lunes, 10 de julio de 2017

La razón: un demonio mendicante

Como si fuera una de las patéticas fantasmagorías pertenecientes a la tradición del relato extraño humorístico –como “El fantasma inexperto”, de H.G. Wells, o “El fantasma de Canterville”, de Oscar Wilde–, en su novela breve de 2012 Entre los indios, César Aira hace del diablo, aquí llamado Pillán, una triste y mendicante aparición que ha perdido toda su capacidad para seducir, influir o aterrorizar. Así, en el primero de cinco capítulos, las anécdotas jocosas que ridiculizan a este “diablo de pastorela” se suceden: cuando aparece nadie lo toma en cuenta; cuando luego intenta convertirse en un grotesco monstruo gelatinoso, cae por el peso de la gravedad; y finalmente, cuando se transforma en una yegua de patas cortas y rostro de cocodrilo, es asediado por los excitados caballos de los indios.

 

Y así como aparece en el primer capítulo, desaparece durante el resto de la novela (o casi). Aira se concentra, mejor, en su versión de Cafulcurá, el cacique indio decimonónico, visitado aquí tras sus leyendas guerreras desarrolladas en la pampa, cuando prefiere ocuparse en no estar ocupado, en matar el tiempo entre las tolderías de su tribu, y las dificultades que ello conlleva. Entre el tedio y la paz, de espaldas a cualquier indicio de industria u ocupación, el anárquico Cafulcurá se pregunta si no estarían mejor haciendo la guerra: «La paz, justamente, era el problema. Él no tenía ninguna preferencia especial por la guerra, pero debía reconocer que llenaba el vacío, hasta el último rincón, y lo llenaba al modo destructivo, sin producir acumulación de objetos ni ocupaciones. Era el estado ideal para su objetivo político, a la vez que, para su desgracia (contradicción que estaba en el centro de su predicamento de estadista), era el estado que más le desagradaba, por la violencia, las fatigas, la sangre de las degollinas, la tensión constante». Se adivina aquí una reflexión: el diablo ha perdido poder y presencia en el mundo (no puedo ni siquiera espantar a estos indios), porque la industria, por un lado, y la guerra, por el otro, se le han adelantado.

 

En suma, Cafulcurá, la última posible víctima de las artimañas de Pillán, está blindado por darle la espalda a la razón instrumental: «Él era un caso especial, eso lo reconocía. Directamente se negaba a entender, se cansaba antes de empezar a hacer el esfuerzo. Era injusto: si él no pretendía que nadie entendiera lo que él decía, ¿por qué no hacían lo mismo con él? ¿Por qué no lo dejaban en paz? Lo que más lo desalentaba era que lo hacían con la mejor de las intenciones. Lo hacían por su bien. Creían que si él llegaba a entender perfectamente las estupideces que le decían sería más feliz».

 

Entre la trama divertida y la sutil reflexión a las que nos tiene acostumbrados, César Aira suma un capítulo a su extensa obra. Entre los indios, que se publicó primero en la argentina Mansalva, comenzó a circular, ahora en edición de Era, en México el pasado mes de abril.

 

César Aira, Entre los indios, Era, México, 100 pp.

 



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