La ambigüedad de lo que se entiende por cultura –a veces percibida como zona blanda donde las fricciones políticas desaparecen– y la injerencia que tienen sus distintos agentes, ha permitido que por un lado se precaricen sus recursos o que, por otro, dirigentes sociales la tomen como excusa para referirse a problemas estrictamente políticos. No debe sorprendernos que, en el entorno mexicano, en años recientes haya crecido la preocupación por la gestión cultural, especialmente desde las artes, lo que podría traducirse en la insistencia en profesionalizar oficios y atender con habilidades prácticas el panorama de la financiación en este rubro. A la vez, el lenguaje de la gestión cultural toma prestado términos y conocimientos de otros ámbitos (burocráticos, empresariales, publicitarios) a los que el artista tiende a resistirse.
La tensión entre esa resistencia y la necesidad de sostener proyectos artísticos ha resultado en nuestro país en una práctica de acupuntura que se expresa en todo tipo de ejercicios, desde posiciones institucionales fuertes hasta estrategias diversas (a veces individuales) por parte de bailarines, actores, músicos, cineastas, escritores o artistas visuales, entre otros agentes. Un ejemplo reciente es la publicación de tres “modestas pero útiles” herramientas, los manuales de la colección Puntal, lanzados bajo el amparo de la Fundación Javier Marín, y editados por Sara Schulz. Con ellos se espera brindar habilidades de profesionalización a artistas, reflejando a su vez el programa educativo de la misma fundación. Los volúmenes, publicados el pasado marzo, son Portafolio de artista: una herramienta clave para una promoción exitosa, de Catalina Restrepo Leongómez; A, arte, bajo, cabe, con, contra, de, desde…: nociones para escribir un proyecto de arte, de Ekaterina Álvarez y Jaime Soler Frost; y De la idea al papel: pasos para solicitar patrocinios culturales, de Ivonne Pérez Esquivel y René Roquet. Como podrá esperarse de un manual, éstos privilegian la precisión y la franqueza para tratar problemas pragmáticos (especialmente al enfrentarse a instituciones burocráticas), con un tono desmitificador. La claridad con la que se presentan algunas ideas en estos manuales –como, por ejemplo, que el trabajo artístico debe ser remunerado– podría orillarnos a pensar que se tratan de obviedades, pero lo cierto es que refleja una confusión común en nuestro país: artistas (especialmente los jóvenes) pueden identificar la mera posibilidad material de un proyecto con posiciones (¿problemáticas?) como el lucro.
Gestión de espacios independientes
Las distintas aristas de la gestión cultural siguen discutiéndose al interior de la comunidad artística, lo cual habla de los múltiples puntos de vista, a veces encontrados, que hay sobre el tema. ¿Cómo mantenerse como artista independiente cuando se necesita del apoyo financiero de una institución? El pasado 2 de julio el grupo transdiciplinar Comunidad Sí convocó a un panel en el marco de la exposición Modelo, que se exhibió en la galería Llorar (la exhibición abordaba, precisamente, temas de crítica institucional). El panel estuvo compuesto por agentes de espacios culturales disímiles aunque con ciertos aires de familia: Yoshua Okón del espacio artístico y educativo Soma; Polina Stroganova de la galería Proyectos Monclova; Néstor Quiñones de la galería La Quiñonera; Marek Wolfryd de la galería Ladrón; Daniel Aguilar Ruvalcaba del “espacio de producción artística” Bikini Wax, y Camila Gb de Llorar. Tanto Quiñones como Okón (quien a mediados de los noventa fundó, con un grupo de artistas, La Panadería) señalaron el cambio contextual que ha operado en el mundo del arte mexicano en las últimas décadas. Ahora abierto al mercado internacional y con muchos más espacios de exhibición, las formas en que se organizan y gestionan los artistas mexicanos han cambiado en poco más de veinte años, así como sus intereses y preocupaciones.
Con todo, pueden identificarse ya algunas inquietudes singulares de la gestión cultural contemporánea. De acuerdo con Stroganova, “el tema del conflicto de interés es recurrente. Se cuestiona mucho la toma de decisiones de distintos espacios, hablando en términos específicos de administración. Llama mucho la atención y hay una constante necesidad de explicar por qué se hace cierto tipo de programa. Pero, más allá de los aspectos curatoriales o conceptuales, ¿quién toma las decisiones? Es un tema fuerte. Por supuesto, hay muchos cambios y es muy difícil encontrar una línea, especialmente en instituciones públicas. Parece que las decisiones administrativas dependen de quienes ocupan cargos públicos y no de darle continuidad a proyectos”.
Ciertamente el camino a la profesionalización toma distintas sendas en México. Aguilar Ruvalcaba ve en el traslado de su espacio de León a la Ciudad de México “una semiprofesionalización. En Bikini Wax existe el interés por las condiciones para crear arte contemporáneo pero siempre hemos tenido muy presentes las limitaciones materiales inmediatas. Pero buscamos utilizar esos límites a nuestro favor. Cuando el proyecto inició en León ni siquiera había una conciencia clara de los objetivos del espacio. Después, ya en la Ciudad de México, ingenuamente pensamos en tener un cubo blanco y lo que ello implicaba, pero hubo también un proceso de desencanto. Dentro del grupo nadie estaba realmente capacitado ni tenía el tiempo para hacer una labor de ese tipo. Decidimos abordar al mundo del arte desde lo local, en contra de la homogeneización que permite la profesionalización. Nos opusimos a esas estrategias que permiten la internacionalización y el éxito en esa forma de operar. No era nuestra vía. Fue en ese sentido que nos semiprofesionalizamos y podría decirse que nos resistimos”.
