Los cineastas formados en Quebec se han apoderado de las pantallas del mundo: Xavier Dolan (Tom en la granja, 2013), Denis Villenueve (Blade Runner 2049), Jean-Marc Vallée (Big Little Lies, 2017) y Denis Côté (Vic + Flo vieron un oso, 2013) son los casos más exitosos. Algunos de ellos se han integrado a la industria de Hollywood, como era de esperarse. Sin embargo, el cine quebequés continúa brindando creadores y obras notables. “Es la época de oro del cine de Quebec”, dice Jean-Sébastien Durocher, fundador y director de Quebecine, muestra de cine que desde 2014 presenta en México (uno de los países donde más se ve cine francófono) una selección de lo más destacado de la cinematografía de la región canadiense.
¿A qué se debe el florecimiento de esta comunidad fílmica? Durocher ve en la caso de Dolan –que en 2016 ganó el gran premio del jurado en Cannes con No es más que el fin del mundo– una figura influyente que muchos jóvenes han tomado como ejemplo: “Él hizo su primera película con poco dinero que además era suyo. La tecnología, también, ha impulsado el proceso: se puede filmar con una buena cámara y luego hacer el montaje en casa. A diferencia de los años noventa y dos mil, las óperas prima son apreciadas en festivales como la Berlinale. Es decir, las películas se exportan pronto y eso asegura que los directores consigan apoyos para sus futuros proyectos. Otra cosa: hay múltiples propuestas, muchas de ellas originales”.
Esta ocasión la muestra, que integra títulos que dan cuenta de la producción reciente de Quebec, se nutre de filmes diversos tanto en registro como en género. Los hambrientos (Robin Aubert, 2017) propone un mundo distópico en el que un grupo de personas se esconde de zombis; Claire en invierno (Sophie Bédard Marcotte, 2017), por otro lado, es una cinta experimental –inspirada en la obra de Chantal Akerman– sobre las preocupaciones de los jóvenes en la era tecnológica. Bédard, que se tardó dos años en concretar la edición de su película, tuvo que hacer diversas pausas para trabajar y conseguir dinero para sobrevivir.
Aunque el horizonte quebequés es alentador, también enfrenta problemas de distribución, como sucede en México. El cine de Hollywood acapara las pantallas en todo el mundo. “La lengua y el capital son otras dificultades”, dice Durocher, “es difícil exportar películas que no estén hablada en inglés”. El director de Quebecine considera a la Cineteca Nacional como un modelo exitoso para proyectar filmes de autor y otros menos exigentes. “En Quebec no tenemos un lugar así. Hay películas producidas allá que se han visto más en México que en Quebec; entiendo, también, que fuera de la Ciudad de México es difícil acceder a una oferta más amplia”, explica el creador de Quebecine, que el año pasado se presentó por primera vez en San Luis Potosí.
El caso de Denis Côté, quizá el realizador más destacado en términos narrativos y estéticos de los mencionados, cuyo cine se ve principalmente en muestras y festivales fuera de Quebec, es un buen ejemplo de un fenómeno que se repite en varios países. La industria cinematográfica de Francia enfrenta, de igual manera, esta problemática. En 2015 las películas francesas tuvieron más espectadores en el extranjero que en Francia, según datos de UniFrance. Los datos comprueban que hay un público interesado por la producción que se genera en otras latitudes.
Al encarar estas dificultades, la organización de la muestra ha decidido darle prioridad a la curiosidad del público mexicano por la cultura quebequense. El eje principal de su línea curatorial es el cine de autor y original. “Combate hasta el fin de la noche (Sylvain L’Esperánce, 2016) es una película magistral. Sylvain, que sostendrá una charla en el crítico Carlos Bonfil en la Cineteca, pasó dos años en Grecia para realizar este proyecto de más de cuatro horas de duración. Es un documental complejo sobre la lucha de los griegos contra el capitalismo más salvaje”, apunta Durocher.
Quebecine, que se presentará hasta el 25 de febrero en la Cineteca, también da cabida a otras miradas. Por ejemplo, Los tatuajes falsos (Pascal Plante, 2017), un filme humorístico sobre la precariedad de la juventud; y 24 Davids (Céline Baril, 2017), “una propuesta loca en la que la directora, formada como fotógrafa, buscó a veinticuatro personas que tienen el mismo nombre en varios continentes que desean mejorar el mundo”, concluye el director.
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