martes, 4 de diciembre de 2018

El nonagenario Mickey

Al aparecer por primera vez en la pantalla en 1928, Mickey Mouse cambió la industria del entretenimiento para siempre. El célebre ratón, dibujado por Ub Iwerks basándose en una idea de Walt Disney, nació para reemplazar a Oswaldo el conejo afortunado, también creación de la dupla. Este personaje, que es prácticamente el ratón Mickey pero con orejas alargadas, debutó en 1927. La petición de un aumento de presupuesto motivó que el joven Walt perdiera el control sobre Osvaldo. Fue en 2006 cuando la compañía Disney recuperó los derechos del personaje a través de un acuerdo con NBC Universal. Sin embargo, antes de que Mickey Mouse fuera uno de los símbolos más importantes no solo del cine sino también del imperialismo, el ratón representó ideales libertarios.

Serguéi Eisenstein fue uno de sus principales exégetas. El director ruso conoció de cerca a Disney, a quien calificó como el responsable de la mayor aportación del pueblo estadounidense al arte. Para el director de El acorazado Potemkin (1925), las obras de Disney le dieron al pueblo el olvido, la absoluta negación de todo lo que tiene que ver con el sufrimiento provocado por las condiciones sociales del gran estado clasista y capitalista. Eisenstein, que no se refería al adormecimiento ni al desarme del luchador, lo definió así en 1941: “En toda su temática, en todas sus obras, Disney nos muestra sin cesar modelos de la mentalidad folclórica, mitológica, prelógica, sea la que fuere, pero que siempre rechazan, niegan radicalmente, la lógica, la lógica formal, el «juego» de la lógica”.  

Aunque el primer cortometraje de Mickey exhibido de forma comercial es Steamboat Willie (1928), fue Plane Crazy, también de ese año, la primera película del ratón, donde ya apareció acompañado de Minnie. La historia es sencilla. Un Mickey más alargado que el de tiempos recientes lee en un santiamén un libro sobre aviadores militares. Con ayuda de un grupo de animales transforma un triciclo en una avioneta. La cola de un pavorreal, por ejemplo, le sirve como estabilizador. El relato, sin embargo, muestra un vuelo accidentado porque el ratón no sabe cómo controlar la experiencia. Eisenstein tenía razón, las películas de Mickey pueden ser leídas como un presagio al rechazo del control mecanicista, el mismo que plasmó Chaplin en Tiempos modernos (1936).

Walter Benjamin también juzgó con interés al personaje. El pensador alemán sugirió en varios apuntes que lo que se ve en las películas de Mickey Mouse es producto de la Primera Guerra Mundial, a la que califica como una de las experiencias más atroces de la historia universal. “La existencia de Mickey Mouse es ese sueño del hombre actual”, escribió Benjamin en 1933. “Es una existencia llena de prodigios que no solo superan los prodigios de la tecnología, sino que se ríe de ellos. Ya que lo más notable de ellos es que todos ellos surgen sin maquinaria, improvisados, del cuerpo de Mickey Mouse, del de sus compañeros y perseguidores, o de los muebles más cotidianos, o de un árbol, de las nubes o del mar. Naturaleza y tecnología, primitivismo y confort se han fundido en una sola cosa […] Aparece redentora una existencia que en cada situación de basta a sí misma del modo más sencillo al tiempo que más cómodo, donde un coche no pesa más que un sombrero de paja”.

La historia de Mickey, por otro lado, no podría estar completa sin hablar de su explotación comercial. En La gran ilusión. Dinero y poder en Hollywood (2005), Edward Jay Epstein argumenta que con que Mickey Mouse Disney descubrió la fuente de un vasto universo de beneficios que iban mucho más allá de las películas. En 1932 Walt cedió la imagen del ratón a un fabricante de relojes  –las manos enguantadas del personaje señalaban la hora– y luego a editoriales, compañías del ramo de la confección y fabricantes de juguetes. Luego vendrían parques de atracciones inspirados no sólo en el ratón sino en el resto de los personajes/propiedades de la compañía. Una duda: sin la explotación comercial de la imagen de Mickey ¿sería posible que lo identificáramos noventa años después de su nacimiento?



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