Algunos espectadores como yo no pudimos ver en pantalla grande el clásico de Ridley Scott, Blade Runner, cuando se estrenó en 1982. Aunque vi algunas de sus versiones en distintos formatos no fue hasta 2012 que pude verla en pantalla grande, gracias a una de esas pocas concesiones que algunos conglomerados tienen para el público (fue parte de la segunda temporada “Regresan los clásicos” que organizó Cinemex); el año pasado la cinta también pudo verse en la Cineteca Nacional, para coincidir con el estreno de su secuela, Blade Runner 2049. La diferencia entre ver Blade Runner en casa o hacerlo en una sala de cine es importante; la misma cinta ofrece experiencias distintas: ver en pantalla grande las entrañas del edificio Bradbury mientras son recorridas por Rick Deckard, o las maquetas que crecen para asemejar diseños monumentales que evocan la arquitectura de Frank Lloyd Wright, es algo que merece ser presenciado. Hay que subrayar lo obvio: el universo distópico conjurado por Scott y su equipo de producción crece en magnitud, cuando se inserta en el rito de ir al cine. Al mismo tiempo, muchos espectadores hemos sido educados (o entretenidos) principalmente a través de formatos más adaptables, desde el televisor del hogar hasta, recientemente, pantallas de distintos formatos: vemos cine a través de ordenadores, tabletas e incluso celulares. La cinefilia ha alcanzado una nueva distancia, cada vez más personal. En el camino, sin embargo, también ha perdido tanto la monumentalidad como las extrañas afinidades que crecen en salas oscuras (es cierto, sin embargo, que han nacido vínculos de otro tipo, preponderantemente digitales e instantáneos; presuntamente “democráticos”).
La cinefilia, más apasionada que intelectual, ha encontrado distintas estrategias para crear vínculos y sociedades. Los cineclubes improvisados alrededor del mundo han sabido unir a espectadores en entornos tan disímiles como los bares que ofrecen noches especiales para los seguidores de, digamos, Juego de tronos, hasta azoteas que con la ayuda de un proyector pueden celebrar una sesión dedicada a Blade Runner (el pasado 23 de febrero, en la Ciudad de México, la comunidad en torno al estudio de diseño Primal, tuvo una nueva sesión de su proyecto continuo F.I.L.M., en la que se experimentó con la banda sonora de la cinta, con el apoyo del guitarrista Fernando Vigueras). Ya he mencionado algo sobre este aspecto ritual de la cinefilia, en este texto.
Si ver ciertas películas en pantalla grande ya era difícil, verlas en “la comodidad de la casa” (pero también en salas de espera o en el transporte público) es cada vez más fácil. Tal ha sido la normalización del consumo de cine a la carta, individual, que el impacto en la “industria” es notable. En este mismo sitio, Andrea Rendón señaló, el año pasado, el momento inaugural de la tendencia de estrenar filmes para ser distribuidos por servicios de transmisión instantánea como Netflix (a propósito de Okja de Boon Joon-ho; lean al respecto acá). Con una suerte desigual, la misma estrategia se utilizó para el estreno de filmes espectaculares o “taquilleros” (un término cada vez más obsoleto): Bright (2017) de David Ayer, y The Cloverfield Paradox (2018) de Julius Onah, fueron estrenadas sin mayor pena ni gloria. Son casos más o menos significativos: ni la fuerte publicidad en torno a la película de Ayer (protagonizada por Will Smith) ni la estrategia misteriosa de The Cloverfield Paradox (estrenada de golpe el día del Súper Bowl, como parte del extraño universo de ciencia ficción compartido por la marca “Cloverfield”) lograron sacudirse de encima la leyenda negra de las películas que se lanzan “directo para la televisión”. Pasan sin mayor pena ni gloria.
El mismo sábado en que un grupo de cinéfilos se apropiaba de Blade Runner en una azotea de Iztacalco, se estrenó a nivel mundial Mute, de Duncan Jones, por Netflix, otra cinta de ciencia ficción cyberpunk que se desarrolla en el mismo universo que En la Luna (2009), el sorpresivo largometraje con el que debutó como realizador el hijo de David Bowie. Si uno no hubiera puesto atención, se perdía el estreno. ¿Pero es apropiado hablar en esos términos cuando una cinta llega al catálogo de una empresa como Netflix? ¿Atención? ¿Estreno? ¿Cómo se ve una película como Mute en una pantalla de televisión? O peor, ¿en una tableta, en un teléfono? Es, debe decirse, un filme interesante que no sólo tiene aires de familia con el diseño de producción de Blade Runner (se desarrolla en el Berlín de 2048) sino que explora otras sendas: la cinta tiene más elementos del cine negro clásico –sigue la historia de un hombre estoico a la búsqueda de una femme fatale– que del cyberpunk. Con todo, uno no puede dejar de preguntarse cómo se verían las arquitecturas barrocas o los paisajes neón de ese futuro más o menos distópico en una pantalla grande (el diseño de producción estuvo a cargo de Gavin Bocquet).
¿Por qué las apuestas “taquilleras” de Netflix se han decantado por el cine de ciencia ficción? La tendencia sigue: aunque se estrenó el pasado fin de semana en cines de los EEUU, la nueva cinta de Alex Garland (quien lanzó Ex Machina en 2014), Annihilation, se distribuirá globalmente saltándose las salas de cine, directo a Netflix. En una entrevista para io9, Duncan Jones arrojó algo de luz al respecto, a propósito de Mute: “No creo que sea el tipo de películas que los estudios estén haciendo hoy en día. Su presupuesto era demasiado alto para ser considerada una pequeña película independiente. Ese tipo de presupuesto, entre los 20 millones y los 40 millones, era administrado por brazos específicos de los grandes estudios, que trabajaban con películas más o menos independientes. El vacío ha sido llenado por servicios como Netflix, Amazon y Apple…”. En efecto, Annihiliation, distribuida por Paramount, tuvo un presupuesto de 40 millones de dólares pero en su fin de semana de estreno doméstico, sólo recuperó arriba de los 13 millones. Ni siquiera el entusiasmo de la crítica la rescató de la realidad de los números (como ocurrió con Blade Runner 2049, de Villeneuve). Los contadores han estado prestando atención. ¿Serán los algoritmos y los números de recaudación los que definirán el futuro del cine de ciencia ficción? No sólo el de ese género, tristemente: como reportó Scott Mendelson para Forbes, la nueva cinta de Martin Scorsese, The Irishman (con un presupuesto de 140 millones de dólares) sería distribuida por Paramount, pero pronto los derechos podrían pasar a Netflix también.
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