Vemos cómo un niño vestido de mujer se zampa un vaso de pulque en cosa de medio minuto. Lo animan decenas de adultos, sonrisas más que risas, y una chirimía severa, ancestral, que se mete hasta la sangre. Esto se explica de la siguiente manera. En el pueblo ciertas cuadrillas, por ejemplo la de los Serranos, están integradas por puros hombres (y niñas), así, los papeles femeninos deben representarlos ellos, acaso los más gráciles o valientes. Tradiciones. Entonces unos se ponen huipil y falda y peluca y maquillaje, y llevan canastas. La idea es honrar solemnemente al patrón San Sebastián, “el encueradito”. En la mayordomía de los Albañiles celebran por el estilo, y más o menos al mismo tiempo, sólo que sin danza, más bien panza, y albures y bailoteo, y esto incluye a alguno que otro infante iniciándose en las costumbres, que se contagian y mutan. El pulque no puede faltar, estamos en Tepe; tampoco los concursos, como levantar una barda a toda prisa. A escasos metros unos cien Serranos exclaman “hasta la kalín, compadre” y “kema, compadre”, muy serios, al ritmo de la música compuesta y ejecutada por la familia González, de la comunidad de San Pedro Chiautzingo, hace cinco generaciones. Un antropólogo habrá de detallar mejor estas fiestas de enero, su interesante significado, los peregrinajes que recuerdan. A nosotros nos interesa ahora el pequeño albañil, al terminar su bebida todos estallamos en aplausos.
Huele a pólvora, los perros parecen habituados. ¿Y los tlacuaches? Caminamos con dirección al deportivo por las calles de Ocoyococ, Xolaltenco, Zopilo y Xometitla acompañados por el responsable de los Serranos de este año, el cual nos invita a la cena. “Hoy me toca servirle de comer a mi pueblo.” Calles que son venas de un antiguo señorío fundado por el rey Xólotl en el siglo XII. Pasamos por muros de adobe y piedra, aún varios enjalbegados. El paisaje no ha cambiado tanto desde la década de los cincuenta, cuando se rueda este video. También aquí se han filmado El crimen del padre Amaro (2002) y películas con la India María, el Piporro, etcétera. Sin embargo las narraciones más conocidas son los códices Kingsborough, Vergara y Asunción. El libro El pueblo es como una rueda (2015) de Roger Magazine: otro documento valioso, que seguro se consigue en la casa de la Ibero en el barrio de Santísima. La cena, de arroz, birria y café endulzado, transcurre con apaisado gozo. Una figura de San Sebastián Mártir vigila los huacales debidamente adornados. Difícil poner esto en palabras.
A mediodía probamos un curado de piñón. Nos lo ofrece el marido de Gaby, ambos ayudantes en la pulquería familiar, El Chino Sil, a la vuelta del atrio de la iglesia que es famoso santuario. Hace casi quinientos años no pudo imaginarse el dominico Betanzos hacia dónde iría a parar la devoción de los tepetlaoxtoquenses, gobernados alguna vez, según un cronista, por el noble Juan Diego (los descendientes, se presume, de apellido Escalona) y dedicados en un principio a la penitente Magdalena. Pasa que el encueradito quiso quedarse en esta población de mesones y cirios al irlo transportando unos arrieros de Veracruz a México. El sucedido no es infrecuente en el país, Arreola lo relata en La feria (1963), nada más que él en Zapotlán. La mamá de Gaby hace lo propio sin dejar de insistir en los milagros recibidos. No dudamos. Cómo hacerlo en esta preciosa cabecera municipal, en el Estado de México, próxima a Texcoco y al nuevo aeropuerto cuya conclusión las danzas, ojalá, llegaran a evitar.
Jueves 1 de febrero de 2018
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