La política entendida como una forma de experiencia y de construcción de la identidad nacional es una de las aristas del filme Tourisme International (2014), de Marie Voignier. En esta película la creadora francesa plantea un recorrido turístico por monumentos, museos, instituciones y fábricas de Corea del Norte. Estos trayectos son presentados por guías norcoreanos cuyas voces permanecen siempre ausentes. Al desactivar el sonido, Voignier genera un comentario tanto estético como político sobre las estrategias que usan los gobiernos para establecer una identidad. Tourisme International, que se presenta en el marco de la muestra Cuando el sol emana más energía de la que nuestros ojos pueden absorber: Glaring Sights, será proyectada el sábado 28 de junio en el Cine Tonalá. Aquí, una charla con Voignier.
Dado que la película logra lo que Jacques Rancière llama “el reparto de lo sensible”, la estrategia de disociar la voz de los otros elementos que conforman el discurso me pareció, al inicio, tan acertada como evidente. La elegancia y la simplicidad la hacen parecer una decisión casi natural. No obstante, conforme la película avanzaba, tuve una impresión muy distinta: frente a la construcción grandilocuente del estado norcoreano y su poderosa maquinaria propagandística, me encontré en una suerte de asombro dentro de la cual no sabría qué hacer para comenzar a deconstruir lo que veía: una entidad casi abstracta que ofrece una narración a partir de un recorrido en el que se ven objetos, espectáculos, imágenes. Tal construcción del discurso parece ser gigante, intocable. ¿Cómo llegaste a la decisión de que a través de la voz se afectaría este gran sistema?
Yo misma encaré ese sentimiento frente al estado norcoreano y su discurso: estar frente a cualquier cosa así de grande, abrumadora, resulta cegador. Fui a Corea del Norte a observar cómo el país elabora la narrativa de su historia y fabrica las imágenes de su grandeza, casi fílmica. Durante mucho tiempo busqué en mis rushes cómo hacer perceptible eso, utilizando el lenguaje cinematográfico, haciendo que se encontrara su puesta en escena con la mía. Tras varios meses infructuosos de edición supe que esto no se disputaba forzosamente en el campo de las imágenes o de las palabras, sino en lo sonoro y el silencio. Al eliminar todos los sonidos directos (con la excepción de una secuencia específica) y crear un nuevo sonido para el filme pude introducirme dentro del espectáculo pensado para los turistas. En colaboración con el editor de sonido Thomas Fourel se creó una nueva banda sonora; se reelaboraron las resonancias de los espacios y los cuerpos que ahí se encuentran. No se trataba de recrear las voces de los guías de turistas doblándolas, sino de trasladar la atención hacia las personas y compensar la pérdida de sus voces con la presencia corporal intensificada, por ejemplo el sonido de los pasos, de cuando la ropa roza entre, etc.
Al subvertir la imagen que el estado norcoreano muestra de sí mismo, echando mano del sonido, Tourisme International violenta el discurso. El filme permanece alejado de las principales corrientes del arte político, del cine y el video, de la imagen militante y la ficción disfrazada. ¿Esta postura distanciada es una crítica a esas corrientes o cuál es tu planteamiento sobre el tema?
No sé qué se entiende exactamente por arte político. No me propongo formular crítica alguna. En cuanto artista, mi trabajo es pensar por y con las formas. Es en el espacio común, diría Rancière, donde encuentro apasionantes estas preguntas. Hay que desconfiar de la distinción que aísla al arte político, militante, del resto. Tourisme International no da un contra-discurso ideológico, un comentario analítico o crítico, sino que se propone encontrar una forma plástica, cinematográfica, para generar un comentario. Estoy convencida de que el arte, en la medida en cuya agencia crea o sustrae elementos del mundo sensible, es el lugar de lo político y de la potencia política. Los artistas militantes han mostrado también cómo un discurso unívoco –o incluso hay quienes dirían dogmático– es también una forma en sí misma. No me desvinculo de esta vía. Que estemos de acuerdo o no con ese contenido militante, no le quita nada al hecho de que es una forma en sí: el realismo socialista al estilo norcoreano es una forma de discurso que existe plásticamente, se adhiera uno a ella o no, es la forma –incluso si es poco sutil– que toma un pensamiento político.
En Corea del Norte hay, por ejemplo, inscripciones enormes: mensajes de varias decenas de metros de largo, hechas de caracteres coreanos gigantes dispuestos a lo largo de los campos o las planicies. Son eslóganes para glorificar varias cosas. La potencia formal de esta propagada no puede negarse, que comprendamos o no lo que está escrito no cambia la pregunta de la forma: el monumentalismo elegido, el impacto creado, la idea de ser visible desde lo lejos por todas y todos es ya un elemento del discurso.
En relación con la pregunta anterior, al elegir la estrategia del mutismo ¿querías evitar la dicotomía propaganda/contrapropaganda? Agradezco la integridad de la película puesto que no tiene por cometido establecer una historia alternativa o correcta, dejando espacio para que los espectadores generen sus propias preguntas o conclusiones.
