Para un sector de la crítica especializada la gran sorpresa en los Arieles de este año es El sueño del Mara’akame (2016), de Federico Cecchetti. A medio camino entre el documental y la ficción, la cinta narra la odisea de un joven huichol que anhela dar un concierto con su banda en la Ciudad de México. Para lograrlo tendrá que viajar desde la sierra de Nayarit y en el camino enfrentar la lucha entre sus ideales y los de su comunidad, entre la novedad y la tradición.
Ganadora del premio a Mejor Ópera Prima en el Festival Internacional de Morelia, con las doce nominaciones obtenidas a los Arieles (entre las que destacan las de mejor película, mejor dirección y mejor guion original), la película ve coronado un exitoso ciclo de proyecciones en festivales.
Por si fuera poco, Cecchetti, originario de la Ciudad de México, ganó un lugar este año en el programa de residencias del Festival de Cannes para pulir lo que será su próximo proyecto Cartas desde el país de los Tarahumaras (este mismo estímulo sirvió a directores como Michel Franco y Amat Escalante).
Sin embargo, los premios no impresionan al director. A pesar de sentir un enorme orgullo por el equipo que logró esta cinta, él busca en el cine algo diferente: «Estoy contento pero la verdad es que siento que puede ser un tema engañoso. A veces se le da demasiada importancia a los premios y se convierten en una especie de valor agregado. Hay que buscar un poquito el corazón en otras cosas. Yo no creo que mi trabajo sea mejor por ganar premios sino por el mensaje que pueda transmitir a través de él», dice para La Tempestad.
El mensaje del que habla, al parecer, encuentra a su receptor ideal en un público alejado de las alfombras rojas y las conferencias de prensa, de la misma manera que la comunidad huichol con la que trabajó halló en su involucramiento un interés mayor por su cotidianidad y anhelos, lejos de la representación etnológica habitual en este tipo de filmes.
¿Cómo surgió la idea de hacer El sueño del Mara’akame?
Todo coincidió con el momento en el que conocí al mara’akame o chamán huichol Antonio Parra, a quien considero mi colaborador principal. En realidad solo buscaba a alguien para que fuera a la sierra a grabar una ceremonia, equivalente a la clausura de fin de cursos, en una primaria del pueblo donde se graduaba su hija. Luego de la grabación nos enteramos que dentro de tres días se iba a realizar el jícuri neirra o fiesta del peyote. Después de documentar esta experiencia decidí que era el lugar donde quería realizar mi primera película.
Buscaba una historia de ficción. Lo primero que me llamó la atención fue la relación maestro-alumno de los wirrarika, lo que fue moldeando a los personajes del filme. Me sentí identificado con los jóvenes de la comunidad, me di cuenta que, al igual que yo, ellos no saben muy bien cómo funcionan sus tradiciones. Para todos fue un proceso de aprendizaje.
Conforme los fui conociendo también supe que tienen otros intereses. Descubrí que en la cultura huichol hay una pasión desmedida por la música grupera. Grandes talentos que son escuchados en todo el país salieron de este lugar.
¿Cómo lograste ganar la confianza de la comunidad para realizar esta película?
Lo único que hice fue ser sincero. Vivir lo que ellos viven y comer lo que ellos comen formó un vínculo de apertura. Ahí es donde el trabajo deja de ser una aproximación etnológica y se convierte en un acercamiento humano en el que encontré un nuevo hogar y muchos amigos. Contrario a la idea de que son personas poco accesibles y herméticas, ellos están muy interesados en mostrar su cultura.
También hay sus excepciones. Por ejemplo, la autoridades tradicionales de San Andrés Cohamiata no estaban muy convencidas de que se filmara una película. Decidimos incorporar gente de la comunidad al equipo de grabación para formar una unidad que creó un ambiente de confianza. Las personas no solo obtuvieron una retribución económica, también construimos entre todos espacios útiles para su futuro.
¿Cómo equilibraste lo documental con la ficción en tu proyecto?
Considero que la película es realista. Es cierto que retrata el mundo de los sueños pero hay que entender que los huicholes tienen una fuerte relación con lo onírico. Para ellos, como para muchas otras culturas indígenas, los sueños son tan reales como para un creyente es la vigilia.
Para mí era un imperativo señalar eso: la esencia de los sueños como una manera de interactuar con la realidad, no sólo interpretarlos o hacer un diagnóstico a partir de ellos. También para balancear el sentido más político y social me fue importante plasmarlos fuera de una visión mística. Hay que señalar que su cultura ha sido afectada por el neoliberalismo y el consumo. Mostrar esas problemáticas es un eje importante de la película y para eso es necesario un acercamiento más profundo.
¿Se les ha hecho justicia a las culturas ancestrales en la forma en que han sido representadas en el cine?
Creo que los retratos sobre las culturas indígenas en el cine han sido demasiado formales, antropológicos y, en ocasiones, acartonados. Quise romper con eso, como también lo ha hicieron Israel Cárdenas y Laura Amelia Guzmán con Cochochi (2007) y Nicolás Echeverría con Eco de la montaña (2014), a quien le tengo un gran respeto y agradecimiento por asesorarme durante la producción de la película.
Quise tener un acercamiento más lúdico que me permitiera retratar su cultura desde dentro. Cuando se les retrata en un documental solamente son vistos desde fuera. Intenté entrar en sus vidas para encontrar un punto de vista que fuera fiel a ellos. Si eso está bien logrado o no, es algo que no me toque decidirlo. Hay mucho trabajo por delante para entender la esencia de sus culturas.
¿Cómo recibió la comunidad la película?
Con ellos ha sido la mejor proyección y, sobre todo; es el público más honesto que he tenido hasta el momento. Fuimos a proyectar la película después de ganar el premio en el Festival de Cine de Morelia.
Hubieron reacciones muy diferentes al verla. La mayoría de la gente, sobre todo niños, jóvenes y mujeres, se reía en cada una de las escenas. Cuando salía un miembro de la comunidad actuando les daba mucha risa. Situaciones serias o dramáticas de la película, como la escena donde Nieri, el protagonista, tiene que sacrificar a un borreguito, les provocaba risa, algo que normalmente no pasa en una gala o festival.
Por otro lado, hubo señores que estaban muy borrachos durante la proyección que se pusieron a gritar muy enojados y se fueron. Después investigué el motivo de su disgusto y resultó que no estaban convencidos de la representación de sus sueños. A pesar de eso los comentarios han sido muy positivos por parte de la comunidad. En general la gente joven se identificó con el personaje principal y fueron muy efusivos con sus comentarios. La gente de mayor edad no fue tan expresiva ya que suele ser muy reservada con sus pensamientos.
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