martes, 17 de julio de 2018

Divulgación veraniega

Nos adentramos una vez más al pantanoso reino de las listas: ¿cómo hacer una selección de “libros del verano” que no cause pena ajena? El año pasado, más o menos por estas fechas, cuando planeamos por encima de estas geografías con el apoyo de varios cómplices, optamos por ofrecer algunas “lecturas veraniegas”, recomendaciones de distintos amigos. Ahora descubrimos cierta resistencia al canto de las sirenas de las listas. Es completamente comprensible: no hay suplemento cultural, en estas fechas, que no busque enjaretarnos la novela del momento, la que se adaptó al cine y se transformó en película taquillera, el libro que no avergüenza dejar cerrado junto al camastro playero. ¿Qué pueden hacer los lectores y los escritores que prefieren refugiarse en Shakespeare, incluso durante julio? ¿Y qué hay de los que sólo quieren pasar un buen rato y matar el tiempo?

Se me ocurre ahora que el verano, con sus tardes largas y sus sabrosas pláticas de sobremesa, es un simulacro para el retiro: uno tiene la sensación de tener más tiempo libre que de costumbre, incluso si sólo es para escaparse unas horas de las oficinas, corriendo la suerte de que sea a una playa cercana (aunque sea, insistamos, en la azotea). Pero el tiempo de ocio tiene sus propias trampas. Michel de Montaigne se enfrentó a este problema cuando decidió retirarse en su afamada torre: “Recientemente me retiré a casa”, explicó en un capítulo dedicado a la ociosidad, “decidido a no hacer otra cosa, en la medida de mis fuerzas, que pasar descansando y apartado la poca vida que me resta. Se me antojaba que no podía hacerle mayor favor a mi espíritu que dejarlo conversar en completa ociosidad consigo mismo, y detenerse y fijarse en él”. Pronto Montaigne descubrió que el tiempo de ocio debía administrarse de alguna manera, cosa que resultó en la creación –discutible, ya se sabe– del ensayo moderno.

El verano, como otros periodos vacacionales, también es un momento para conocerse a uno mismo, ya sea a través de la reflexión o la conversación con los libros. La industria editorial (que produce libros excelentes pero también mucha broza) nos orilla a buscar el balance entre el entretenimiento y el libro digno de ser un auténtico interlocutor para estos tiempos introspectivos. Acá presento algunos títulos que encontraron ese equilibrio.

 

Un verano con Montaigne (2013), de Antoine Compagnon

Este breve libro, que comenzó a circular en nuestras librerías mexicanas hace unos años (desde 2015), es una excelente introducción a los Ensayos de Montaigne. Se originó como una colección de conferencias radiofónicas, cápsulas de apenas algunos minutos en los que Compagnon reflexiona a partir de alguno de los temas tratados por el clásico francés, así como de su singular manera de abordarlos. Es una idea rara y atractiva: “La gente estaría tumbada en la playa o tomando un aperitivo antes de comer y oiría hablar de Montaigne por la radio”. El libro logra, sucintamente, escoger y glosar algunos pasajes de los Ensayos, además de mostrar su actualidad.

Juicios a las brujas y otras catástrofes (2014), de Walter Benjamin

Otro libro originado desde la radio, un medio masivo: ¿podemos imaginar algo más divulgativo? Desde mediados de la década de 1920 Benjamin se dedicó a dar conferencias radiales, algunas de ellas dirigidas a jóvenes –cosa que explicaba su predilección por temas populares, como las leyendas, casos insólitos como los de Kaspar Hauser, o interesantes casos criminales, como los contrabandistas de alcohol en los EEUU o los falsificadores de estampillas. De los más de cien programas de Benjamin, este libro publicado por Hueders recoge una selección hecha y traducida por Ariel Magnus –transcritos, como si fueran conferencias. Estos documentos siguen siendo tan estimulantes como entretenidos.

Breve historia del mundo (1935), de E. H. Gombrich

Otro libro famosamente dirigido a niños pero que no estorba en ningún librero. Un referente para los historiadores del arte, en su juventud Gombrich escribió este título en apenas seis semanas bajo una idea sencilla: escribir una historia del mundo que tuviera en mente a jóvenes lectores. El libro, que ha sido un éxito de ventas desde su publicación original, fue revisado por Gombrich en su madurez: recorre, en cuarenta capítulos breves, la historia que va desde el hombre de las cavernas hasta la edad atómica. Una sensible visión humanista que privilegia el arte de narrar antes que la historicidad.

Escolios a un texto implícito (1977-1986), de Nicolás Gómez Dávila

Hasta ahora he atendido principalmente los libros amenos que, ambiciosamente, llevan temas más bien difíciles a las masas, ya sea a través de estrategias del entretenimiento, o apelando al arte narrativo. Pero hay un camino ¿inverso?: el de los géneros brevísimos que, sin embargo, han implicado un esfuerzo considerable para alcanzar esa forma sin perder su intensidad o profundidad. Es el caso de los aforismos de Nicolás Gómez Dávila (que el filósofo italiano Franco Volpi llevó al gran público a través de una edición completa, que ahora circula en Atalanta). Caso singular, los aforismos de Gómez Dávila lo acercan a la tradición de pensadores que recogen sus “ideas al vuelo”, del calibre de Montaigne o Pascal.



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