Carlos Arias (Chile, 1964) es uno de los creadores más originales de su tiempo: traduce la pintura al bordado. El año pasado se presentó en dos espacios importantes: en el Museo Universitario del Chopo, con una retrospectiva llamada El hilo de la vida, compuesta por obras realizadas entre 1994 y 2015 y curada por Cuauhtémoc Medina, y en el Espacio de Arte Contemporáneo (ESPAC), con la fase dos de la muestra colectiva Post Neo Mexicanismos, sobre trabajos que daban la espalda a las posturas oficialistas en México durante los noventa. Este año la muestra de la galería Marso El hilo está puesto –que concluyó el 29 de junio– dio cuenta de los nuevos senderos del artista:
Esta es tu primera exposición individual en una galería de la Ciudad de México desde 1996. También es tu primera muestra en Marso: vemos nuevas obras que dialogan con otras del pasado. ¿Se trata de una actualización de tus intereses artísticos?
Hay una enfermedad por lo nuevo. A uno lo educaron bajo la consigna de que lo nuevo es lo mejor, como si hubiera una especie de evolución ascendente en los seres humanos. Ayer monté un bordado de 2016, aunque apenas lo terminé. Lo nuevo no existe: tengo proyectos de 2015, por ejemplo, que ni siquiera he abierto, pero que espero concluir en 2018. Lo que le ocurre a los creadores en general es que, con el tiempo, decidimos trabajar en series para no distraernos, entonces esas obras son las que muestran las galerías. Se trata de demostrar que eres parte del mercado del arte, aunque no vendas nada
¿En qué difiere El hilo está puesto de la retrospectiva El hilo de la vida que estuvo el año pasado en el Chopo?
No me gusta el término de retrospectiva, aunque la exhibición tuvo ese acento. Cuando a un artista se le hace una retrospectiva es porque su muerte está cerca. En Marso lo interesante es que Sofía Mariscal, directora de la galería, decidió yuxtaponer piezas de los noventa, de los dos mil y otras recientes. Hay un interés más formal en estas obras, también en la teoría del color, que es un tema que me interesa desde hace mucho, que cita a Bacon y Giacometti, nombres de la historia del mundo del arte moderno. La producción de los noventa es una especie de diáspora, no había nadie que bordara en esos años. En el año 2000 la preocupación por la materialidad me hizo dejar el bordado. Esto se tradujo en obras en relación con la arquitectura, las texturas y las máscaras. Al principio del milenio estaba preocupado por la autosustentación de las piezas, que el soporte fuera la misma obra. Luego decidí volver a pintar.
En la muestra de Marso el interés por la materia está más presente, ¿cuál es tu insistencia formal en ella?
Me interesa pensar en cómo hacer efectiva la materialidad más allá de la figuración. A finales del siglo XIX y XX, en casi todos los países del tercer mundo, como Italia, Finlandia y Suiza, atrasados y pobres industrialmente, hay un interés por la materia prima de las cosas, la comida, el color, el hilo… La materialidad en conjunto con la ornamentación son muestra de riqueza en el mundo barroco: no tienes dinero pero tienes objetos. El bordado con color para el indígena significa poder y dinero. Al hablar de la teoría del color la formalizo con la pintura, que pasa por la economía de los medios: es una declaración política relevante. Otro distintivo de la muestra son las frases bordadas: sentencias irónicas en las que aborda lo primitivo del mundo, referencia a Trump, y la mediocridad de los humanos. Actualmente trabajo en pintar una especie de maquetas con relieve geométrico.
Mujer de pompones (2001). Nylon sobre tela;
Caja de penetrar (2002-2004) Madera y nylon. © Galería Marso
Vista de la muestra El hilo está puesto. © Galería Marso
Doblegarse (2017). © Galería Marso
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