martes, 8 de enero de 2019

Crítica con guantes de box

Recomiendo a toda persona que haya perdido recientemente a su padre la lectura sin freno de Beber un cáliz (1965), de Ricardo Garibay, autor sin dobleces, duro como la pedrada certera que nos arrojan como castigo por un pecado cometido. Recuerdo con miedo el capítulo inicial de La casa que arde de noche (1971). Sí, arde y uno se ha metido en ella a lo menso. Cualquier oficiante inicial de las letras descubrirá que muchos de los cuentos que añora lograr ya fueron tramados por el de Tulancingo en ese libro que se consigue amarillento y por docenas en las librerías de viejo: Diálogos mexicanos (1975). Diálogos. Recrear la forma como se expresa la prole a millones. Tanto le gustaba a Garibay escribir diálogos que hasta su Las glorias del gran Púas (1978) le entra al coro: “Acá, ¿a dónde vas? Ven acá. No andes tan en paz o quitado de la pena. Abre este libro, míralo bien. En el jolgorio también se encueva el drama”, nos grita el libro.

Ricardo Garibay, cuentista, novelista, periodista, memorioso, guionista, dramaturgo y crítico. Yo añadiría: extraordinario lector. Y por consecuencia crítico severo y sin puntas chatas, convencido de que un repentino hallazgo literario lo volvía mejor. Así: mejor. Buscaba con devoción el adjetivo insustituible que salva a un autor. Garibay como crítico es impecable, certero, atemporal, nada condescendiente… lo que en este siglo de etiquetas poco precisas llamamos: un hater.

Ejemplifico usándome como lector comparativo:

Hay al menos cinco cuentos de Truman Capote que están presentes en cada una de mis sonrisas, vaya, no puedo leer “Recuerdo de Navidad” (1956) sin ponerme a llorar. A Ricardo Garibay no le sorprende gran cosa la prosa de Capote: “Hay un escritor que tuvo indudable talento, y él mismo se encargó de tirarlo a la basura… decía: Soy alcohólico, soy drogadicto, soy homosexual, soy un genio. Esto último era y es mentira, megalomanía de fría especie; pero las tres primeras gracias eran ciertas, y lo arrastraron a la tumba a sus sesenta años…”.

Sobre Charles Bukowski, a quien yo debo el encuentro con Knut Hamsun y cuya poesía me ha embravecido al tercer ron, Ricardo Garibay agrega: “Hay un escritorzuelo que se llama Charles Bukowski, de origen alemán y vida en Los Ángeles, con lenguaje de mingitorio y alma fornicaria, y los lleva puntualmente a su literatura. Era borracho diario, y drogo, y me dicen que ya murió y que convenía hablar con él al aire libre y con viento de por medio, porque apestaba más que un cerdo…”.

Perdónenme pero al capturar esto último no pude sino hacerlo con una risa de oreja a oreja.

Sin duda, la novela que más me conmovió en años recientes fue Crónica de los Whapshot (1957), de John Cheever. Si tan sólo no padeciera la piel de un cobarde, me tatuaría en el antebrazo la frase con que concluye el libro. ¡Ya la traigo tatuada en el alma! A Garibay no le pareció la misma cosa: “Con otra nacionalidad cualquiera Cheever no habría ido más allá de su barrio nativo. Escritor tropezoso, las cosas suceden en su obra porque a él le da la gana que sucedan; no son necesarias, parecen extraídas con fórceps. El mundo literario de Cheever no es fluido ni hermoso y es un poco paralítico. Uno termina de leer el libro y dice: no recuerdo nada, ¿por qué tuve que leer a este cretino?”.

Pinche Garibay, es un púgil, el cabrón.

Ya sé lo que están pensando. Casualmente elegí tres ejemplos de autores norteamericanos a los que Garibay ataca más por cuestiones personales que por sus trabajos escriturales. Yo encumbro los huevos de nuestro hidalguense para sencillamente decir las verdades que las contraportadas disfrazan. ¿Son Capote, Cheever y Bukowski constructores fundamentales de la literatura norteamericana del siglo pasado? Sí. Sin duda. Pero hay que ponerlos bajo la candileja, no mimarlos, decirles que traen las agujetas desatadas.

Garibay: “Un país donde la crítica no es pública y constante, o sea que no es una forma de vida natural, es un país donde cada quien vive de espaldas a su prójimo…”.

Y así, dándoles la espalda a ciertos autores, les estamos estrechando la mano. Cada nación, no me queda duda, tiene a los críticos que se merece.



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