lunes, 3 de julio de 2017

José Luis Cuevas (1934-2017)

En noviembre de 1998, José Luis Cuevas nos recibió en su casa de la colonia San Ángel, en la Ciudad de México. Eran los comienzos de La Tempestad y el artista nos dedicó una tarde de domingo, generoso y risueño. Como homenaje mínimo, reproducimos algunos fragmentos de aquella entrevista, aparecida en el no. 5 de la revista (marzo-abril de 1999). Cuevas tenía entonces 64 años; hoy ha muerto a los 83.

 

Como joven pintor y dibujante usted se caracterizó por mantener una actitud contestataria respecto a lo que podríamos llamar el establishment cultural, representando entonces por la Escuela Mexicana de Pintura. Si estuviera comenzando su carrera en estos tiempos, ¿contra qué arremetería?

 

En realidad yo no tendría por qué situarme en la adolescencia o en la juventud para imaginarme contra qué podría arremeter. ¿Contra qué me gustaría arremeter ahora, a mis años? Me gustaría arremeter contra las seudo vanguardias mexicanas, contra los que hacen instalaciones, en fin, contra todas estas cosas que se venían haciendo en Europa desde hace mucho tiempo. También contra la actitud de los jóvenes, tan poco combativa; no combaten contra nada, son absolutamente obedientes a los dictados de la moda, a las modas que imponen a veces las galerías. Se ha perdido ese espíritu de lucha que era característico de los artistas mexicanos. Me dan ganas de arremeter contra los artistas jóvenes, para sacudirlos un poco y que salgan de su inercia, de esta etapa de somnolencia. Sería necesaria una fuerte sacudida.

 

Usted ha representado, por medio de dibujos, grabados y pinturas, el lado terrorífico de la condición humana, lo que podríamos denominar una estética de lo grotesco…

 

Para poder explicarte eso tendría que psicoanalizarme. ¿De dónde viene esa inclinación al horror, a lo terrible de la existencia? Esto se da en muchos artistas, yo no inventé el terror o lo grotesco dentro de la pintura; está en el arte más antiguo. Las razones psicológicas realmente las desconozco. Recordando la infancia, tuve la suerte, por llamarle de alguna manera, de que todos los temas que después trataría en forma un poco obsesiva dentro de mi trabajo estaban ya en el barrio en el que nací. Porque nací en un barrio de prostitutas, de gente miserable, de gente marginada. O sea que mis primeras visiones del mundo fueron visiones terribilistas de la condición humana. Surgió en mí ese gusto por lo tenebroso, que también viene de mis primeras lecturas.

 

Usted tiene fascinación por los personajes míticos, ya sean del cine, de la literatura o de las artes plásticas. ¿No es su escritura autobiográfica un modo de convertirse usted mismo en un mito?

 

Bueno, yo creo que el propósito es ése. En realidad yo he creado un personaje desde que tenía por lo menos dieciséis años y tenía mi estudio en la calle de Donceles (un cuarto miserable en una vecindad). La idea era inventar un personaje que era pintor o dibujante, lo que fuera, y que tuviera ciertas características, tomando mucho de ciertos personajes de ficción. Siempre he sido bastante literario, siempre he estado cerca de la literatura. En aquellos momentos de carencias mi identificación era con el Raskólnikov de Crimen y castigo. Las putas eran las Sonias. Después vendría la cosa de identificarme con otros personajes de novelas, por ejemplo el Julien Sorel de Rojo y negro de Stendhal. Todos estos personajes, de alguna manera, eran gente que quería alcanzar un estatus, viniendo de orígenes humildes.

 

¿Tendrá que ver su pasión autobiográfica con la idea de Baudelaire de la vida como obra de arte?

 

Claro. No te olvides de una cosa: algo muy importante en el siglo XX han sido precisamente las biografías de pintores, lo que los pintores han hecho para que sus biografías resulten interesantes. Dalí, por ejemplo, en forma genial. Diego Rivera fue un hombre muy de su tiempo: el artista como figura pública. Andy Warhol en Estados Unidos. Picasso… genial.

 

¿Se ha aburrido Cuevas de Cuevas?

 

Es una pregunta que no se me había hecho. Es algo verdaderamente espantoso. De pronto sí hay una especie de fatiga, más que de aburrimiento. La he sentido sobre todo en los últimos meses, debido a la situación de la enfermedad de Bertha. No he estado lo suficientemente lúcido como para poder aplicar al personaje nuevos elementos.

 

¿Todavía siente la misma excitación cuando empieza su jornada de trabajo, cuando observa la materia a la que debe dar forma?

 

Sí, todavía siento esa excitación. No puedo dejar una obra sin terminar; si comienzo una obra la termino el mismo día. A veces no estoy totalmente satisfecho de lo que hago, pero no destruyo ese trabajo, lo guardo y dejo que pase el tiempo.

 

 



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