Exactamente. Al hacer algunas investigaciones antes y después del rodaje rápidamente me di cuenta de que la propaganda norcoreana no tenía otro equivalente que la propaganda occidental, a menudo demasiado simplista. Esta contrapropaganda fue avivada en 2002 por George W. Bush, quien declaró que Corea del Norte formaba parte del eje del mal (¡un término más cercano al cine hollywoodense que a la geopolítica!) junto con Irán e Irak. Vemos el uso político que hizo de ese género de oposición. Mi propósito jamás ha sido proponer un comentario, análisis o sentir propio sobre lo que sucede en ese país, sin duda no sé más que cualquier otra persona sobre Corea del Norte. Para mí, desde el inicio, esto se trataba de una observación de los medios puestos en juego por un país para la construcción de su narrativa nacional. Evidentemente, Corea del Norte es un ejemplo impactante, pero los medios puestos en marcha son comparables, por ejemplo, a ciertos episodios de nuestra construcción nacional y sus mitos en Francia. El efecto espejo es sorprendente cuando se hace el viaje a Pyongyang: yo no dejaba de pensar en Francia al escuchar a las guías. Es este espacio de reflexión e introspección lo que intenté crear en este filme.
La película se presenta aquí en México en el marco de la exposición Cuando el sol emana más energía de la que nuestros ojos pueden absorber. Dentro de la propuesta curatorial hay un ensayo del investigador Yates McKee, Eyes and Ears[1], que me animó a abordar tu película. En el texto se explica que, además de poseer las instituciones a partir de las que se generan las políticas que nos gobiernan, el Estado posee el monopolio de la visión y la audición, no únicamente el control de los cuerpos y su movimiento espacial. Por el contrario, como dispositivos de lucha y resistencia, los ciudadanos despliegan una serie de estrategias para desafiar tal monopolio, y a menudo se valen de actos estéticos. ¿Piensas que Tourisme International puede inscribirse dentro de esta voluntad de retomar las fuerzas que movilizan la política no gubernamental?
Es interesante esta idea del monopolio de la visión y la audición por parte del Estado. Recién regresé de China donde el tema sobre el control de la población por medio del reconocimiento facial mediante cámaras colocadas a todo lo largo y ancho de ciertas ciudades es extremadamente inquietante. La resistencia a esto se cifra entonces en la sustracción: esconder el rostro, desaparecer ante la mirada del Estado. ¿Ser invisible (o inaudible) es una forma de resistencia? No es la única y, sin duda, no es suficiente, pero es interesante considerar ese movimiento de borrar a la par del movimiento de afirmación necesario, de visibilización de ciertas comunidades, de ciertas ideas y prácticas sociales.
En la exposición hay obras que abordan el tema de la ideología política de manera abstracta y sin estar ligadas a un contexto específico y otras que aluden a situaciones locales específicas. Además de tu proyecto sobre Corea del Norte, en la muestra hay obras que exploran el sistema político-educativo venezolano, el reciente proceso de paz en Colombia y, también, algunas interesadas en el contexto mexicano, tanto reciente como del México moderno. Retomando lo que mencionabas sobre el efecto-espejo, el propósito de incluir obras que tratan con regiones cuyos sistemas políticos se han caricaturizado al extremo es, justamente, evidenciar las formas bajo las que otros países se representan. En este tenor, ¿concibes la creación de la identidad nacional como un performance a largo plazo?
Sí, absolutamente. Pienso que el ejemplo de Corea del Norte nos permite observar cómo nosotros, naciones occidentales o no, construimos nuestra historia y nuestras representaciones nacionales. Cómo la historia, dado que es mal utilizada por los políticos, deviene mitológica como efecto de su simplificación e instrumentalización. Aquí está el frágil paso de la mitología a la historia sobre el cual el historiador Paul Veyne habla magníficamente en su libro Les Grecs ont-ils cru à leurs mythes?[2] (¿Los griegos, creyeron ellos en sus mitos?). Mostrando que esta pregunta finalmente no tiene sentido, Foucault prefiere preguntarse sobre la historicidad de los regímenes de verdad. Lejos de oponerse a la verdad, escribe, la ficción no es más que un subproducto de la misma. ¿Creen los norcoreanos en las historias gloriosas sobre Kim Il-Sung? ¿Creen los franceses en su historia gala? Con Veyne podemos responder que “hay sociedades donde, una vez que el libro se cierra, creemos, y otras donde se deja de creer”.
[1] Yates McKee, ‘“Eyes and Ears: Aesthetics, Visual Cultures, and the Claims of Non-Govermental Politics” en Michel Feher, Gaëlle Krikorian y Yates McKee, Non-Governmental Politics (Nueva York: Zone Books, 2007).
[2] Paul Veyne, Les Grecs ont-ils cru à leurs mythes ? Essai sur l’imagination constituante (París: Éditions du Seuil, 1983).
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