Haciéndole honor a su título, Doble amante, amante doble (2017), la nueva película de François Ozon, es redundante. El director francés, que desde 1997 entrega casi una película por año, tiene una trayectoria que bien podría calificarse como desigual, a pesar de su capacidad para trabajar velozmente (o quizá por eso). Si en su película anterior, Frantz (2016), regaló un inusual registro tanto formal como narrativo, que generó esperanzas sobre su evolución creativa, en Doble amante… queda debiendo. La historia se centra en una mujer llamada Chloé –a la que interpreta Marine Vacth, protagonista de Joven y bella (2013), una de las cimas del francés– que entabla una relación con su psicoanalista. Él le oculta la existencia de un hermano gemelo, con el que ella, tarde o temprano, terminará involucrada sexualmente. La contención que Ozon muestra en filmes como En la casa (2012) aquí se convierte en exceso.
La primera parte de Doble amante… (que adapta la novela Lives of the Twins, de Joyce Carol Oates) plantea la intriga. Chloé, que sufre de dolores abdominales que, sospecha, son parte de un desorden psicosomático, compara la personalidad de ambos hermanos. Paul y Louis (a quienes da vida Jérémie Rénier) son idénticos físicamente, pero opuestos en su manera de ser. Uno de ellos, el novio, es comprensivo y natural; el otro, de quien se hace amante, necio y arrogante. Chloé parece haber encontrado dos opuestos que se complementan y a los que no se puede resistir.
Ozon indaga en las razones de la protagonista (mostrada en espacios poblados de espejos que multiplican su imagen), pero lo que se descubre es débil y, nuevamente, redundante: ella compartió el vientre de su madre con una suerte de hermana gemela que nunca se desarrolló, aunque dejó huella en su cuerpo. No hay sorpresa en la desvelación de Chloé, que ha desplazado sus conflictos identitarios a su pareja. El director, que usualmente se ha ceñido a las narrativas clásicas, esta vez no siguió una de las máximas del cine de suspenso: dar información que los personajes ignoran para hacer al espectador parte activa del artificio. En cambio, apenas traza un lánguido enigma en el prólogo de la cinta, que muestra a Vacth en un primer plano lanzando una extraña mirada –que recuerda el final de Repulsión (1965), de Roman Polanski.
Doble amante… da la impresión de ser una película poco cuidada en la escritura del guion y, especialmente, en el montaje. Otro ordenamiento, quizá, hubiese mostrado sus intenciones a cabalidad. Esta vez Ozon, el más prolífico de los directores franceses contemporáneos, ha entregado su película menos acabada. Lo que no se le puede reprochar, eso sí, es que ha intentado vertebrar una obra que explora el deseo vinculado a la represión.
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