martes, 21 de enero de 2020

Un volumen crítico

Desde la urbanización de la favela de Sapé, en São Paulo, pasando por el corredor verde Mapoco 42K, en Santiago de Chile, hasta el Parque Hídrico La Quebradora, en la Ciudad de México, Urbanismo ecológico en América Latina mapea proyectos de la región que enfrentan una tarea complejísima: articular el caos de las ciudades latinoamericanas mediante soluciones urbanísticas que, además, resuelvan problemáticas medioambientales. Publicado por Gustavo Gili bajo la edición y coordinación de Mohsen Mostafavi, Gareth Doherty, Marina Correia, Ana María Durán y Luis Valenzuela, el volumen da la sensación de habérselas con otra época el urbanismo latinoamericano: una en que los modelos europeos o norteamericanos han mostrado sus límites, en el mejor de los casos, o han terminado por empeorar los espacios que intervenían, en el peor. No se recogen ya, aunque sigan existiendo, aquellos proyectos mastodónticos que pretendían reorganizar los flujos enteros de una ciudad, porque se entiende que lo que se precisa son proyectos puntuales que encaucen las fuerzas que las calles latinoamericanas de por sí producen.

Tomemos un ejemplo: el proyecto PRES Constitución, del despacho Elemental, en Calama, Chile. Tras el terremoto de magnitud 8,8 que el país sudamericano sufrió en 2010, lo que dejó mayor número de damnificados y muertos no fue el sismo en sí, sino el tsunami que lo acompañó. La estrategia –se detalla en Urbanismo ecológico– fue disipar la energía de la naturaleza, más que resistirla, por lo que se propuso plantar un bosque en la costa de la población chilena, “una respuesta geográfica a una amenaza geográfica”. Con un proceso de diseño participativo, “el plan maestro incluye, además, 23 proyectos de mejora de la ciudad –parques urbanos, espacios públicos y escuelas– y propuestas sobre un uso más eficaz de los escasos recursos hídricos”, en una ciudad de gran actividad minera. Muchas de las problemáticas latinoamericanas están aquí sintetizadas: el alto grado de contaminación, la precariedad de las construcciones que complican más su resistencia ante fenómenos naturales y la falta de espacios públicos. La respuesta –parece afirmar Elemental–, para ser más inteligente, debe dejar de ser espectacular y empezar a ser efectiva, aunque sea una respuesta incluso obvia, como plantar árboles.

En otra decisión interesante, Urbanismo ecológico en América Latina combina proyectos estrictamente urbanísticos o de diseño con proyectos de carácter artístico, como Aerocene Explorer, del argentino Tomás Saraceno: esculturas inflables lanzadas en Salinas Grandes, Jujuy, en 2017, que flotan sin necesidad de combustible o gases. El performance forma parte de las actividades de la ONG Aerocene Foundation, que busca “poner en primer plano la exploración artística y científica de los problemas medioambientales y promueve los vínculos comunes entre las ecologías sociales, mentales y físicas. Es una síntesis de arte, tecnología y conciencia medioambiental”. Creo que un criterio interesante de cualquier proyecto estético en pleno 2020 podría ser la forma en que su imaginario hace palanca con cuestiones ambientales, en un sentido profundo; se trata ya de un tópico ineludible.

El libro, sin embargo, no es un repaso celebratorio sino un volumen crítico: junto al listado de proyectos se incluyen ensayos breves con temas del tipo “¿Es posible una agroecología en las metrópolis del capitalismo periférico?”, “La ciudad no son los edificios. Complejidad urbana y regeneración sostenible de centros históricos de América Latina” o “Nuevos paradigmas de movilidad y la cuestión de la equidad”. Editado en español y en portugués, Urbanismo ecológico en América Latina abre preguntas urgentes.



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