Como su otra novela traducida al español, Por donde una vez caminamos (2006), la obra más reciente del autor finlandés Kjell Westö (Helsinki, 1961) que se encuentra disponible en nuestra lengua, Espejismo 38 (2014) también toma lugar en la capital finlandesa en un período de entreguerras. A diferencia de la primera, sin embargo, Espejismo 38 presta atención a la vida interior de un puñado de personajes para subrayar la extraña forma en que se prefiguran las tormentas de acero. Si para satirizar la pasividad con la que algunos vieneses recibieron la Segunda Guerra Mundial Karl Kraus señaló que en esa ciudad, si no fuera por la guerra, parecería que se vivía en paz, Westö opera de manera inversa: si no fuera por la supuesta paz que se vivía en Helsinki en 1938, parecería que ya se vivía en guerra. “Es un asunto muy interesante y hay diferentes maneras de verlo. Muchos historiadores europeos, hoy en día, afirman que no hubo paz entre las dos guerras mundiales: forman parte de una misma trayectoria, que va desde los Tratados de Versalles hasta que Hitler ascendió al poder. En mi opinión fue así. Espejismo 38 está ambientada en un período en el que ya no existe paz en casi ningún país europeo. En España, claro, ya existía una guerra civil brutal. Pero la amenaza de guerra era igual de real en otros países en los que oficialmente se vivía en tiempos de paz”.
Así, por ejemplo, tenemos a Matilda Wiik, una mujer fuerte y enigmática que sin embargo funciona como el vehículo para mostrar la continuidad entre la violencia de la Guerra Civil finlandesa y la pesadilla de la Segunda Guerra Mundial: “Muchos de mis lectores creen que esta novela tiene dos protagonistas, el abogado Claes Thune y su secretaria, Matilda Wiik. Pero yo creo que la auténtica protagonista es ella. Es el personaje más importante pues sus heridas son el motor de la novela. Sin ella no habría novela”.
Wiik es una sobreviviente de uno de los campos de trabajo creados en Finlandia durante su Guerra Civil. Thune, en cambio, funciona como un curioso punto de contacto con el lector contemporáneo: un abogado liberal que, aunque se siente incómodo con las posiciones de extrema derecha que ya se anuncian en el horizonte (pero también en sus círculos cercanos), se siente igualmente atribulado por las posiciones de izquierda; es, finalmente, un hombre tímido y débil. ¿No es similar esa posición a la de quienes hoy, ante los fantasmas redivivos del siglo XX, son incapaces de comprometerse? “Esa fue la razón por la creé el Club de los Miércoles, la tertulia en la que Thune y sus amigos se juntan para sostener charlas de política y que ciertamente funciona como un espejo de la hipocresía europea. En ese club no hay miembros de la izquierda, por ejemplo. Entonces se vivía en un ambiente tan venenoso que no era posible sostener charlas entre personas de posiciones políticas opuestas. Las clases sociales no sólo estaban muy divididas sino que los sentimientos políticos estaban muy calientes. Todo era absoluto. Es un ambiente extraño donde a las personas les parece más importante ser sagaces y tener buenos argumentos, mientras beben güisqui. Pero son ciegos a lo que ocurre afuera de sus ventanas, por donde puede verse al mundo en dirección hacia el infierno. A tres o cuatro años de haberla escrito ahora me doy cuenta de que Thune tiene muchas cosas en común conmigo, es una especie de autorretrato. Es el tipo de persona liberal que en tiempos peligrosos, cuando se buscan actitudes polarizadas, se encuentra en crisis. Tanto la izquierda como la derecha le odian pues no puede elegir un bando. Una persona así seguirá buscando compromisos, cosa que es en vano en tiempos difíciles. Vivimos en tiempos peligrosos”.
La prensa internacional ha llamado la atención sobre la capacidad de Westö para utilizar estrategias de la novela negra a su favor. Pero no sólo el noir ha tenido impacto en esta obra, también algunos elementos del imaginario extraño: los distintos encuentros de los miembros del Club de los Miércoles, por ejemplo, ofrecen algunos de los momentos más logrados de Espejismo 38 y entre ellos destaca la velada en que asisten a un concierto de theremin, en el conservatorio de la ciudad: “Es un instrumento fantasmagórico pero futurista. Lo elegí precisamente porque es un típico producto del siglo XX, tan lleno de cosas extrañas, entre ellas espectros. Pero es cierto en esta novela y en la más reciente [El cielo de color azufre, aún sin traducir] uso aspectos del thriller. De joven leí muchas novelas negras. Las encuentro muy divertidas y sus métodos me han resultado útiles. Pero, claro, no son thrillers”.
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