jueves, 15 de febrero de 2018

Ocho siglos en dieciocho obras de arte (I)

Ciertos museos dan la impresión de preferir a las multitudes por encima de sus públicos, será que ahora miden su relevancia a partir de filas o el número de selfis. No es el caso de Pino Suárez 30, en el Centro, en donde da gusto que hayan dejado atrás un raro extravío por el mundo del arte contemporáneo para dedicarse a lo que nosotros creemos que les toca. Nos referimos en particular a la muy ambiciosa exhibición La Ciudad de México en el arte. Travesía de ocho siglos, que seguiremos visitando los miércoles que sean necesarios, cuando la entrada es gratis, no importa que se enojen los custodios si no examinamos todas las salas cada vez. Terminamos siempre contentos, inspirados, con nuevos conocimientos y, claro, inquietudes: ¿sí son ocho siglos?, ¿irán a imprimir el catálogo?, ¿habría resultado mejor ordenar cronológicamente los centenares de piezas? Revisemos, hoy y asimismo dentro de quince días, las que más nos han gustado hasta el momento con la intención de antojar un recorrido por el Museo de la Ciudad de México antes del primero de abril.

Diosa de la fertilidad (ca. 1500), de autor desconocido

Tallada en madera y con incrustaciones de caracol, materiales a los que no estamos tan acostumbrados a la hora de enfrentarnos a la escultura prehispánica, esta hermosa estatuilla fue encontrada en 1888, o antes, en las cercanías de Chalma, aunque también se ha dicho que en el municipio de Coatepec Harinas, de raíces matlatzincas. Mide apenas unos cuarenta centímetros de altura y por lo general podemos apreciarla en el Museo Nacional de Antropología. Llaman la atención el cabello trenzado y su magnífico estado de conservación; también que se haya incluido en una exposición sobre el arte de la Ciudad de México; pero no nos quejamos.

Pectoral de Pedro de Alvarado (siglos XV o XVI), de autor desconocido

Destaca una inscripción en la pieza de hierro forjado: Albarado. Se afirma entonces que perteneció al adelantado pacense, el de la yegua alazana y el famoso salto de la calzada de Tlacopan, en la tercera cortadura. Esto durante la Noche Triste, que de algún modo él mismo propició. Dan ganas de averiguar más sobre el peto, sabemos que forma parte del acervo del Museo Nacional de Historia, de seguro ahí tienen más información, que no se la guarden. ¿Cómo se concluye que sí fue de Pedro de Alvarado?

Biombo de la Conquista de México y la muy noble y leal Ciudad de México (siglo XVII), de autor desconocido

Hemos admirado esta preciosura decenas de veces, siempre con el apasionamiento que exige, en el Franz Mayer, sólo que esta vez la colocaron un poco más arriba, lo cual permite apreciarla mejor. Cada templo, monasterio, colegio, hospital, edificio religioso o civil prominente, calzada, la Alameda, los caños, el camposanto, el rastro, incluso Chapultepec, los volcanes y el Peñol… Y en la otra vista escenas de la guerra entre mexicas y españoles: Moctezuma en el balcón, lo que más nos gusta ver. Y los bergantines, y el gran cu de Tlatelolco, y… Cabe clarificar que las pinturas corresponden a finales del siglo siguiente a la Conquista, por lo que no podemos fiarnos de la veracidad de lo relatado; de la descripción de la ciudad nosotros pensamos que sí. Este biombo de estrado fue primeramente de los duques de Moctezuma, en España.

Santa Cecilia (siglos XVI o XVII), de Andrés de Concha (atribuido)

La cédula dice XVII, pero este óleo sobre tabla bien puede ser de la centuria anterior: el artista hispalense se mantuvo activo en la Nueva España más o menos entre 1570 y 1611, sobre todo en Oaxaca. Se ha escrito que la pintura originalmente estuvo en el primer convento agustino de la capital; desde el año 2000 se halla en el Museo Nacional de Arte. Destacan su trazo renacentista y los colores fríos y atrayentes.

Retrato de la S. D. María Josefa Melchora Cano Moctezuma Rojas y Velazco. Señora de la Villa de Tacuba y sus sujetos (siglos XVIII o XIX), de autor desconocido

Maravillosa pintura de la colección de Rodrigo Rivero Lake que nos deja pensando en la progenie de la nobleza mexica, la cual en gran medida termina convirtiéndose en la novohispana. La elegante dama, fallecida en 1801 y seguramente vinculada con el convento de Corpus Christi, nos mira o desafiante o modesta o cansada ¿o ya muerta?

Biombo con escenas y tipos populares mexicanos (siglo XVIII), de autor desconocido

Qué emoción este óleo sobre lino por las leyendas que alcanzamos a leer, o pregones: “Las quesadillas de rregalo“, “no toma usted manojitos”, “que vendes” y “carbon seño”, “una jicara de cuajada”, etcétera. Pero, además, la ropa, los peinados, la vegetación… Una gozada que nos hace volver a la exposición una y otra vez.

Procesión solemne de nuestra señora de Loreto a la Ciudad de México (después de 1727), de autor desconocido

Gran cuadro que nunca habíamos visto. A lo mejor por pertenecer al templo de San Pedro Apóstol, en Gustavo A. Madero. Un premio para quien lo haya descubierto y compartido con nosotros. Otra novedad: la eficiente, o tramposa, representación de las calles que actualmente identificamos como Monte de Piedad, República de Brasil; República de Guatemala; Tacuba; Donceles; Luis González Obregón, San Ildefonso, Loreto. Por ellas y en este orden desfila la comitiva desde la fachada occidental de la Catedral hasta la iglesia de Loreto, dañada por cierto en el último terremoto de 2017. Nos fascinan los mil detalles, como la desaparecida Capilla de los Talabarteros o las ventanas de los edificios habitacionales.

Escena de mercado (1850), de José Agustín Arrieta

Quizás ambientado en la esquina de Corregidora y Roldán (¿será de Jesús María la cúpula?), esta obra pone de manifiesto una estilizada tensión social, bellamente reiterada por los perritos peleando o jugando. Las mercancías frescas, lo diáfano de la luz, el rebuzno del animal y el apriosionamiento de la mujer por parte de marido e hijo, más avergonzados que enfadados, son sólo algunos de los detalles que nos cautivan, a la vez que causan una idílica… sorpresa cada que estamos enfrente. Encanta que los trabajos de Arrieta vayan más allá de lo puramente costumbrista.

Convento de Churubusco (1912), de Fernando Best

Casi que podemos oler las baldosas limpias, conventuales, y la mañana reluciente. Y en el fondo el jardín antes dieguino, idóneo para el descanso de frailes que viajaban hacia o desde las Filipinas. Pero hay más: los azulejos y el muro derruidos, procurando resistir a medio siglo de las leyes reformistas: el prolongado fin de una época. La escena revive cada que paseamos por el Museo Nacional de las Intervenciones de cuya colección, por supuesto, forma parte este tranquilizador y menudo óleo al que quisiéramos mudarnos.

Jueves 15 de febrero de 2018



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