lunes, 6 de noviembre de 2017

Fastidiar al lector

Con Praderas temporarias, publicado a finales del pasado agosto por Magenta, el poeta peruano-argentino Reynaldo Jiménez (quien se encargó de la selección, la traducción y el posfacio), ayuda a completar el rompecabezas que lentamente ha ido dándole forma a la obra del peruano César Moro (1903-1956). A finales de 2016, por ejemplo, se publicó una selección más reducida, bajo el título Espejo ardiente y otros poemas (todos, como anota Jiménez, se incluyen en Praderas temporarias); y este año también se publicó la selección (breve) Renombre del amor y otros poemas, que no fueron integrados en esta edición –los publicó la también mexicana Juan Malasuerte. Jiménez también menciona en su posfacio una edición crítica de la obra de Moro publicada en Argentina (Obra poética completa, 2015) y una más, pero peruana (Obras completas, en cinco tomos, de 2016).

El singular atractivo de Praderas temporarias no sólo consiste en dar con los eslabones poéticos no incluidos por Moro en sus libros, sino que redondea para el lector de lengua española su trabajo escrito en francés, que fue –excepto por La tortuga ecuestre– la mayor parte. La enrarecida relación que tuvo con ese francés no-materno lo vincula con otros autores que se han enfrentado a ese incómodo pero fructífero descolocamiento lingüístico (…Beckett, Nabokov…) y Praderas temporarias ayuda, además, a observarla a lo largo de décadas: los poemas incluidos abarcan aquellos escritos entre 1932 y 1937 (en París y Lima); entre 1938 y 1947 (en México); entre 1948 y 1955 (de vuelta a Lima). A través de años y fronteras, así, se recopilan repeticiones y “jergas, repentismos y tironeos semánticos” a través de una “observación migrante”, como explica Jiménez. En ese sentido se debe agradecer que el volumen presentado por Magenta sea bilingüe: le permitirá a los lectores interesados un cotejo entre el francés de Moro (pensado desde un español limeño) y la versión que presenta Jiménez.

Famosamente, Moro estuvo relacionado con el surrealismo. Fungió como curador de la Primera Exposición Surrealista en México y en este volumen se incluye un poema dedicado a Leonora Carrington. Aún más, es pródigo en las enigmáticas y arriesgadas asociaciones de imágenes que distinguieron al grupo. Pero lo que mejor lo delata como acólito del grupo fue su manera de operar a partir de fragmentos y reincidencias: se distingue una fascinación por el paso del tiempo como un motor creativo (algunas series poéticas están acompañadas por una anotación del día y hora en que fueron escritos, en ocasiones con sólo horas de diferencia entre poema y poema; como si se tratara del diario de un enfermo que debe dar cuenta al médico de sus síntomas). Pero es mejor que Moro lo explique. De “Cómo hacer un poema” (1940): “[…] Se hace poesía para fastidiar a la gente. Es un buen principio. Una vez en plena desesperación, absolutamente asqueados de todo, reunimos a duras penas algunas palabras; las escribimos en todos los sentidos; miramos por la ventana sin ocuparnos del paisaje, el cual no es inspirador; las ocupaciones más pueriles son admisibles: se puede ordenar estampillas, arreglarse las uñas, redactar una nota para la lavandera, etc. Vale escribir una carta con insultos. Hay que fumar al menos un atado de cigarrillos por poema. Cuando sientan que la cabeza les va a estallar, es el buen momento. El trabajo siempre se ve recompensado: algunas líneas afluyen. Así podrán hacer de dos a tres poemas por noche”.

Este método incómodo, con su atención a las actividades repetitivas, evoca la escritura automática del surrealismo. La relación incómoda con el momento muerto, pueril, y su vínculo con la creatividad, perduraría en la obra de Moro hasta el final, como se lee en algunos versos de “Espejo ardiente”, escrito tres años antes de su muerte: “El cielo está gris / Toda ventana cierra sobre el espíritu / El olor insoportable / El chisporroteo imbécil de los autómatas / Que pueblan hoy la vida / Palabras sobras añicos / Donde el pensamiento no quema / Mientras que nunca más / Dejarán de escucharse los nombres malditos / Siempre las mismas asociaciones de ideas / Las mismas frases hechas / Continuarán jugando / A vista perdida sobre el destino humano […]”.



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