Durante la última década del siglo pasado (o casi) Larry David y Jerry Seinfeld lograron crear una comedia de situación que no sólo puso en crisis al modelo (famosamente, al mostrar que podía hacerse comedia sobre nada) sino que los obligó, a la vuelta del siglo, a explorar otros formatos. O, mejor dicho, a recalibrar el descubrimiento que habían hecho. Tras algunas breves incursiones en el cine Seinfeld volvió al stand up pero también, en esta década, a la televisión de formato episódico, aunque no sin desandar lo andado: podría decirse que Comedians in Cars Getting Coffee (2012- ) es televisión, pero se siente más como un experimento que explora la forma en que se consume entretenimiento en el siglo XXI. La serie se transmitió originalmente por Crackle (de manera gratuita) y a partir de 2018 podrá verse en Netflix (además de algunos especiales de comedia, como Jerry Before Seinfeld, que se estrenó este mes). Lo más llamativo, sin embargo, es que, como el título de la serie indica, no hace más que acotarse a los intereses de Seinfeld (ir en coche por un café con sus amigos comediantes): y aunque a ratos parece una exploración documental sobre la comedia norteamericana contemporánea, la improvisación cómica nunca deja de tener centralidad.
De espalda a la comedia de situación (donde un par de sets controlados funcionan para desarrollar una serie de gags y sketches) es llamativo cómo Seinfeld y David exploraron las herramientas del cine documental o la televisión de realidad (o de algo que se le parece). No fueron, claro, los únicos: de pronto los consumidores de realidad impusieron una especie de pauta estilística que se aprecia en comedias destacadas como Arrested Development (2003-), The Office (2005-2013), Extras (2005-2007) o Louie (2010-) pero también en productos de segundo orden, como Modern Family (2009-). Larry David, con Curb Your Enthusiasm (2000- ) no sólo ayudó a cimentar el estilo documental sino a mostrar su traducción temática en la comedia, a saber, una comedia que continuamente devela las extrañas contradicciones con las que debe aprenderse a vivir en una sociedad que, supuestamente, se precia de ser políticamente correcta. Viene a cuento ahora que, tras un hiato de seis años, la serie vuelve a HBO.
Hay algo tan consolador como perturbador en el descubrimiento de que no mucho ha cambiado en los últimos seis años para David: los nuevos episodios que han podido verse de su novena temporada (“Foisted!” y “The Pickle Gambit”), estrenada a inicio de mes, son tan redondos como siempre, así como llenos de enredos. ¡Es el viejo David! ¿Cómo despedir a una asistente inepta que es minusválida? ¿Es aceptable decir “minusválida”? ¿Qué ecuación funciona para determinar si debemos mantener abierta una puerta, caballerosamente? ¿Es la distancia un factor? ¿Y lo apreciará una mujer homosexual poco femenina? ¿Somos alguien para recomendarle a una prostituta cómo vestir? ¿Qué tan en serio debemos tomarnos una… fetua? Esas preguntas más o menos ociosas (e incómodas) tienen orígenes que pueden rastrearse a lo que hizo a Seinfeld una serie genial: la capacidad para ver algo cotidiano de nueva forma. Claro, en David hay algo que en Seinfeld sencillamente no está, una malicia que tiene ganas de joder (hasta donde sea permitido). Pretty, pretty good.
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