El documental, lanzado por las productoras Pimienta, Cactus y Terminal, es un retrato poético y emotivo, necesario, de las vidas truncadas por la alianza del crimen organizado y las fuerzas del Estado.
«Tanto miedo. Se trata de eso». Es la voz de Miriam Carbajal, cuyo rostro nunca veremos a cuadro. La mujer narra la experiencia de haber sido encarcelada injustamente, como chivo expiatorio o «pagadora» de una red de tráfico de personas. El penal tamaulipeco en el que pasó un tiempo, alejada de su hijo, es controlado por los Zetas, quienes dictan quién vive y quién muere sin que intervenga ninguna autoridad estatal. Oímos sus palabras mientras vemos un paisaje puntuado por retenes, carreteras y terminales de autobuses recorridas por personas que han visto a su país convertirse en un camposanto. Cualquiera de ellas podría convertirse, súbitamente, en víctima. Conoceremos también la historia de Adela Alvarado, artista circense que ha perdido a su hija Mónica, secuestrada años atrás en algún lugar de México, tal vez prostituida por una banda criminal en colusión con la policía. Lo que atestiguamos en Tempestad de manera indirecta tiene un nombre: crímenes de lesa humanidad perpetrados por la alianza entre el crimen organizado y las fuerzas del Estado mexicano. La herencia necropolítica de Felipe Calderón.
Tatiana Huezo ha compuesto un documental que esquiva las rutinas del género y, a cambio, ofrece una profunda experiencia sensible, sostenida en testimonios orales y visuales que operan de manera autónoma. El oído y el ojo reciben estímulos diferenciados para construir un tercer espacio, puramente emocional. Tempestad es una película sobre mujeres laceradas pero no derrotadas, sobre padres ausentes e hijos perdidos. Su recorrido, de norte a sur, de Matamoros a Tulum, es la cartografía de una herida. La potencia estética del filme, sin embargo, no proviene de sus materiales: Huezo ha elegido sutiles estrategias formales para hacer de su cinta una apuesta por la reactivación sensible del cuerpo social. Destacan en semejante empresa la fotografía de Ernesto Pardo y el diseño sonoro de Lena Esquenazi, articulados por el montaje de Lucrecia Gutiérrez Maupomé y la directora: tan importantes como los estremecedores relatos de Miriam y Adela son el sonido del viento, los truenos en el horizonte, las paredes descascaradas en parajes semiabandonados. Las imágenes del circo itinerante se hallan entre las más poderosas del cine mexicano reciente.
Luego de su primer largometraje, el notable documental El lugar más pequeño (2011), donde cimentó las bases de su poética, la cineasta mexicana-salvadoreña ha compuesto un retrato a la vez lírico y descarnado de la violencia que rige los destinos de México. Una violencia que se dice, pero no se muestra. Una violencia que se sabe. «Creo que en este país alguien más ha tomado el control del rumbo de nuestras vidas, de nuestro futuro, de nuestros deseos y nuestros sueños», ha declarado Huezo. Tempestad no hace más que poner esa idea en sonidos e imágenes en movimiento, con una destreza que hace del documental un territorio expresivo capaz de despertar a un tiempo la indignación y la empatía. ¿Será esa mezcla una variante de la esperanza?
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