viernes, 27 de julio de 2018

Esperando el fin

En la portada de El ruido del tiempo (2016), de Julian Barnes, aparece una ilustración incluso simplona: un hombre de traje y corbata roja –portafolios en la mano– mira hacia un lado con gesto contrito. Líneas cinéticas alrededor de su figura dan la idea de que el hombre tiembla. Es Dmitri Shostakóvich, el gran compositor ruso y, en efecto, está aterrado. En la maleta trae mudas de ropa y varias cajetillas de cigarros. Aguarda a que lo desaparezcan de este mundo. No quiere que lo pillen dormido y en pijama al lado de su esposa dormida, por eso espera en la puerta de su edificio a que los encargados de la Casa Grande aparezcan de noche. No quiere que su hija de un año vea cómo se lo llevan. Es aun peor: él no sabe cuándo vendrán por él. No sabe si vendrán por él. No sabe si lo matarán o enviarán a Siberia. No es el único. En cada edificio hay una persona de traje y corbata roja esperando un destino afín.

Y todo porque la música que compuso para la ópera de Lady Macbeth de Mtsensk no le gustó a Stalin. Tan no le gustó que escribió una crítica tildándola de bulla. Esto que sigue es increíble, me supera en todo rubro: se asume que la escribió Stalin de puño y letra porque la nota en el Pravda tenía faltas de ortografía. No había un editor que se atreviera a corregir al Poder. Wow.

Estamos en la Rusia Soviética, camaradas. Tener búsquedas creativas era peligrosísimo. Para contar la vida de Shostakóvich, Barnes divide su libro en tres. También son tres los vasos repletos de vodka que en la introducción y el epílogo del libro chocan entre sí creando una melodía que vence al ruido del tiempo. En la primera parte Dmitri es un bebé cuyos padres eligen nombrar de una forma tan estrafalaria que el encargado del registro civil prefiere ignorarlos y ponerle el nombre del padre. Difícil nacer bajo esa estrella. En la primera parte Dmitri es un joven que aprovecha sus primeras erecciones, un joven que ama y es amado. En la primera parte Shostakóvich se vuelve un apestado, su trabajo es condenado a nunca ser repetido. En la segunda parte Shosta va a América representando a una nación que lo desprecia y sosiega. En la segunda parte es obligado a traicionar al músico ruso que más ama, lee lo que le obligan a leer sin saber qué dice. En la segunda parte los gringos colocan redes debajo de su hotel para que brinque desde su ventana huyendo de Stalin. No lo hace. ¿Tú brincarías? En la tercera parte lo obligan a formar parte del partido que lo censuró. En la tercera parte vemos que vivió más de la cuenta.

Sombría, es la historia de Shostakóvich. En desorden se nos entrega escrita por uno de los autores más importantes que ofrecen, traducidos, las mesas de novedades estos días. A grandes rasgos Barnes asegura que la historia le estorba al arte, pero no baja de cobarde a su personaje, al que de hecho trata con un cariño inmenso. ¡Carajo! Este preclaro jaque mate que es vivir.



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