Ha pasado un cuarto de siglo de la muerte de Camarón de la Isla (José Monje Cruz, su nombre real; murió el 2 de julio de 1992 en Barcelona), tiempo ideal para comprender la relevancia de su obra. Y tiempo necesario, en realidad, para que oídos ajenos a la tradición flamenca, como los nuestros, puedan situarlo históricamente. Y es que la carrera del cantaor andaluz es singular no sólo por su relevancia musical, sino porque funciona como una especie de puerta de acceso a un mundo vasto. La puerta tiene un nombre, por supuesto, se llama La leyenda del tiempo, su álbum de 1979. Unánimemente celebrado en la actualidad, incomprendido en su época, el disco representa, sin duda, el pico creativo no sólo de un músico, sino de un pueblo y una época. Camarón reuniría a músicos como Tomatito (en ese entonces de apenas 21 años) o Raimundo Amador con los integrantes del grupo de rock Alameda, bajo la producción de Ricardo Pachón, que años antes había trabajado con músicos como Kiko Veneno y Lole y Manuel. Y cantaría lo mismo a García Lorca y Omar Jayam que al propio Kiko Veneno (con la famosa rumba “Volando voy”, a la que le sacaría un brillo único), en fusión con el jazz o el rock. Es decir, sintetizaría una tradición de formas inauditas.
El gesto fue tan osado que no lo repetiría en el resto de su carrera. Basta escuchar Como el agua (1981), el disco inmediatamente posterior: la maquinaria revolucionaria se ha aquietado y vuelto a sus cauces. Pero estos 25 años deben servirnos para algo más: si en su momento La leyenda del tiempo fue incluso ignorado (¿no es esa una reacción natural ante lo radicalmente nuevo, ante lo que desafía de tajo las coordenadas simbólicas previas?), y sólo con el tiempo fue ganando notoriedad hasta convertirse en mito, tal vez, pasadas algunas décadas, podamos volver a insertarlo en el resto de la carrera de Camarón con un objetivo en mente: reconstruir el andamiaje musical que hizo que surgiera la anomalía. Es decir, reivindicar la potencia del resto de su obra para aligerar el peso de La leyenda del tiempo y, en el proceso, escucharlo con oídos nuevos; mostrar cuán lejos está de ser una feliz coincidencia. Se trata de un efecto sólo en apariencia paradójico: se presta atención a su contexto y la obra maestra toma nuevos bríos. Pero también, y esto es muy importante, se muestra que semejantes gestos son efectivamente radicales cuando están firmemente asentados en la tierra, en este caso, en la tradición del flamenco. El proceso de fusión de La leyenda del tiempo es ejemplar porque no es arbitrario, porque su camino estaba tan firmemente trazado que bastaba un giro para que su resonancia fuera mayúscula. «Desobedecer la tradición sin traicionarla», como dijo notablemente Félix Grande.
Podría empezarse por el final, por ejemplo. Potro de rabia y miel (1991), su último disco, con un Camarón fuertemente afectado por un cáncer de pulmón (que terminaría por quitarle la vida apenas a los 41 años) y una voz más frágil y, por ello, más sensible, cualidades que terminan por impregnar el aire del álbum entero.
O por el principio, con el álbum Al verte las flores lloran, grabado en 1969 junto a Paco de Lucía. Un par de leyendas en ciernes (Camarón tenía 19 años; De Lucía, 22), mostrando sus credenciales. Un punto de partida excesivamente idiomático pero fresco, lleno de posibilidades, que se consolidaría con ocho discos más hasta la irrupción de La leyenda del tiempo.
En medio de esos dos polos de tensión, entre el inicio y el ocaso de la carrera de una vida breve, los puntos de lectura son ilimitados. Dieciséis discos de estudio, uno en directo y una antología en tan sólo 23 años de carrera. Incluidos esa triada destacable, posterior a La leyenda del tiempo, que conforman Como el agua (1981), Calle real (1983) y Viviré (1984), o un superventas como Soy gitano (1989), grabado junto a la Royal Philarmonic Orchestra en los estudios Abbey Road, revolucionario a su modo. «Se trata de una producción grandiosa», como resume el crítico Fermín Lobatón, «su mayor éxito de ventas en vida y, en cierta manera, un canto del cisne en la obra de un cantaor que empieza a acusar la enfermedad que le terminaría venciendo». «Dicen de mí / que me amenaza el tiempo», canta en uno de los mejores temas del álbum, pero el tiempo ha transformado esa amenaza en un territorio fertilísimo de escucha, misma que podrá regenerar, cada vez, la potencia de su obra.
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