jueves, 10 de agosto de 2017

Booktubers: ¿el camino fácil?

¿Aún se habla sobre la “democratización” de los medios? ¿Y de las artes? ¿Es posible una “democratización” de la crítica? La sofisticación, cada vez mayor, de los medios digitales y sus usuarios ya ha sido atendida: en los últimos años se ha escrito mucho sobre el fenómeno pero a menudo concentrándose en el medio (que, es cierto, termina siendo el mensaje). ¿Y cuál es el mensaje? Aventuremos: que la era de la información exige crítica, sí, pero no tanta como para que se vuelva árida o difícil de digerir; ¿no podría ser algo más parecido a la publicidad o al entretenimiento? Y en lugar de textos, ¿sería posible que fueran imágenes en movimiento? No debe sorprendernos: el lugar que ocupaba el lector solitario en la cultura ha cedido importancia (o al menos visibilidad) a una comunidad que lee en público –preferentemente en video–, dirigiéndose hacia una audiencia cautiva –interesada en literatura accesible–, reseñando más que criticando –con juicios personales aproximativos. A nadie le sorprende ya, en este panorama, la popularidad que gozan los booktubers, quienes innegablemente forman parte del ecosistema literario, aunque sea en inquietante cercanía con el mercado.

 

En nuestro país, por ejemplo, la FIL de Guadalajara les ha dado su lugar desde 2014: ahí se celebró el Primer Encuentro Nacional de Booktubers en 2015 y mantiene abierta su convocatoria de “videorreseñas” para miembros de esa comunidad. Por supuesto, el fenómeno es global, como el medio que lo sostiene. Para el narrador y crítico Francisco Serratos la videorreseña es una nueva forma de apropiación de la literatura. “Como todo, puede ser positiva o negativa, depende  de donde se le vea, si desde la mercadotecnia, la crítica literaria o la pedagogía. Positiva, si se considera como un método ameno de divulgación literaria entre los jóvenes; negativa, porque la mayoría de los booktubers no pasan de la reseña descriptiva e impresionista”.

 

En efecto, la cultura booktuber parece estar mediada por la apropiación de herramientas que nacieron en la publicidad. El crítico y escritor Roberto Cruz Arzabal coincide con el diagnóstico general: “Me parece que [el mundo booktuber] está mayormente dedicado a prácticas de consumo superficial que van de la ‘promoción de la lectura’ a la vinculación puramente emocional con los libros, las más de las veces con perspectivas muy estrechas, como ciertos géneros o tópicos. No suelen ser lecturas profundas o informadas, sino meramente aproximativas. Creo que esto depende también de su relación con los géneros del vlogging: wrap up, haul, tag, wishlist, etc. Todos esos géneros nacieron en relación con otro tipos de vlogging, sobre todo de videojuegos, por lo que su contenido está siempre filtrado por el consumo rápido”.

 

A pesar de la abrumadora cantidad de booktubers que realizan este tipo de acercamientos, debe señalarse que existen excepciones. “Una forma de superar esta crítica impresionista”, reflexiona Serratos, “es pasar de la videorreseña al videoensayo, pasar del ‘me gustó’ a desarrollar una idea, una postura sobre el texto en cuestión. Esto requeriría un esfuerzo mayor, porque el autor se vería comprometido a argumentar sus planteamientos. Ejemplos hay muchos. Algunos videoensayos sobre libros son realmente luminosos, como los de Nerdwriter1. Hay otros booktubers, como Alejandra Arévalo en México, que conocen muy bien a su público y por tanto sus reseñas están destinadas a crear un diálogo con los interesados en el feminismo o en la literatura en general”.

 

Mónica Esparza, quien está preparando una investigación de posgradoa través de la Universidad Iberoamericana sobre booktubers, coincide en que los casos de mayor popularidad –siempre en mancuerna con grandes editoriales– tienden a opacar otros aspectos del fenómeno, como posturas críticas o propositivas. Sin embargo destaca a un puñado de jóvenes enfocado en dar a conocer autores que se alejan de los título reseñados por los booktubers más conocidos y menciona también a Alejandra Arévalo de Sputnik. “Se ha esforzado en hablar de autores mexicanos –en especial de autores infantiles y juveniles– y fundó el colectivo Libros B4 Tipos. No hay registro de algo similar en habla hispana: son trece chicas que se reúnen mensualmente para leer a autoras (ensayistas, narradoras y poetas) y discutirlas en vivo. La dinámica del colectivo es diferente a un video normal de un booktuber ya que no hay espacio para la performatividad que los caracteriza; las críticas son mucho más largas porque cada una de las integrantes del colectivo da su opinión sobre la obra y, a la par, interactúan con sus seguidores en tiempo real. Mientras que en un video normal tienen tiempo de preparar un guion, aquí se hace sobre la marcha, se cuestionan entre ellas y es de los pocos lugares donde se puede observar un verdadero ejercicio de reflexión”. Esparza también destaca el trabajo de la booktuber española María Antonieta y, en el ámbito mexicano, el canal de René López Villamar Teoría del Caos así como el de Alberto Chimal y Raquel Castro.

 

Algunos han visto a la videorreseña como un sustituto de programas interesantes que discuten libros, como lo hizo Anna Baddeley para The Guardian en este artículo de 2014, ante la cancelación de programas como Review Show (BBC) o The Book Show (Sky1). Y aunque en nuestras latitudes no hay un programa con el dinamismo o los “valores de producción” del Totally Hip Video Book Review (auspiciado por The Washington Post), debe reconocerse que la televisión tampoco ha sido un lugar donde haya prosperado la crítica literaria. A pesar de la popularidad de programas como La dichosa palabra del Canal 22 (ya en su quinceava temporada) o de casos como del desaparecido Final de Partida de Foro TV (donde se podía presentar una nueva traducción de la obra de Conrad pero también se entrevistaba a Eugenio Derbez) uno tiene la impresión de que la televisión cultural en México es inexistente y que los booktubers no aspiran a ser su relevo.



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