miércoles, 22 de enero de 2020

El cine en tiempos de epidemia

Tan prolífico como discreto, Steven Soderbergh es un moralista de nuestro tiempo. El director estadounidense, con una treintena de películas en su filmografía, abrió la década pasada con Contagio (2011), película sobre una epidemia que hoy confirma su pertinencia ante el pánico que comienza a desatarse por el virus corona –virus de la familia del SRAS (síndrome respiratorio agudo y grave, por sus siglas en inglés) que se detectó el mes pasado en la ciudad china de Wuhan–, que ya infectó las redes sociales, donde abundan desde noticias e informes hasta comentarios alarmistas y memes. (“Señores, ya valió barriga, aquí vemos al #coronavirus saliendo del paquete de AliExpress que me llegó de China”, dice alguien en Twitter.) 

El filme de Soderbergh cuenta la historia de la propagación de una infección mortal. De vuelta a Estados Unidos luego de un viaje a Hong Kong (en el cine los virus desconocidos siempre vienen de Asia o África), una mujer (interpretada por Gwyneth Paltrow) cae enferma y después muere de forma inexplicable. El deceso genera especulaciones ya que otras personas que estuvieron en contacto con ella comienzan a enfermarse. La crisis social es inevitable.   

Cuando se estrenó Contagio, que debutó en la Muestra de Cine de Venecia, tenía pocos meses de haber ocurrido la pandemia de la gripe A (H1N1)​, que dejó imágenes memorables y apocalípticas de la Ciudad de México: calles desiertas en horas inusuales. Más que la historia narrada por el filme, lo que a Soderbergh le interesa es el comportamiento errático de sus personajes. 

En Contagio el asunto es la pérdida de confianza. Casi todo el metraje se juega con la idea de que Paltrow, casada en la ficción con Matt Damon, se contagió de la enfermedad debido a un encuentro sexual que tuvo en el viaje. La falta de seguridad y de lealtad (que afectan al esposo devoto que encarna Damon) encapsulan el sentir de una época. El terror que genera una epidemia produce narrativas sorprendentes y, además, confirma la vieja y efectiva idea que Freud retomó de Le Bon: cuando suceden fenómenos que la impresionan, la población regresa a su estado involucionado de turba.    



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