Como lo mostró en La noche tiene mil ojos (2015), en el que revisaba y recopilaba su trilogía negra para hilar la novela e imaginario gótico con el noir en el cine y la literatura, María Negroni expertamente crea genealogías y puntos de contacto en la historia de las ideas y el arte. Objeto Satie (2018) es una nueva entrega en su proyecto, un atlas que evoca algunos de los hitos de la modernidad pero sin dejar de comunicarlos con el presente, en el que las ideas críticas o rompedoras –paradójicamente, a pesar de las exigencias de lo novedoso– parecen escasear.
Con puntos de contacto con su Elegía Joseph Cornell (2013), en el que también ponía en conversación fragmentos de texto con imágenes de archivo, en Objeto Satie (2018) Negroni revisa la obra del músico y escritor pensándolo, ante todo, como un esteta. El imaginario que se desenrosca o desprende del recorrido tiene, para quienes están interesados en las vanguardias históricas, algo de familiar: están allí las imágenes de funciones de linternas mágicas, fotogramas de películas, caligramas, reproducciones de fotografías documentales de ferias mundiales, garabatos, anotaciones al margen de partituras, Duchamp jugando ajedrez, retratos de Man Ray, dibujos de Cocteau, etcétera… ¿Qué idea sobrevuela aquí? La del arte autónomo, crítico, pero también la del artista natural capaz de hacer incluso del aburrimiento una fuerza creativa.
El libro, intenso y breve, destaca más allá de ese diseño gráfico que recuerda grandes ideas. Más interesante es la manera en que Negroni parece ocupar la piel de Satie para conversar con algunos de sus contemporáneos: se trata, pues, de un destacado proyecto imaginativo. En su epílogo, Pablo Gianera, lo pone así: “Médium, Negroni hace hablar a Satie: lo hace hablar consigo mismo (monólogo incesante), con su amante, con Debussy, con Cocteau, con sus contemporáneos y con nosotros, sus contemporáneos a la distancia”. ¿Cómo opera Negroni para lograr este enlace histórico? A través del cuidado fragmento, por supuesto, pero uno que además emula con fidelidad un tono feroz, entregado, humorístico y absurdo. En una página tenemos una “Rutina”:
De 7:00 a 9:00 me despierto.
De 9:00 a 9:15 me inspiro y me estanco, alternativamente.
De 9:15 a 11:30 pongo en funcionamiento alguna cosa.
De 11:30 a 11:45 almuerzo. (Por lo general, como legumbres de postre, ¡me encanta la repostería!)
De 11:45 a 13:46 me olvido de lo que estoy haciendo (si estoy haciendo algo).
Y así, hasta las 21:46. En otra página, ¿antes, adelante?, da igual, un examen de conciencia: “Siempre fui un joven con inquietudes, incluso de joven. No iban a pararme así nomás. Seguí adelante”. Son fragmentos, en efecto, que recuerdan lo que uno imagina escribió o pensó Satie (a su muerte en 1925, en su habitación, en múltiples cajas de habanos, sus amigos descubrieron sus notas imaginativas, sus ocurrencias y divertimentos póstumas). Al mismo tiempo, con una capacidad de miniaturización mayor, recuerdan a la conocida tradición de las vidas imaginadas que han desarrollado autores como Schwob pero también Bolaño.
¿Pero da igual la disposición de los fragmentos? Dudemos aquí: podemos sospechar que un ritmo secreto puede descubrirse en este preciso y esforzado montaje.
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