Un presente distópico
Dada su capacidad para ofrecer visiones radicales, límite o peligrosas, la ciencia ficción ha sido un género fértil para plasmar temáticamente (y a veces formalmente) las preocupaciones del ahora. El abrumador desenrosque temporal de la gratificación o frustración inmediata que acompañó al surgimiento de las tecnologías de la comunicación digital (especialmente cuando se aceleraron con las redes sociales), ha sido ampliamente comentado en este género, así como el impacto que ha tenido en nuestra psique. No en vano Prometeo, de 2012, hace que su protagonista, Elizabeth Shaw, le pregunte con el horror de quien se descubre desnudo, a David, el androide: “¿¡Viste mis sueños?!”.
En el cine reciente, por ejemplo, personajes como Joy de Blade Runner 2049 (Dennis Villeneuve, 2017) una entidad virtual diseñada para decir, verse y actuar como su usuario desee, recuerda siniestramente las cámaras de eco que los algoritmos diseñan en Facebook, Twitter o servidores personales como Alexa, a partir de nuestras opiniones y preferencias (una idea ya explorada, también, en Her, el filme de 2013 de Spike Jonze). La cuarta y más reciente temporada de la siempre moralista Black Mirror (Charlie Brooker, 2011- ) vuelve a este terreno, a veces oblicuamente, en capítulos como “USS Callister”, “Arkangel” y “Hang the DJ”.
Debe decirse, sin embargo, que las visiones a menudo alarmistas de la ciencia ficción distópica, que han gozado de buena salud en taquilla, no son el único lugar donde el cine ha reflexionado sobre nuestros encuentros con las redes sociales. A veces con menos fortuna y con cierto tremendismo, como se pudo ver en 2017 con Ingrid Goes West de Matt Spicer, que tiene su equivalente temático (pero no tonal) en “Nosedive”, un episodio de Black Mirror que reduce al absurdo la instagramización de nuestra vida. Un ejemplo más: en “Arkangel”, otro episodio de la serie británica dirigido por Jodie Foster, vemos a una madre sobreprotectora (interpretada por Rosemarie DeWitt) que cae en la trampa de la comunicación inmediata y las aplicaciones de “control parental”; tiene su eco en la cinta dramática de aspiraciones sociológicas Hombres, mujeres y niños (2014, Jason Reitman). Allí encontramos el mismo arquetipo: DeWitt también actúa en ese filme, pero interpretando a la esposa desencantada que busca amor en el Internet; la figura de la madre sobreprotectora es interpretada por Jennifer Garner. Otros personajes: el adolescente que escapa con videojuegos en línea, la chica con desorden alimenticio que encuentra foros “de apoyo” electrónicos; la madre que es demasiado flexible con lo que su hija sube a su sitio electrónico; los bullys y los acosadores… etcétera.
Pantallas y ventanas
Hombres, mujeres y niños ocasionalmente se permite yuxtaponer en pantalla la imagen de lo que sus personajes ven, a su vez, en otra pantalla. El efecto desorientador, simultáneo, subraya la velocidad seductiva con la que se comunican, pero siempre a favor del melodrama. Con personajes igualmente chatos y más o menos intercambiables, la misma técnica ya se encontraba en Desconexión (2012) de Henry Alex Rubin y aún puede verse en fábulas orwellianas como El círculo (James Ponsoldt, 2017). No puede negarse que la inspiración ludita de muchas de estas cintas –que, para ponerlo en términos de Byung-Chul Han, hacen del teléfono inteligente un rosario, es decir, un mecanismo de autocontrol y vigilancia efectivo– tiende a dejar de lado la manera en que el cine se ha apropiado, inventivamente, del lenguaje interconectivo.
Por supuesto, el cine dramático de esta década en el que vemos a gente ver pantallas o ventanas virtuales, tiene algunos exponentes interesantes –como la efectiva La red social (2010) de David Fincher, una cinta sobre traición con toques de drama procedimental. La información simultánea expresada con texto e iconos visuales, compartida por la audiencia y el personaje, se ha convertido en una parte cotidiana del lenguaje cinematográfico. De manera discreta y elegante, se ha visto en series como House of Cards (2013- , producida por Fincher), como un impactante y elocuente efecto de elipsis en Hermosa juventud de Jaime Rosales (2014), o como un elemento fantasmagórico e inquietante en Fantasmas del pasado (2016), la extraña cinta de espectros decimonónicos ambientada en nuestro siglo, de Olivier Assayas.
¿Nuevas formas de narrar?
El efecto ha alcanzado alturas de inmersión paradójicamente superficiales, como en las cintas de “escritorio”, donde el espectador atestigua un movimiento narrativo a través de un único punto de vista, condenado a ver únicamente lo que parece ser la pantalla de una computadora conectada a Internet. Esa manera reducida de ver, un tanto asfixiante, se ha desarrollado en géneros tan disímiles como el horror, en Eliminar amigo (2014), y el documental, como en la interesante Transformers: The Premake, del mismo año. ¿Se trata de una versión empobrecida del recurso del pietaje encontrado?
Como sea, ya comenzamos a ver una auténtica incorporación de las tecnologías conectivas en los formatos narrativos del cine y la televisión, tal vez un resultado natural en la era del contenido “a la carta”. Una herramienta que durante mucho tiempo sólo fue aprovechada por los departamentos publicitarios de la industria cinematográfica, lentamente comienza a ser domesticada por realizadores, los relatos periféricos diseminados en línea.
A finales de enero Steven Soderbergh estrenó el primer capítulo de Mosaic a través de HBO (que, claro, también cuenta con su servicio bajo demanda). En principio, se trata de un thriller típico. La anécdota podría haber dado pie a cualquier serie policíaca: en una pequeña comunidad de Utah, una autora de libros para niños, Olivia Lake –interpretada por Sharon Stone–, es asesinada. Como siempre, un misterio por resolver da pie a la narrativa. Pero lo interesante aquí, además del solvente trabajo de Soderbergh, es que previamente se lanzó una aplicación gratuita que permite al espectador que lo desee no sólo ver –a través de dispositivos como tabletas o teléfonos inteligentes –sino hacer uso del “material adicional” que añade, de manera no lineal, a la narrativa (“una nueva experiencia en el arte de contar historias”, asegura HBO). Así, a través de distintos puntos de vista, de acuerdo a las elecciones del usuario-espectador, el relato crece y se ramifica de la misma forma en que el tiempo que podemos pasar en línea se dilata, en la medida que abrimos nuevas ventanas. Distintos medios han llamado a la aplicación lanzada por HBO en tándem con Soderbergh un artilugio “elegante”, aunque también un tanto innecesario y redundante. El ejercicio recuerda a los libros de entretenimiento que permitían a sus lectores “elegir su propia aventura”, obligando a un espectador a recorrer distintos hilos narrativos (a ser usuarios cautivos). Una asignatura pendiente será ver si este tipo de experimentos resistirán ante géneros no tan formulaicos.
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