miércoles, 2 de enero de 2019

Nuevas pistas

Con la llegada a las mesas de novedades mexicanas de Los casos del comisario Croce, uno tiene la sensación de que la editorial Anagrama sigue con puntualidad el calendario de publicación de las obras póstumas de Ricardo Piglia (1941-2017), de las que se esperan aún unos cinco títulos. Además, es ocasión para que el Instituto de Estudios Piglianos reabra sus puertas, y con entusiasmo. Lo que parece un mero divertimento –una colección de relatos policíacos, ocho de ellos inéditos–, para el estudioso de la obra pigliana implicará también una invitación a retomar los pasos ya dados: vuelve, por un lado, el comisario Croce, uno de los protagonistas de la novela Blanco nocturno (2010). Solamente esa veta inspira lecturas paralelas, con uno de los relatos incluidos aquí que funge como corolario para la novela, “El tigre”. Pero la importancia del libro, más bien, está cifrada en la relación de Piglia con el género policíaco.

Por supuesto, el tema se complica al reconocer que esa relación forma parte de una tradición importante de la literatura latinoamericana, con énfasis en la argentina: imposible ejemplificar mejor esa afinidad que con el caso de Borges, quien no sólo ensayó en torno al género sino que, acompañado de Bioy Casares, dirigió una colección dedicada a él: el Séptimo Círculo, en la que aparecieron autores como Nicholas Blake, James M. Cain, C.S. Forester, James Hadley Chase o Manuel Peyrou, entre muchos otros. Borges y Bioy eligieron al menos 120 de los títulos publicados allí, con predilección por la novela anglosajona (en Los casos del comisario Croce, se le rinde homenaje explícito a Borges en el relato “La conferencia”, donde se reproducen fragmentos de las conferencias “El cuento policial” y “De las alegorías a las novelas”, donde se encuentra el probable origen del nombre del comisario de Piglia).

Como Borges, Levrero, Onetti y tantos otros, Piglia fue un acólito de este terreno popular. Escribió extensamente sobre y dentro del género, y fungió como editor de él, con una serie negra publicada en los sesenta por la Editorial Tiempo Contemporáneo. En ella hizo énfasis, también, en autores anglosajones, aunque con ocasionales incursiones a la novela negra francesa y latinoamericana (décadas más tarde, en su Serie del Recienvenido, aparecida en el FCE, rescataría La muerte baja en ascensor, de María Angélica Bosco; en la misma colección aparecería una novela de horror de C.E. Feiling, pero, tristemente, sigue siendo difícil conseguir su novela negra El agua electrizada, de 1992). ¿Cómo explicar el atractivo de un género popular para autores de este calibre? Por la forma de leer que supone, un tema explorado por Piglia en El último lector: el lector detective.

Además de las muchas otras pistas que ofrece Piglia en su nota final (que van de los orígenes para muchos relatos pero también sobre la forma en que fue escrito), los miembros del Instituto de Estudios Piglianos se enfrentarán a un placer: el gozo de una literatura hecha solamente para matar el tiempo. En “El impenetrable”, cuento con el que Piglia trastoca el tópico del doble agente, leemos: “-La Comuna, sí –dijo Panizza-, los insurrectos disparaban contra los relojes de la ciudad, todos los relojes de París quedaron inmóviles… […] La organización del tiempo, y no el invento de la máquina de vapor, es la clave del capitalismo –dijo sosegado”. También se trata de un género donde hechos atroces, crímenes, pueden convivir con una prosa con marcas del entretenimiento, en peligrosa cercanía con la estética pulp. Sólo aquí Piglia podría permitirse ecos al estilo de Chandler:

–Escuche –dijo Croce–, no salga a la madrugada con su vestido amarillo.

–Por favor, comisario, no sea ridículo –repuso la Señora X–. A lo mejor me gusta correr riesgos.



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