Declaración de las canciones oscuras es la primera novela de Luis Felipe Fabre, aunque también podría ser un poema largo y barroco. En su libro más reciente, el escritor mexicano deja el territorio de la poesía (y el del ensayo) para adentrarse en la narrativa con una historia ambientada en la España de 1592, donde cuenta la travesía que fue trasladar el cuerpo de fray Juan de la Cruz desde el pueblo de Úbeda hasta Segovia en pleno Siglo de Oro. Entre la biografía y la ficción, Fabre construye una odisea que desviste al cofundador de la Orden de los Carmelitas Descalzos –canonizado en 1726 y actual santo de los poetas– para transformarlo en los restos de un dandy místico que avanza a escondidas sobre una mula, y del que todos quieren un pedazo.
La verdadera historia del fraile no difiere mucho del argumento de la novela: al poco tiempo de morir en Úbeda, y gracias a la persistencia de una señora ricachona y los intereses de la Orden, sus restos fueron sigilosamente trasladados al convento de los carmelitas descalzos de Segovia; pero el deseo y el fervor permitieron que su cuerpo fuera mutilado y dividido en distintos lugares en los que permanece hasta el día de hoy. Entre el absurdo de este hecho y el inevitable dramatismo del siglo XVI, Declaración de las canciones oscuras abre un paréntesis para reconstruir, con ciertas libertades, la odisea de este cuerpo y de tres hombres encomendados a realizar la tarea: un alguacil y dos muchachos poco educados en el cristianismo, Ferrán y Diego. El trío sirve como guía para que el lector descubra la historia del fraile y el alboroto que significa moverlo a otro lugar: lidiar con un prior que está harto del muerto, mantener calmados los deseos de la señora que les pagará el encargo, salir a escondidas con poca luz, viajar en un constante estado de paranoia y –con toda la intención poética– evitar que el santo se les meta en la cabeza, en el cuerpo.
Que un escritor coquetee con nuevos géneros literarios, después de muchos años rondando el mismo, es una noticia que levanta expectativas: de los poetas que escriben novelas –o viceversa– a veces surgen experimentos que desdoblan los límites de la prosa. Es el caso de este libro, donde la gracia narrativa no está en lo que cuenta sino cómo y con qué pretensiones. La obra de Fabre –Cabaret Provenza (2007), La sodomía en la Nueva España (2010), Poemas de terror y de misterio (2013), Escribir con caca (2017)– se ha caracterizado por su irreverente exploración del lenguaje. A simple vista, esta novela parece ser sólo una recreación de las antiguas historias de la época, un intento por imitar el español de esos tiempos y experimentar con un hilo narrativo más allá del poemario. Pero en una segunda (tercera o cuarta) lectura este libro es un delirio lírico, una colección de estampas poéticas y un extenso análisis de san Juan de la Cruz.
Declaración de las canciones oscuras pone sobre las manos del lector a uno de los más grandes exponentes de la poesía del Renacimiento español y la mística, esa escuela que buscó la unión con Dios desde las palabras. El tema es ambicioso, y Fabre lo ejecuta con una ligereza que se aleja del siglo XXI para adentrarse en las fauces de un pasado literario que se percibe muy lejano para el lector actual. En medio de esa intemporalidad sobresale una historia tan sobria como los conventos de carmelitas descalzos: pocas locaciones y un puñado de personajes que por momentos parecen entrar al territorio de la dramaturgia. Pero la austeridad de la novela se contrapone con la demasía de sus símbolos, como las extremidades de un santo que provocan lo mismo que un dildo, una fuente que es espejo y pesadilla, el dulce aroma de un muerto que vuelve loco a un pueblo, el mutismo de una pastora sin lengua y, por supuesto, la oscuridad que permanece a lo largo de todas sus páginas. No solo es la negrura de la época y la de un bosque que parece ser interminable, también es la espantosa noche por la que los personajes deben cruzar para enfrentar la soledad y la desolación de sus mentes. La aventura entonces se convierte en lo que san Juan de la Cruz tanto exploró: la noche oscura del alma, esa sensación de ser abandonado por Dios para emerger más virtuoso –algo similar sucede con la evolución de los personajes.
Durante la presentación de su novela en el marco del pasado Hay Festival Querétaro, Fabre habló sobre la obsesión por la carne, lo corpóreo. El verdadero cuerpo de san Juan de la Cruz se encuentra disuelto en las tinieblas que recorre el lector junto al alguacil, Ferrán y Diego, donde muchas veces uno se sorprende leyendo en voz alta para descifrar el significado de la desbordante prosa poética, como si al recitar las palabras un pedazo de san Juan de la Cruz entrara por los labios; probablemente eso mismo experimentó algún fraile al leer los versos del santo en el convento de Segovia, a unos pasos de un cadáver que Fabre dibuja como el mismísimo cuerpo de la poesía.
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