jueves, 10 de mayo de 2018

La docufricción y la urgencia de disentir

En un mundo en el que dejó de existir la épica, dejaron también de existir los héroes. Nos encontramos con el fin de la ficción. La realidad, nuestra realidad, no permite la ficción. Pero sí la fricción. Y es que es probable que la única manera de subsistir sea friccionando, haciendo fricción, disintiendo.

Para abundar en el tema cito a Boris Groys: “En nuestro tiempo la situación ha cambiado drásticamente: el guerrero contemporáneo ya no necesita de un artista para volverse famoso e inscribir sus acciones en la memoria universal. Para estos propósitos, el guerrero contemporáneo tiene todos los medios contemporáneos a su disposición inmediata. Cada acto de terror y cada acto de guerra son inmediatamente registrados, representados, descritos, narrados e interpretados por los medios. Esta máquina mediática trabaja casi de manera automática. No necesita de ninguna intervención artística individual, de ninguna decisión artística individual para ponerse en movimiento. Al presionar el botón que permite que una bomba explote, un guerrero o un terrorista contemporáneo presiona, también, el botón que enciende la maquinaria de los medios”.

¿Qué cara poner ante las imágenes malas de hechos malos cometidos por gente mala? ¿Qué decir? ¿Qué preguntar? O ¿qué escribir y qué publicar? ¿Cómo se hace el arte de no ficción? ¿Cómo se documenta la maldad?

Es verdad que toda maldad está vinculada al Estado. Particularmente, en nuestro caso, la maldad mexicana está vinculada al Estado mexicano. Y eso hay que decirlo. Hay que publicarlo. Aunque la maldad es inherente al humano, también es verdad que vivimos bajo un nuevo orden violento, un orden moral distinto, que ha hecho de la maldad su dios nuevo.

Si bien, antes, hace no tanto, las imágenes documentales solían transmitir “la verdad”, ahora la verdad se transmite sola (volviendo a Groys), sin necesidad de documentalistas ni de técnicos ni de técnica. Parece ser que la verdad verdadera nos ha alcanzado. La verdad llegó y con ella sus imágenes convulsas.

En esta realidad estatal, que no nos sienta nada bien, por fortuna la voluntad de cuestionar lo publicado, “las verdades históricas”, no se ha extinguido, aún. En este contexto es donde aparece Docufricción. Prácticas artísticas en un México convulso, el libro de Iván Ruiz.

Haciendo eco de Teresa Margolles, ¿de qué otra cosa podríamos hablar? ¿acerca de qué más deberíamos de hacer un libro?

Recordemos: las imágenes reales, o documentales, las que aparecen en la prensa impresa o en las pantallas, nos develan una realidad terrorífica, casi mitológica: cabezas desprendidas del cuerpo, cuerpos ametrallados en posiciones nunca antes vistas, piñatas humanas, pozoles hechos con personas, guerreros camuflados; pero hay que ir más allá del relato oficial que circula en los medios oficiales. En su libro, –con la nota roja u obras de arte como fuentes–, Iván propone un metarrelato de la nueva mitología mexicana: uno el que el padre fundador y violento, el Saturno genuino pero en traje de dos piezas, es el poder institucional encarnado por el Estado.



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