En términos personales, Stroganova, quien ahora funge como directora de Proyectos Monclova, señala que ella no entró al mundo del arte pensando en la administración que involucraba. A propósito de la educación que reciben los artistas y otros agentes en estos aspectos, apunta: “Es difícil para mí hablar sobre la educación que hace falta o no en el contexto mexicano, pero efectivamente es una falla del mundo del arte en general, sin importar el país. Yo tenía, afortunadamente, intereses particulares en la gestión y durante mis estudios tomé cursos de ciencias culturales. En el posgrado en teoría de arte contemporáneo que tomé se suponía que implicaría aspectos prácticos y no sólo teóricos. ¿Qué exige administrar un espacio de arte, por ejemplo? Recuerdo un curso titulado “El mercado del arte hoy” que me ayudó mucho al aclararme el panorama. Se contestaban preguntas que todo mundo tiene: ¿qué es una galería?, ¿por qué es distinta a un museo?, ¿qué es un espacio sin fines de lucro? Era mi tercer año en la carrera y fue hasta entonces que tuve claridad en las diferencias, fundamentales para juzgar programas de distintas instituciones. Definitivamente los ámbitos humanistas y culturales echan en falta esas distinciones administrativas y de gestión”.
Educación en gestión cultural
Existen muchas herramientas libres, pero también institucionales, para que los distintos agentes culturales puedan formarse. El Claustro de Sor Juana, por ejemplo, ofrece una Licenciatura en Estudios y Gestión de la Cultura, mientras que la Universidad Anáhuac ofrece la licenciatura en Lenguas Modernas y Gestión Cultural. Para quienes ya ejercen, en distintas capacidades, como profesionales o semiprofesionales de la cultura, en cambio, hay otras opciones, como las que ofrecen Casa Vecina o el Centro Cultural Border. Destaca, en este sentido, el Seminario Permanente de Gestión Cultural del Centro Cultural de España en México, coordinado por Eva Gómez (a su vez, coordinadora de formación en el CCEMx). El seminario, que ya está en su segunda edición, ofrece talleres para profesionales, pero también charlas con agentes culturales de la Ciudad de México abiertas al público. Los agentes que asistan al menos al 80% tanto de los talleres como de las charlas del CCEMx, además, reciben una constancia de la Secretaría de Cultura (el año pasado se capacitaron diecisiete agentes). “Es un valor añadido que ha hecho que incrementen las solicitudes, este año tuvimos quinientas”, explica Gómez.
Eva Bañuelos, jefa de comunicación del CCEMx, coincidió en que el panorama de la gestión cultural en México ha cambiado en los últimos años: “Cuando el CCEMx se fundó hace quince años se notó ese vacío, un nicho que ayudó a este centro a posicionarse. A lo largo de este tiempo ha habido varios formatos de capacitación, sean talleres para profesionales o cosas más puntuales. Pero el Seminario Permanente es una opción muy bien diseñada y estable que condensa lo que el centro ha aprendido en estos años, incluyendo el uso de herramientas libres, lo que le ha permitido al centro alejarse de posiciones demasiado formales o académicas, acercándose a la inteligencia de lo que la gente ya está haciendo. También la naturaleza del centro nos permitió traer a expertos de España, donde la gestión cultural ha ido a otro tiempo, lo cual ha sido muy benéfico”.
Gómez también apunta que en los últimos diez años el contexto en la gestión cultural mexicana ha cambiado por el uso de nuevas herramientas tecnológicas, así como por el surgimiento de instituciones como el MUAC, con robustos programas educativos, o de enigmáticas nuevas figuras como la Secretaría de Cultura. “Ha cambiado mucho el entorno. También han surgido colectivos que tal vez no sean expertos en la gestión pero han cobrado presencia, como Bikini Wax. Y sí, cambió el entorno, no sólo para el CCEMx. Aunque tenemos mucha relación con el entramado institucional, escapamos un poco de ello. En ese sentido tenemos la ventaja de ser identificados como un lugar más neutro, al contar con presupuesto de un gobierno extranjero o trabajar con agentes de otros lugares. Es un factor interesante para nosotros, en contraste con las secretarías culturales locales o la iniciativa privada”.
Sobre el perfil mixto que asiste a los talleres y seminario del CCEMx, donde conviven tanto artistas con oficio que echan en falta un soporte teórico, como quienes se encuentran en la posición contraria, Bañuelos señaló: “Como hay un cruce de tantas cuestiones y disciplinas, se nota precariedad. Hay, por ejemplo, coreógrafos que necesitan desarrollar habilidades para producir sus presentaciones y conseguir financiamiento. Son artistas que no podrán contratar una productora o un mánager; ahí es donde nos parece que el Centro puede ayudar. Hacemos todas esas cosas y sabemos hacerlas. Es otra forma en que ha cambiado el contexto en los últimos años, se han reducido los recursos destinados a las artes y la cultura. Como muchos otros gestores, también en eso tuvimos que adaptarnos”.
El próximo 12 de julio el seminario del CCEMx ofrecerá una charla sobre “El proceso creativo”, abierta al público. Su programa puede consultarse completo en línea.
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