miércoles, 29 de enero de 2020

Balzac y el daguerrotipo

Publicado a finales de 2019 por Canta Mares (editorial independiente que recupera textos de la literatura francesa), Cuando era fotógrafo es un libro que recoge las memorias de la reconocida figura del siglo XIX Félix Tournachon Nadar, que fue gacetero, periodista, caricaturista mordaz, inventor, aeronauta y un gran fotógrafo. 

En las catorce viñetas, verdaderas fotografías en prosa que conforman este libro, Nadar narra, entre otras, sus experimentaciones con el servicio postal aéreo durante el Sitio de París, el terror de Balzac por ser fotografiado, el impacto masivo de la imagen en un célebre caso de homicidio, su descenso a las catacumbas y cloacas de París –momento en el que por primera vez utiliza la luz artificial–, y su ascenso en globo aerostático –durante el cual realizó las primeras tomas aéreas de la historia–. Del mismo modo que en sus fotografías, el lector de Nadar hallará en sus memorias la impronta de una época extinta que aún ilumina la nuestra. Aquí, un adelanto de Cuando era fotógrafo, que ya se encuentra en las librerías. 

 

Entonces, no es de sorprender si al inicio [de la fotografía] la admiración misma pareció incierta y más bien permanecía inquieta, como estupefacta. Se necesitó tiempo para que el Animal universal le sacara partido y se acercara al Monstruo.

Ante el daguerrotipo, fue “de lo pequeño a lo grande”, como lo enuncia el dicho popular, y el ignorante o el iletrado no fueron los únicos en experimentar esa duda desconfiada, casi supersticiosa. Entre las más bellas mentes, más de una se contagió del síndrome del primer rechazo.

Para no citar sino una de las más elevadas mentes, Balzac se sintió incómodo ante el nuevo prodigio: no podía deshacerse de una vaga aprensión respecto a la operación daguerriana.

A toda costa en aquella época, había encontrado una explicación propia, un poco rayando en las hipótesis fantásticas al estilo de Cardan. Creo acordarme bien haberlo visto enunciar con todo detalle su teoría particular en un rincón de la inmensidad de su obra. No dispongo del tiempo para buscarla, pero mi recuerdo se precisa muy nítidamente gracias a la exposición prolija que me hizo en un encuentro y que me reiteró en otra ocasión. En efecto, parecía que era algo que lo obsesionaba, en el pequeño apartamento tapizado de violeta que ocupaba en la esquina de la calle Richelieu y del bulevar: aquel edificio, célebre como casa de juego durante la Restauración, llevaba aún en aquella época el nombre de palacete Frascati.

Así, según Balzac, cada cuerpo de la naturaleza se encuentra compuesto de series de espectros, en capas superpuestas hasta el infinito, semejantes a infinitesimales películas foliáceas, siguiendo todas las perspectivas a partir de las cuales la óptica percibe los cuerpos.

Puesto que el hombre nunca podría crear —es decir, a partir de una aparición, de lo impalpable, constituir una cosa sólida, o de la nada hacer una cosa—, entonces, al aplicársela, cada operación daguerriana tomaba de improviso, desprendía y retenía una de las capas del cuerpo presentado.

De ahí que, para dicho cuerpo, y con cada operación sucesiva, perdiera de manera evidente uno de sus espectros, es decir, una parte de su esencia constitutiva.

¿Había una pérdida absoluta, definitiva, o se trataba de una pérdida parcial que se reparaba consecutivamente en el misterio de un renacimiento más o menos instantáneo de la materia espectral? Supongo que, una vez que había comenzado, Balzac no era hombre que pudiera detenerse en el camino, y que debía avanzar hasta el final de su hipótesis. Pero este segundo punto no lo abordamos entre nosotros.

¿El terror de Balzac ante el daguerrotipo era sincero o fingido? De haber sido sincero, al perder, Balzac no habría sino ganado, pues sus amplitudes abdominales entre otras le hubiesen permitido prodigar sus “espectros” sin contar. En todo caso, eso no le impidió posar al menos una vez para ese daguerrotipo único que tenía yo en mi posesión, después de Gavarni y Silvy, y que hoy se encuentra con M. Spoelberg de Lovenjoul.



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