Es extraño que en el breviario de autores mexicanos que Mempo Giardinelli incluye en El género negro (de 1984 pero revisado y expandido para su edición de 2013), donde le presta atención a la influencia de la literatura policíaca en Latinoamérica, no se incluya a Fernando del Paso, quien destacó en el género con su novela de 1995, Linda 67: Historia de un crimen. El recorrido que Giardinelli hace por el trabajo de autores mexicanos (minucioso, excepto por esta omisión) inicia con Antonio Helú y Rodolf Usigli; pasa, necesariamente, por Rafael Bernal; pero, ya más cerca de nuestra época, decide concentrarse en autores que han tenido éxito comercial a través del noir, como Elmer Mendoza o Paco Ignacio Taibo. A Del Paso, en cambio, sí se le menciona en Pistas del relato policial en México: somera expedición (2008), un ensayo extenso de Miguel C. Rodríguez Lozano publicado por el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Pero allí apenas se le dedica un par de párrafos, y siempre en relación a Enrique de la Serna: se explica, ambos publicaron contemporáneamente sus conocidas novelas negras (la de Serna, El miedo a los animales).
Como sea, desde el pasado mes de agosto circula en la colección Letras Mexicanas del FCE una reedición de Linda 67: historia de un crimen, novela de Del Paso que incluye un prólogo de Martín Solares y un epílogo de Roberto Coria. El texto de Solares, especialmente, ayuda a establecer Linda 67 en relación al resto de la obra de Del Paso (y le da una nueva oportunidad a Solares de desarrollar esa ingeniosa especie de crítica literaria que materializa la idea de la “forma narrativa” con dibujos). A pesar del éxito que Del Paso tuvo con otros géneros literarios populares, como la novela histórica (con Noticias del Imperio), parece que el noir sigue siendo, para muchos lectores, una especie de pariente incómodo. Como otros autores, inicia Solares, “Fernando del Paso aceptó el reto que constituye escribir una impecable trama criminal luego de una carrera dedicada a escribir libros reconocidos por sus virtudes literarias”. Solares reconoce el uso de varios recursos formales, algunos ambiciosos, en Linda 67; pero, especialmente en relación a Palinuro de México y José Trigo, se lee como si fuera sólo un divertimento, con una trama más bien fácil de seguir (que, para Solares, tiene la forma de “pirámide invertida”) y que da pie, en todo caso, a lecturas sociológicas (algo que se subraya en el texto de Coria). A la distancia, el libro de Del Paso vuelve no sólo a recordarnos crímenes que marcaron una época (las figuras de O.J. Simpson y del Unabomber vuelven, espectralmente), sino que una época, la década de los noventa, tuvo predilección por ciertos crímenes (como el secuestro).
Si esta novela no ocupa un lugar privilegiado en la obra de Del Paso, al menos debe reconocerse que se trata de un hito en la novela negra mexicana. No por ser una anomalía sino por enfrentarse con efectividad a convenciones del género. Así, las comparaciones con el noir más introspectivo (se invoca a James M. Cain) no están de más. La escalofriante simpatía que puede lograrse hacia un asesino también debe recordarnos a El asesino dentro de mí, de Jim Thompson; o a las serie de Ripley de Highsmith (no en vano uno de los capítulos de la novela de Del Paso lleva el nombre de la adaptación al cine francesa, A pleno sol, de 1960). Me temo que este juego de espejeos sea la crítica más fructífera que permite la novela negra cuando se apega a su tradición. Linda 67 no sólo evoca los grandes relatos de caídas morales que mistifican la visión extranjera sobre México, como Bajo el volcán, sino que es una novela noir californiana en toda forma: gran parte de la trama se desarrolla en San Francisco, casi lo mismo que decir que se desarrolla en una geografía psíquica perturbadora, donde los excesos materiales, el misticismo chafa y la corrupción de la libertad resultan en crimen.
from La Tempestad http://ift.tt/2jptAP2
via IFTTT Fuente: Revista La Tempestad
No hay comentarios:
Publicar un comentario