Hay un cuidado artesanal, de «arquitectura fina», como él la llama, en la música de Lisandro Aristimuño. También hay una temporalidad paciente en la construcción de su carrera, iniciada en 2004 con el álbum Azules turquesas, y que se extiende por seis álbumes de estudio y uno en vivo. «Soy muy meticuloso», explica en entrevista con La Tempestad, recién aterrizado de Brasil, antes de partir al primer concierto de su gira mexicana, el sábado 20 de mayo, en el C3 Stage de Guadalajara. «Me gusta estar en el pequeño detalle; algunas canciones surgen más rápido que otras, pero nunca publico un tema hasta que no alcance la sensación que busco. Yo creo que esta temporalidad tiene mucho que ver con la independencia: el no estar apurado, por no tener un contrato con una disquera, por ejemplo, me da esa libertad de tiempos».
Tal vez también por ello, sus primeras presentaciones en nuestro país (después de Guadalajara tocará el 21 de mayo en la Ciudad de México, en la Sala Corona, y el 24 en el Café Iguana de Monterrey) tuvieron que esperar tantos años. Pero ciertamente llegan en un momento ideal: después de complejizar su sonido con los álbumes Las crónicas del viento (2009) y Mundo anfibio (2012), a través de la entremezcla de sonidos electrónicos, arreglos de cuerdas, percusiones y una voz con registros más amplios (hay que escuchar un tema como “Elefantes”), Constelaciones (2016), su disco más reciente, y pretexto para esta gira, encuentra un cauce de madurez musical plena. «Esos discos», apunta, «fueron creciendo como un árbol, muy de a poco; existe el riesgo de que la voz quede sumergida dentro de todo ese entramado que mencionas, pero es cuando hay que empezar a sacar ramas para que tome protagonismo nuevamente. De cualquier manera me encanta que la voz sea un instrumento más: suelo concentrarme más en la melodía de esa voz que en los significados de las palabras. Una melodía puede ser muy potente».
Claudio Keinman, crítico de la revista Rolling Stone, ha descrito semejantes construcciones sonoras –que hacen que la usual descripción de su música como indie folk sea, por decir lo menos, perezosa o injusta– desde una mirada amplia: «pasó de ser un desconocido cantor rionegrino, a faro de una nueva generación de cantautores, productor prestigioso y compositor consagrado». Aristimuño coprodujo, por ejemplo, el álbum Maldigo (2013) de Liliana Herrero, piedra angular de las nuevas búsquedas del folklore argentino y cantante de excepción. Y tiene iniciativas como Música Sin Fines de Lucro, que apoya y promueve proyectos de músicos jóvenes o no tan conocidos de Latinoamérica, principalmente. Una visión, podríamos decir, no sólo integral sino integradora que parte, sin embargo, de la energía simple de las canciones. Y es que «en la vida cotidiana uno no se arriesga tanto como en ellas», complementa en nuestra conversación, que se publicará completa en el próximo número impreso de La Tempestad. «En las canciones me permito más cosas, más palabras, más juegos, otras formas de ver la vida, nuevas emociones». Nuevos territorios afectivos, en suma, que se trasladarán, por unos días, a los escenarios mexicanos.
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