Aunque la mayoría de la gente ha querido ver una película desagradable sobre un asesino serial, La casa de Jack (2018) es una obra que explora la (im)posibilidad de crear. La más reciente obra de Lars von Trier, protagonizada por Matt Dillon, sigue a un arquitecto/ingeniero frustrado que no consigue construir un lugar para habitar. El filme se detiene con atención en el horror en el arte, en la desaparición del cuerpo como contradicción del acto creativo. También es un pretexto para diseccionar tanto a Von Trier como a su obra.
La decisión del danés de poner al frente a Dillon es elocuente. El actor, un emblema del cine de los noventa, encarnó al macho que deviene víctima en películas como Todo por un sueño (Gus Van Sant, 1995) y Criaturas salvajes (John McNaughton, 1998). En La casa de Jack interpreta a un hombre tibio con una disyuntiva. En las conversaciones que sostiene con Verge, personaje que funciona como un juez simbólico, se revela su imposibilidad para definirse como arquitecto, figura que representa al creador, o como ingeniero, avatar de quien ejecuta órdenes. A diferencia de, por ejemplo, del asesino de Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), Jack no mata por impotencia sexual. Él sufre una incapacidad creativa que lo obliga a utilizar los cuerpos de sus víctimas –la mayoría mujeres, aunque también un par de hombres y niños– como materia prima para levantar su casa.
“La casa de Jack es una película extraña en el universo de Von Trier, que decepcionará al espectador de ánimo tremendista. Su propuesta puede ser leída como la contraparte de Anticristo (2009), que se nutre y sigue la veta del cine de horror”
Si el acto creador es darle vida a algo, el comportamiento de Jack es contrario; él trabaja aniquilando. En la antigüedad la labor del artista era hacer visible algo que estaba oculto o vedado, acto que encarnaba un misterio. La postura de Von Trier sobre cómo viene operando el arte desde hace tiempo es clara mas no simplista. Para evidenciar el horror en la historia, la creación artística y la representación, el director despliega un escenario en el que aparecen imágenes absurdas y arbitrarias –como casi todos los asesinatos de la película–, otras en las que se alude al Holocausto y la matanza como forma de selección, y, también, obras pictóricas e incluso fragmentos de otros filmes suyos que proponen al espectador atestiguar el horror como estrategia del arte.
La esterilidad creativa de Jack, propone Von Trier (quien ha declarado en múltiples ocasiones que sus últimas películas surgen de una depresión), lo sujeta. Su salida, como todo el filme, es dantesca y metafórica. Se trata de una inmersión que el director filma con un estilo que contrasta con la primera parte de la película, cuando las imágenes son casi documentales, con cámara en mano: se ve a Jack atravesar un canal estrecho que lo conduce a una cueva que debe escalar para volver a la superficie.
La casa de Jack es una película extraña en el universo de Von Trier, que decepcionará al espectador de ánimo tremendista. Su propuesta puede ser leída como la contraparte de Anticristo (2009), que se nutre y sigue la veta del cine de horror. La cinta, que cierta audiencia considera como una obra en la que el director ha sobrepasado los límites al mostrar la muerte de menores y animales, también pone en la mesa una actitud propia de los tiempos que corren: negar la representación de todo aquello que la corrección política califica de inaceptable. Von trier lo sabe: el horror existe.
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