Hay en la calle de Cuba un hombre imperfecto, poco recto, temeroso de Di-s y propenso al mal que esta tarde se dirige en Metro a la sinagoga de 5 de Febrero, la Ley Judía así lo permite, y no que sea observante del Shabat, pero igual le gusta llegar en transporte público, desde Allende hasta Viaducto en veinte minutos, y eso porque el convoy va deteniéndose a cada rato, ¿por qué?, no llueve ni parece que otro tren esté parado adelante, ¿lo hará a propósito el conductor? Pese a incorporarse con retraso a los rezos alcanza a recitar en comunidad el Shemá y la Amidá, con él suman diez varones, los necesarios para decir Kadish. Las mujeres sentadas aparte. La kipá sólo se la pone al entrar, por desgracia cunde el antisemitismo en la Ciudad de México, o eso piensa él. En la bimá alguien desmenuza públicamente la porción bíblica de la semana. Después un anuncio: pronto son las Fiestas Mayores y hay que pagar para asistir, nadie se hará rico con ese dinero, sirve para las necesidades básicas del templo y la cena de Rosh Hashaná. “La cuestión monetaria no es nuestro lazo, sino el corazón y la boca.”
El shul de la colonia Álamos asombra al primerizo que por fuera no puede imaginarse la belleza que le espera al atravesar la puerta: piso ajedrezado, enorme candil, mobiliario de madera y, al fondo y en lo alto, un candelabro de siete brazos con luces de neón. Su estilo arquitectónico se inspira en una población de Lituania, según Mónica Unikel-Fasja en el libro Sinagogas de México (Fundación Activa, 2002), en el cual nos enteramos de los orígenes de esta comunidad, Adat Israel, hace setenta y cinco años: la cochera de la familia Steimberg en la calle de Coruña, adonde también asistían judíos de la Portales y Narvarte. En un inicio las Fiestas Mayores se celebraban en la panadería del señor Filler, en la cercana Algarín. “La sinagoga actual se construyó entre 1948 y 1952 a cargo del ingeniero Gregorio Beitman. Todo el proceso de edificación fue difícil debido a la falta de recursos”, continúa la autora. Dos aspectos suelen llamar la atención sobre esta congregación de reducida membresía: no haber tenido nunca un rabino, con todo y pertenecer a la bien estructurada Comunidad Ashkenazí de México, y el famoso cholent, guiso a base de frijoles, papas, cebolla y carne que aún preparan bajo pedido. Asimismo, no faltan los correligionarios que se sorprenden:
–¿A poco todavía va gente a ese shul?
–Claro, y su sucá es la más bonita no sólo de la colonia, sino de toda la Benito Juárez.
Se cuenta que de la Álamos son Carmen Aristegui y Ernesto Zedillo. Podemos agregar a algunos asiduos de Adat Israel (dos que tres se diría salidos de la imaginación de Joseph Roth, estudiosos y modestos, los jóvenes bastante participativos), quienes acabando los servicios se regresan a sus casas caminando o en la Línea 2. Como nuestro judío de Cuba, que este domingo desayuna en la Casa de los Azulejos, en la fuente se sodas. Aquí le toca ver cómo una mesera le pone una pieza de pan dulce a un anciano que no tiene para pagarla, este lo intenta con joyas de fantasía, ella no las acepta (en su espalda un parche ocultando un tatuaje, le tendrán prohibido enseñarlo), y hasta le invita un café. Nadie se hará pobre con ese gasto, sirve para las necesidades básicas de un templo hace mucho abandonado, ¿lo hará a propósito el Conductor? Feliz 5778 también para ellos, inadvertidos personajes de la gran liturgia capitalina, enlazada siempre por corazones y bocas.
Jueves 5 de octubre de 2017
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