por sus propias mentiras.
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