Tras su fugaz paso por la Cineteca Nacional y algunas salas comerciales, esta semana vuelve a la cartelera el filme más reciente de la realizadora escocesa Lynne Ramsay, Nunca estarás a salvo (You Were Never Really Here), estrenada el año pasado en Cannes. Como Tenemos que hablar de Kevin (2011), Ramsay vuelve a adaptar material literario que le permite observar las idiosincrasias de la brutalidad norteamericana (famosamente, Tenemos que hablar de Kevin, fue un comentario de la violencia escolar post-Columbine; pero a diferencia de otras cintas que observaron el fenómeno –como Elephant, de Gus van Sant–, la de Ramsay también se permite un retrato íntimo e incómodo de la maternidad).
Si entonces adaptó una novela de la aguda Lionel Shriver (podando la narración de su forma epistolar), para Nunca estarás a salvo se basó en una novela breve de Jonathan Ames. Para quienes recuerden a Ames por sus columnas ingeniosas o los relatos cómicos que dieron pie a la creación de una serie que satirizaba tanto las convenciones de la novela negra como la vida “bohemia” del Brooklyn contemporáneo, Bored to Death (transmitida entre 2009 y 2011 por HBO), la elección parecerá, al menos, extraña. Pero su libro de 2013, You Were Never Really Here, que apenas rasguña las cien cuartillas, se presentó en un registro completamente distinto: un thriller negro escrito a la sombra de los clásicos del género, como Dashiel Hammett. El filme sigue fielmente la trama –concentrada en un ex agente del FBI que se dedica, de manera independiente, a rescatar a niñas y adolescentes de círculos de trata y prostitución– y uno pronto descubre por qué un relato así podría interesarle a Ramsay: no sólo es un vistazo a un mundo brutal, sino hecho con atención a motivaciones personales. Joe, el protagonista interpretado por Joaquin Phoenix, es algo más que el típico hombre duro del noir: también es un sobreviviente de abuso doméstico capaz de empatizar, extrañamente, con sus antagonistas. Ese elemento del personaje sólo lo conocemos por breves flashbacks que aparecen en momentos clave. También, veterano, parece sufrir de un trastorno por estrés postraumático.
No es extraño que la cinta haya sido comparada por la crítica con Taxi Driver, de Martin Scorsese. En muchos sentidos parece actualizar las fantasías suicidas de aquella película. Ambas, además, exploran no sólo el mundo del crimen sino las extrañas psicologías que lo habitan, por no hablar de los elementos temáticos en los que ambas cintas coinciden (un veterano de guerra que, trastornado, se enfrenta al mundo de la prostitución). Pero si entonces Travis Bickle, casi por accidente, no logra asesinar al candidato presidencial para el que trabaja su obsesionante “interés amoroso” (ya en pleno delirio), acá los políticos no viven en una esfera separada, sino que están absolutamente implicados en lo corrupto (el círculo de trata que Joe busca romper es dirigido por senadores). Por lo mismo debe llamarse la atención a las diferencias, y es que las ciudades que ambos habitan no podían ser más disímiles: la de Taxi Driver es la sucia y predominantemente oscura Nueva York de los setenta, mientras que la Gran Manzana de Nunca estarás a salvo, a menudo a plena luz del día, presenta fachadas e interiores lujosos que conviven, de un momento a otro, con la suciedad “realista” de tiendas de abarrotes, moteles o callejones traseros. Excepto por la simulación higiénica e hipócrita, el filme de Ramsay sugiere que no mucho ha cambiado en el mundo subterráneo de los deseos más bajos del hombre.
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